Mis músicos callejeros favoritos de la ciudad

Javier Becerra CORUÑESAS

A CORUÑA

IRIA VILAS

19 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Es una agradabilísima sensación esa de ir caminando por las calles de la ciudad y tropezarse con músicos tocando. Salvo algún diletante que se cuela por ahí (como aquel gaiteiro punki con el que algunos aún tienen pesadillas), normalmente el sonido gusta. Estoy seguro que a muchos les ha venido a la cabeza ya Miki Nervio & The Blues Makers, la formación de blues que hizo de la calle su escenario. Solían plantarse delante del Rosalía de Castro y viajaban al sonido del Misisipi. Encandilaban. El mismo efecto generaba Escuchando Elefantes en la plaza de Lugo. Sus bolos de los sábados se convirtieron en una concurrida parada. Allí, con el perro Ney rondándolos, Carlos y Silvia repartían folk-rock a voluntad, sumando adeptos y esparciendo su romanticismo. Decía 091 hace años: «Hacen falta soñadores, no intérpretes de sueños». Estos chicos optaron por lo primero hace unos años y siguen a ello por todas partes.

Al margen de estos requeteconocidos, hay los que tocan la fibra a nivel personal. Una vez literalmente me estremeció una voz. Cantaba el Baby I Can Hold You de Tracy Chapman en el local que otrora fue sede de calzados Astoria. Fue pasar por allí y sentir un meneo al escucharla como si la propia Tracy la cantase. Al mirar llegó la sorpresa: el intérprete era un hombre. Con el mismo pelo, con el mismo color de piel, pero un tío. Alucinante.

Le guardaba también una especial simpatía a Vasila, un violinista rumano que tocaba en bucle sin parar la canción de El Padrino. Solía actuar por la semana en la esquina de Cortefiel en Juan Flórez. Los findes se movía al entorno de la Galera en busca del público de las terrazas. Le quise hacer un reportaje en más de una ocasión, pero este perro viejo de las calles siempre se escurría. Fingía no entenderme. No debería olvidarme de los Skarallaos. En los veranos irrumpían en la calle Real como una explosión de alegría. Tampoco de Eugenio, el hippie de la Gaiteira. Tocar no tocaba mucho, pero era un tipo entrañable y muy querido por todos en el barrio.

Quedan muchos en el tintero. La cantante rusa que bordaba Titanic. Jose Portela y su Piano Man a la desesperada. O, por supuesto, Vladimir von Litvikh, cuya impresionante historia fue contada en estas páginas recientemente. Afortunadamente, la tradición sigue y continúan dándose interacciones maravillosas. El pasado domingo, por ejemplo. Dos guitarristas hacían una versión de Johnny B. Goode delante del Abanca del Obelisco. De pronto, un chico que los miraba coge el teléfono. Llama a alguien y dice: «Chuck, soy Marvin Berry, tu primo. ¿Te acuerdas de aquel sonido que estabas buscando? ¡Pues escucha esto!». Y pone el móvil apuntando a los músicos. No le aplaudí, pero se lo merecía, sin duda. Tanto como los músicos.