A ver si destapan el cine Avenida

Sandra Faginas Souto
Sandra Faginas CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

CÉSAR QUIAN

15 nov 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

No quiero imaginarme dentro de diez años paseando por el Cantón y viendo cómo el cine Avenida sigue tapado con la lona. No sé cuánto tiempo seremos capaces de aguantar los coruñeses sin tener ese pedazo de edificio con nosotros, si lo recuperaremos algún día, o si se perderá para siempre. Pero yo lo echo de menos. Echo de menos cuando quedábamos allí, en aquellos soportales que tenía la relojería con los modelos Casio a la vista, aquella taquilla al fondo, y cuando yo era pequeña, recuerdo una heladería nada más entrar a mano derecha.

Toda Coruña se cobijó alguna vez en esos soportales, mirando aquel ascensor antiguo, esperando a alguien. Cuando llovía no había otro refugio mejor y cuando no te quedaba más que echarle paciencia por si no llegaba la cita a su hora, pasmabas viendo los carteles de las películas que ponían. El Avenida no era el cine de los estrenos, como el Colón o el Riazor, ni tampoco era el cine alternativo, como el Valle-Inclán. El Avenida no era ni bueno ni malo, pero tenía el encanto de los grandes cines, como los de Gran Vía de Madrid, que daban solera. No sé cómo le sentaría a la generación millennial verse observado por aquella figura del acomodador, con la linterna apuntando a cada uno de los asientos, pero para los que crecimos hace unas décadas aquel señor imponía. Es verdad que también en las sesiones de tarde te daba la risa, y que en la tontería del pavo, todos nos las ingeniamos para llamar de alguna u otra forma su atención.

En el Avenida vi Dumbo y Showgirls, lo que da buena medida de lo que fue en realidad ese lugar mítico, tan injustamente tapado. Todavía no sabemos si cuando quiten esa dichosa lona, aparecerá el Banco Central, como dice la canción de Serrat, pero el fantasma del cine seguirá exactamente igual porque nos llevó la infancia. Cuando se empezaba a salir en Coruña, del mismo modo que ahora se va al Parrote, o se pasea por la plaza de Lugo, lo habitual era perder la tarde comiendo pipas en alguno de los bancos que estaban enfrente del Avenida.

Como si de repente aquel edificio nos fuera a proyectar una película. Y de alguna manera lo hacía. Te quedabas mirando fijamente y en ese vaivén de ver pasar gente, de ver cruzarse a los coruñeses, los adolescentes terminábamos atraídos por toda esa energía que se generaba alrededor del soportal enorme. No era una puerta al uso, ni una doble puerta, era un pequeño laberinto por el que a veces corrían los niños y se escenificaban los encuentros y las despedidas, como en la entrada o en la salida de un aeropuerto ahora. Esa película la hemos visto todos los que disfrutamos de ese tiempo lento, cuando en Coruña no había Black Friday, solo Saldos Arias, y aún no habían llegado las rotondas. Teníamos, eso sí, un gran Avenida.