Paréntesis en el parque de Santa Margarita

Javier Becerra
Javier Becerra CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

OTOÑO EN EL PARQUE DE SANTA MARGARITA
OTOÑO EN EL PARQUE DE SANTA MARGARITA J.B.

El parque constituía uno de esos espacios imprescindibles para pasarlo bien

23 nov 2018 . Actualizado a las 11:17 h.

¿Cuándo ha sido la última vez que has ido al parque de Santa Margarita? Si eres de los que lo frecuenta, puedes abandonar la lectura. Si no, te invito a que abras un paréntesis, recordando lo que viviste allí y cómo lo has dejado de lado. Porque sí, un paseo mañanero por los meandros que se dibujan entre sus árboles invita a la desconexión. Pero también hace brotar una profunda nostalgia. E, igualmente, uno de esos impulsos correctivos similares al de encontrarte a un viejo amigo y hacer el propósito de quedar con él más a menudo. Aunque luego no lo hagas.

Hace muchos años, cuando la oferta de ocio no tenía tantos colorines en A Coruña e ir de compras quedaba muy lejos de ser una actividad lúdica, el parque de Santa Margarita constituía uno de esos espacios imprescindibles para pasarlo bien. Como sucede con la playa de Riazor o los jardines de Méndez Núñez, nuestro archivo sentimental está repleto de fotografías con bordes redondeados de cosas vividas allí. Pantalones cortos. Aventura. Sensación de libertad. Y mucha excitación.

Desde la mirada de un niño, Santa Margarita era enorme. En los ochenta, cuando empezó la fiebre del footing (lo que hoy llamamos running y siempre fue ir a correr), repartieron unas señales de madera con muñecos corriendo sobre una flecha. Se trataba de un recorrido para practicar deporte. Para los niños era casi el mapa del tesoro. Siguiendo esas flechas se podía llegar a la parte alta del lado de la ronda de Nelle. Allí, por donde está ahora la pista de chave, se abría un mundo en el que se imponía el silencio y las hojas crujían al pisar.

Muy cerca quedaban los columpios. Junto a los que estaban en la Marina, la mejor extensión de ellos que existía en la ciudad. Si nos ponemos en plan cebolleta dan ganas de decir: «¡Eso sí que eran juegos y no los parques de bolas a los que vais ahora!». Ojo, eran columpios de hierro, con gravilla e inevitable postilla en la rodilla si uno caía. En un momento dado pusieron un bar y se convirtió en un lugar perfecto. Al lado se encontraba el estanque de patos. ¿Alguien conoce a algún coruñés que no haya ido? ¡Que avise, que tiene un reportaje!

Caminando, llegamos a la Casa de las Ciencias, otrora conocida como El Palacete. Y más adelante el auditorio, donde se celebraron mil y un eventos. Todos tenemos en la mente el popular concurso de la empanada en la romería de Santa Margarita. Incomprensiblemente, el Ayuntamiento lo transformó en el 2015 en una delirante exposición que anticipaba su desaparición actual. Este mismo Ayuntamiento, sin embargo, ha tenido la buena idea de eliminar los muros que lo rodeaban por la avenida Finisterre, haciendo el parque más amable. Aun está en obras. Al término quizá sea un buen reclamo para volver allí. Y abrir otro paréntesis. Recomendado al 100 %.