Abuela, ¿tú viviste en los ochenta?

Antía Díaz Leal
Antía Díaz Leal CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

ANGEL MANSO

14 nov 2018 . Actualizado a las 11:19 h.

Viejos clics, casetes, elepés de Miguel Bosé y Fama, Espinete, Teo, Regreso al futuro, las pulseras de los chinos de madera, peta zetas, ET, cocina viejuna, la Nancy de antes... la librería Nobel se ha marcado un escaparate con sabor a nostalgia que es un auténtico imán. Para los que fuimos niños en aquella época, los ochenta son lo más próximo al paraíso terrenal. Algún día habría que preguntarle a nuestros padres si esta ola de nostalgia de los libros de Santillana, los Goonies y los caramelos Pez está justificada. En realidad, si has tenido una infancia feliz dará igual la década en la que la vivieses. Probablemente los que se criaron en los noventa pensarán lo mismo de la ESO que lo que nosotros pensamos de la EGB, aunque aún no han empezado a publicar libros ni a vender camisetas y aunque sigamos empeñados, los mayores, en que nosotros estudiábamos más y sabíamos muchos mejor los ríos de España que los que vinieron después.

Delante del escaparate me preguntaba por aquella Coruña ochentera. La que yo recuerdo, claro, que ni siquiera se parecerá a la que otros ochenteros como yo tengan en mente. La mía se concentra en Santa Cristina, en los berberechos de la playa y en la aventura que suponía cruzar andando el puente de A Pasaxe. Los recuerdos están en el párking de la plaza de Vigo, donde se aparcaba invariablemente el Peugeot 205 de mi madre, en una torre de entrada imposible en Linares Rivas, plagada de escaleras, portales y carteles (un día podríamos hacer un recorrido nada nostálgico por la arquitectura menos accesible de la ciudad. Pero esa es otra historia...), en el escaparate del Bazar de Pepe y en las meriendas especiales después de la consulta del dentista. En el único El Corte Inglés que habíamos pisado hasta entonces, en las visitas al Pote en la esquina de Juan Flórez, y en un postre de piña y nata que hacía mi madrina en Navidad y que hoy seguramente estaría en cualquier recetario de comida viejuna en tecnicolor, pero que era delicioso.

Delante del escaparate es imposible no tararear aquello de «I’m gonna live forever baby remember my name» mientras recordamos a Leroy Johnson que era lo más cool que habíamos visto en televisión. Es imposible no recordar a Willy el tuerto o a Arale, y todas esas cosas que a los millenials, pobres, les suenan a chino. Protestamos los de mi quinta por las batallas de los más viejos, cuando en realidad nos hemos convertido en el mismo abuelo contando batallitas, solo que las nuestras nos gustan mucho más. Vivimos en una especie de «¿te acuerdas?» permamente. Cualquier día nos va a llamar alguien abuela y nosotros seguiremos contando que nunca se hizo un helado más rico que el Colajet. ¿O eras más de Drácula?