Javier Pintor: «Me casé con la primera chica a la que le regalé un libro»

A CORUÑA

EDUARDO PEREZ

Padre de dos chicas de 29 y 22 años, el dinamizador cultural de Monte Alto afirma que le gustaría traer a la ciudad a Juan Marsé y a Elena Poniatowska

18 nov 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Esta semana trajo a Eduardo Mendoza. «A una isla desierta me llevaría La ciudad de los prodigios», asegura. Avanza que Rosa Montero será la próxima invitada al ciclo La creación literaria y sus autores: Encuentros con escritores. «Tengo muchos contactos en este mundo. Estuvo a puntito de traer a A Coruña a Paul Auster. Y me gustaría que viniesen Juan Marsé o Elena Poniatowska. Y hay otros que, por desgracia, ya no podrán venir, como Ángel González, Philip Roth o Vázquez Montalbán», destaca José Javier Pintor Elizalde. Exalumno de Zalaeta, estudió Filología Hispánica en Santiago. Fue profesor de Literatura y Lengua en el Rías Altas y finalmente aprobó unas oposiciones y dio clases en varios institutos. «Ahora trabajo en un centro de formación de profesorado. Además, hago un montón de cosas», destaca este coruñés de Monte Alto de 52 años que de pequeño soñaba con ser futbolista. «Se puede decir que cambié el balón por los libros. Llegué a jugar unos meses en el juvenil del Deportivo. Antes estuve en el Marte. Era líbero, el típico con calidad y sin sangre. Hasta hace tres años aún jugaba. Ahora corro y nado», asegura. 

Ciclos y más ciclos

En la librería Moito Conto lo saludan todas y todos. «Esta es una ciudad lectora. Abren nuevas librerías, existen clubes de lectura... La gente de fuera, los escritores, se quedan impresionados. Hay autores que solo hacen promoción en Madrid, Barcelona, Bilbao y A Coruña», destaca. Vamos a tomar algo al cercano bar Abarrote. Pide un rooibos. «Es uno de mis vicios junto con los brownies. Soy muy goloso», confiesa. Decía que está metido en muchas actividades y es cierto. Está detrás de ciclos como Letras de otoño, Somos lo que leemos, Lugares de novela o Cóctel de letras, este último en el hotel Plaza. «Soy un agitador cultural. También colaboro en la programación de la Feria del Libro. Llevo casi 20 años haciendo ciclos», destaca. Me habla de los mejores escritores para salir de cañas. «Marta Sanz, Héctor Abad, José Ovejero o Julio Llamazares. Me lo paso muy bien con Julio. Son gente muy normal. Los hay que tienen rarezas, pero eso sucede en todas las profesiones», analiza. Asegura que ha llegado a leer «bajando las escaleras. Como mejor leo es encerrado en mi habitación. Nunca quise perro, y ahora tenemos una, Bimba, y se siente en mis pies», comenta. 

Novela en la cabeza

«La lectura es una forma de estar en el mundo y genera vínculos con la gente increíbles», sentencia Javier Pintor. Tiene dos hijas, Inés, de 29 años, que trabaja en producciones de cine, y Marta, de 22 años, que es muy deportista y estudia Derecho y ADE. Parece que sigue los pasos de su madre, que es abogada. «Mi mujer lee más rápido que yo. Le gusta mucho la literatura de viajes. Fue a la primera chica que le regalé un libro y me casé con ella. Era de Eduardo Mendoza», recuerda, y una vez más vuelve a aparecer el escritor barcelonés en la conversación. Dice Javier que sus primeras lecturas fueron el Capitán trueno y el Jabato, pero el que más le marcó fue Zagor, El espíritu del lago. «También La isla del Tesoro, aquellas Joyas literarias juveniles, y Os dous de sempre. Creo que los estudiantes tiene que leer buenos libros y no obras de autores que les hablen como niños. Y los alumnos de Secundaria, clásicos de aventuras», recomienda. Dice que el 90 % de lo que lee es en papel. «La tablet solo la utilizo cuando me mandan un libro en PDF». Habla de Xavier Seoane, «un maestro», y del malogrado Xabier P. Docampo, «una pérdida irreparable. A nena do abrigo de astracán es una joya. Despedirse con esa obra es muy bonito», reflexiona. ¿Para cuándo un libro de Javier Pintor? «Tengo muchas novelas en la cabeza pero es difícil escribir rodeado de gente que lo hace tan bien», afirma. Se levanta a pagar las consumiciones y se deja las gafas en la mesa. «Siempre me pasa», afirma con su media sonrisa siempre pegada al literario rostro.