Riazor aún se viste de entretiempo

Antía Díaz Leal
Antía Díaz Leal CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

Una mujer, tomando el sol en la playa de Riazor, en A Coruña
Una mujer, tomando el sol en la playa de Riazor, en A Coruña CESAR QUIAN

23 may 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Ya puede soplar el nordés con ganas que si nos da el siroco de ir a la playa, vamos. Para eso la tenemos a pie de calle. Quién dijo frío cuando los del tiempo nos han contado que el fin de semana iba a ser de verano. Pues lo es. Y si Riazor sigue vestida de invierno, nosotros nos encargamos de desvertirnos de verano.

Que la duna, además, no deja de ser muy apañada: lo mismo te sirve de respaldo que se convierte en cortavientos. Y así nos evitamos bajar a Riazor cargados de cachivaches, que hace sol pero no es agosto y la nevera, la sombrilla y la tumbona las dejamos para más adelante. Ahora que nos están quitando la duna para anunciar que sí, el verano ya está ahí, tocará volver a hacer montañitas de arena para acomodar la espalda. Pero la playa seguía este fin de semana con tanta cara de invierno, que una de las barandillas había quedado casi sepultada, y sobresalía algo inquietante, como la cabeza de la Estatua de la Libertad en El planeta de los simios.

Con los primeros rayos de sol del final de la semana pasada, la pendiente de la duna que da al paseo se llenó de cuerpos a medio vestir. En la otra pared solo resistían los osados, porque soplaba con ganas. Entre los que lo dan todo porque sol es igual a calor, aunque la sensación térmica sea de 15 grados, y los que aún viven con la rebequita puesta por si refresca, aquello era una demostración en directo de lo que significa el concepto entretiempo. Aparecían por igual bikinis, bermudas, pantalones largos, torsos desnudos y fulares al cuello.

También tenemos los cuerpos de entretiempo, claro, con ese color de tiza que hace que la arena sea el camuflaje perfecto y que nosotros parezcamos señales reflectantes. Y en estos primeros días que anuncian que el buen tiempo se va a quedar, lucimos nuestras lorzas con orgullo, casi más que en agosto, los que pasamos de cierta edad sobre todo, porque luego está eso que en mi casa se llama «los pocos años» y que sirve para explicar que, a los diecimuchos y a los veintipocos, da igual que tu cuerpo serrano no cumpla los (aburridos) cánones de belleza que nos imponen, porque todo está en su sitio.

Allí estaban los de los pocos años, los de los muchos y los de los medios, felices con sus barrigas al sol, a pesar del viento... y de la basura. Plásticos y demás familia que circulaban tan contentos, restos del invierno que aún no se habían limpiado, pero que a nadie parecían importarle. Entre la duna y los desperdicios, Riazor parece estar permanentemente en obras hasta que llega el verano, la montaña de arena desaparece y las máquinas repasan la playa para dejarla niquelada y vestida, por fin, de vacaciones.