En la soledad del párking disuasorio

Alfonso Andrade Lago
Alfonso Andrade CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

06 may 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Pocos nombres tan apropiados ha alumbrado nuestro callejero como el párking disuasorio, el de Lonzas, que, emplazado por el Ayuntamiento en el más allá y a menudo despoblado, disuade efectivamente a los conductores de aparcar en él. Tiene el adjetivo disuasorio un deje diarreico, un no sé qué de principio activo, de genérico de farmacia -«me duele la tripa», «pues espere que le doy un disuasorio»-, y con idéntico aire oficialista alude en realidad a la capacidad del recinto -o incapacidad- para atraer tráfico destinado a saturar la urbe. Ya saben: los usuarios dejan el coche y después se acercan a los Cantones en bus. El problema es que también el bus es disuasorio. El 5, que es el que va hacia el centro, pasa cada 18 minutos, perfilando una desalentadora oferta en el páramo de la nada.

Llevo un tiempo visitando el estacionamiento de Lonzas por pura curiosidad, y no hay duda de su capacidad de disuasión. Aunque más tarde se anima algún que otro conductor, a primera hora, cuando la gente viene a trabajar a la ciudad, un solo vehículo ocupa en ocasiones la explanada; esta semana un Seat rojo que se mantuvo fiel al párking hasta el miércoles, y la verdad es que desde el jueves me preocupa su desaparición, bastante disuasoria también por inquietante. Desde ese día me quedé solo en el nivel superior de la explanada, a la expectativa, como aguardando la irrupción en cualquier momento de la avioneta fumigadora de Con la muerte en los talones. Pero ni siquiera.

Esperaba yo una avioneta, digo, y lo que apareció fue otro coche. El conductor entró a dos por hora, escudriñando por el parabrisas a derecha e izquierda, boca abierta y gesto de estupor. Era como si al salir del garaje de casa se hubiese colado por un agujero negro y hubiese aparecido en otra dimensión. Miró para mí como si yo fuese el habitante de un lejano planeta, y yo para él como si se tratase del último hombre vivo. Lo vi tan vulnerable que me dieron ganas de bajar del coche y darle un abrazo, o decirle aquello de «teléfono, mi casa», pero no pude. Se fue por donde había venido, marcha atrás…, rápido. Creo que no interpretó bien mi mirada vigilante.

Bueno, al menos Lonzas es gratis, que tan disuasorio como este párking es, por ejemplo, el de la plaza de Vigo, donde es preciso someter el coche a la dieta Dukan para embocarlo en las rendijas de estacionamiento. Pagando. O el de María Pita, en el que es más operativo aparcar un submarino que un coche, para salir por la escotilla. O el de la plaza de Galicia, del que se sale afeitando las paredes curvas, en las que sobreviven legendarios fragmentos de pintura del Simca 1.000 o del 850. Y ya es delirante que estos estacionamientos, de lo más disuasorio, estén hasta la bandera.