No habrá más vejez en el Bazar de Pepe

Javier Becerra CORUÑESAS

A CORUÑA

16 mar 2018 . Actualizado a las 11:10 h.

El «chequeo a la calle Real» podría considerarse casi como una especie de subgénero periodístico coruñés. El céntrico vial, que en otro momento simbolizaba la excelencia del comercio local y dibujaba el paseo ideal para ver y hacerse ver en esta ciudad, se usaba como baremo perfecto del estado de las cosas. Precio de los alquileres, número de locales cerrados, próximas aperturas, movimientos de establecimientos míticos... Todos los plumillas de aquí han tenido que hacer algún reportaje en esa línea.

En el próximo hay que apuntar una notable baja. Nos referimos a la del Bazar de Pepe, una leyenda que ahora luce sin vida, con sus escaparates de vidrios curvos vacíos y el letrero retirado. Hasta hace poco ese local permanecía como un ancla que nos trasladaba a un pasado esplendoroso. Recuerdos de un batiburrillo de gente, de muñecas, de luces y de niños boquiabiertos observando escaparates. Los veo perfectamente: con un gorro verdugo de lana, frente a una pista de Scalextric extenderse maravillosa tras el cristal. «¡Me lo pido! ¡Me lo pido!». ¿No lo escuchas?

En los últimos tiempos la tienda ya no vendía casi juguetes. Se dedicaba a las láminas y enmarcación. En uno de esos chequeos periodísticos, en el 2010, su responsable explicaba a La Voz: «Te hacen ofertas para alquilar el local, pero no, yo no renuncio a esto. Esto es mi vida». Era Carlos, tercera generación de un establecimiento que veía cómo se iban retirando letreros míticos a su lado. Entonces, la noticia la daba la baja de la zapatería Astoria. En el reportaje hablaban los veteranos, con más de 50 años de despacho en la calle Real. Algunos de los que salían ahí, como la Joyería Ataulfo o For, cerraron poco después. Al negocio de Carlos le tocó este año, debido a la venta del edificio en donde llevaba funcionando desde 1929.

«Llevo desde los 13 años vendiendo. Ya entonces me encantaba este trabajo y pretendo hacerme viejo aquí», decía Carlos López en aquel reportaje. El lector no podía ver la sonrisa de satisfacción. Tampoco escuchar el jazz que sonaba de fondo. Ni presenciar la transacción comercial posterior. Un chico venía a recoger un cuadro con una lámina de la película Al final de la escapada. Quería un marco a medida. Carlos le había buscado uno gris. Armonizaba con el dibujo. Costaba bastante más que uno de Ikea. «Pero para esta lámina prefiero gastarme más, que es para siempre», decía el chico, imaginándose anciano con Jean Seberg y Jean Paul Belmondo colgando de su salón.

Para siempre. Esas palabras de eternidad, aplicadas a un objeto y mezcladas con la trompeta de Miles Davis, suenan a otra época. Ya sonaban entonces. Pero ahora mucho más, cuando ni siquiera existe un Bazar de Pepe al que agarrarse.