¿Dónde está el Indio de la Marina?

Sandra Faginas Souto
Sandra Faginas CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

MARCOS MÍGUEZ

11 oct 2018 . Actualizado a las 12:27 h.

Esta semana venimos en son de paz, no quiero levantar el polvo de la alfombra que ya nos ha dado un buen meneo desde el día del Rosario. Y como vengo en son de paz, he rescatado del baúl de los recuerdos coruñeses al Indio de la Marina que tan buenos saludos nos daba cuando paseábamos por el clásico recorrido que comenzaba en el Cantón pequeño y acababa en María Pita. El Indio nos vigilaba de cerca, de pie, en aquel Saloon de doble puerta por el que nunca llegaron a salir Clint Eastwood ni Bud Spencer, pero que hacía las delicias de los niños de entonces. A los niños de entonces nos daba mucho tiempo a aburrirnos porque los padres de los sesenta y setenta no habían sucumbido aún a la tiranía del ocio infantil, y hacían lo que les nacía un domingo por la mañana o un sábado por la tarde. El paseo en familia era obligado y tan simple como caminar calle Real pa'arriba, calle Real pa’abajo; otras veces, las más entretenidas, el paseo tenía la esperanza de poder atravesar el Cantón. Ahí empezabas a saltar, como en una mariola, las losas del suelo, en ese juego tan coruñés que prohíbe pisar las rayas de las juntas. Eso hacíamos los niños de los setenta que esperábamos con interés vernos de frente con aquel jefe indio enorme, tallado en madera, que inevitablemente respondía siempre con abrazos. Allí nos subíamos a sus pies llevados por el interés (¡y menudo interés!) de compararnos en altura. Muchos se hacían fotos de recuerdo también porque el Indio de los Porches, que así fue conocido durante mucho tiempo, llegó a ser un personaje más de la ciudad, igual que el payaso de Porvén de la calle Real que daba bolas de plástico con regalitos.

El Indio con mayúsculas fue mucho más, fue todo un emblema al que era imposible no reverenciar si te cruzabas con él en el camino. El Indio estuvo incólume y estático viéndonos crecer a todos durante 27 años, pero un buen día desapareció sin dejar rastro, como en las mejores películas. Hay quien asegura que estuvo un tiempo ocupando otra ubicación, cerca de Riazor, pero su reclamo en ese lugar ya no fue el mismo que en el escaparate de la Marina.

Las últimas noticias sobre el Indio las dio mi compañero Alberto Mahía, que contaba en su relato que ahora es el encargado de vigilar los cuadros del pintor Fernando Pereira, que se hizo con él años después, y eso que el Indio pesa lo suyo: ¡150 kilos! La historia dice que no llegó de América, sino del barrio de las Flores, donde fue construido por el escultor Figueiras, aunque hay también quien le atribuyó poderes mágicos. Se hablaba de la «maldición del Indio» que impedía que un negocio prosperase allí donde él había estado. Pero hoy no es así. En el mismo local del Saloon está ahora Oído Cocina!, aunque siempre, siempre que paso por delante creo que en cualquier momento se asomará el Indio a saludarme.