Pintando una acuarela

Pablo Abeal

A CORUÑA

20 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Las ciudades y sus barrios son complejos ecosistemas. Tienen vida propia y un característico ciclo vital. Nacen, crecen y se reproducen de manera semejante a los seres vivos. Sin embargo, en el momento en que la muerte les acecha pueden metamorfosearse y reencarnarse nuevamente. Sin embargo, este peculiar don surge únicamente cuando su carisma humano vuelve a su ser.

Muchas historias de nuestra juventud quedan en el recuerdo de una Ciudad Vieja que soñaba el mar de día y celebraba la vida por la noche. Aunque ya desconchada hace no muchos años, sus calles sentían el ánimo, la curiosidad y la fuerza de quienes caminaban por ellas. Sus vetustos edificios y fuentes cobijaban palomas y gatos en una extraña armonía.

El nuevo siglo trajo una primera oleada de reformas para devolver el esplendor a las piedras. Una metamorfosis le esperaba. Limpiar, reconstruir, ordenar, lijar y pintar. Todo debía de quedar perfecto para que el retratista inmortalizara la vieja península. Sin embargo, el pintor se quedó sin los colores chillones propios de la juventud y el cuadro se hizo en tonos grises.

Es ley de vida que las ciudades se desplacen. Que lo viejo sucumba al empuje de la nuevo. Que lo que antes fue apogeo ahora sea un recuerdo. Sin embargo, nos embarga un profundo sentimiento de culpa cuando vemos que la vida se fosiliza pero no tenemos valor para evitarlo. Ni sesudos estudios ni subvenciones variadas. Solo es necesario poblar esa tierra y que sus vecinos así lo deseen y luchen por ello. Tanto como el moribundo que tiene un fin todavía que cumplir y se agarra con fuerza para seguir su viaje.

Los planes de dinamización comercial, la elaboración de atractivas rutas turísticas, la escenificación de pasajes históricos por las viejas piedras, o cualquier otro tipo de acción bienintencionada difícilmente servirá por sí misma para reponer la viveza de sus colores. La solución es más sencilla. Solo es necesario devolverle su humanidad llenando de corazones palpitantes las frías piedras. Ellos harán el resto.