«¡Folga xeral, queremos carnaval!»

Javier Becerra
Javier Becerra CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

MARCOS MÍGUEZ

10 feb 2018 . Actualizado a las 18:16 h.

Ocurrió a finales de los ochenta, cuando un servidor cursaba 8.º de EGB y tenía unos 13 años. En mi colegio, el Liceo La Paz, habían decidido que a partir de sexto no se podía venir disfrazado. No recuerdo que nos explicasen el motivo. Supongo que se debía a que en años anteriores alguien había aprovechado la careta para hacer alguna gamberrada. La noticia nos sentó como un jarro de agua fría. Estábamos en la edad del pavo y, por supuesto, queríamos pavear. Hacerlo con el rostro tapado, resultaba de lo más atractivo.

Empezamos a masticar el enfado en clase. Y a medida que pasaban los minutos la cosa iba a peor. Unos optaban por venir disfrazados igual. Otros por hacer algún tipo de protesta. Todo hasta que alguien rimó aquel «folga xeral» que se escuchaba siempre en todas las reivindicaciones laborales con el carnaval que nos estaban usurpando. Imagínese: cuarenta adolescentes con las hormonas revolucionadas berreando «¡folga xeral, queremos carnaval!», acompañado de golpes en los pupitres para marcar el ritmo. Se hacía dentro del aula en los descansos, pero visto que la cosa no surtía ningún efecto, decidimos exteriorizarlo.

Unos cuantos salimos de clase y nos echamos al patio. Se unieron algunos del aula de al lado. Nos pusimos a corear la proclama, acompañado de otras como «¡Queremos democracia, no queremos dictadura!». Por un momento nos invadió esa euforia colectiva de ser una masa encendida por una causa, aunque fuera tan estúpida como aquella. Tiramos papeles desde las ventanas, creo que se vació alguna papelera y, por un momento, creímos que íbamos a disfrutar de nuestro merecido carnaval.

Sin embargo, ocurrió algo inédito. Nos citaron en el salón de actos a las dos clases que habíamos montado el follón. Allí nos esperaba Pacucha, una de esas profesoras maravillosas con autoridad suficiente como para callar a la chavalada. Nos daba historia, pero también era abogada. Apareció con varios textos legislativos. Nos confesó que estaba alarmada y muy apenada por lo que había escuchado. Y se puso a leer. Sacó una Constitución. Nos habló del derecho a la huelga. Nos explicó en qué consistía, cómo se había logrado y cómo se podía ejercer. También nos indicó qué era una dictadura y una democracia, así como las normas que regían un centro escolar y a que leyes superiores estaban sujetas.

Nos dejó volados. Aquella lección-explicación acalló por sí sola la pseudorevuelta y nos hizo entender con qué frivolidad usábamos palabras tan gruesas. Perdimos el carnaval, pero ganamos algo muy importante: saber de lo que hablábamos. Visto lo que se ve por ahí, donde a cualquier cosa se le llama fascismo, pienso que ojalá hubiera muchas Pacuchas más poniendo puntos sobre las íes.