Regalo inesperado en el árbol de Navidad

Alfonso Andrade Lago
Alfonso Andrade CRÓNICAS

A CORUÑA

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23 dic 2017 . Actualizado a las 12:09 h.

Como casi todas las historias navideñas, o por lo menos las más emotivas, esta sucedió en un barrio humilde, uno de esos barrios de las afueras de Coruña a cuyas calles bacheadas y oscuras no llegan las luces de fiesta, lo que debe de desorientar a los Reyes Magos, que a veces no aciertan a dejar más de uno o dos regalos por hogar.

En este vive una pareja joven con sus dos críos, que de muy buen talante y siempre con la mejor de las sonrisas comparten una de las habitaciones del piso. La otra es, a un tiempo, salón, comedor y dormitorio de los padres, que no pasan por su mejor momento. El dinero remolonea para entrar en casa, donde cada vez es más complicado aprovechar el espacio. «Cuando ahorremos un poco tenemos que mudarnos como sea a un sitio más grande», se sincera él. «¡Pero si no tenemos ni un euro!», le contesta ella sin disimular su preocupación.

Pero las apreturas no han conseguido minar el cariño que articula la animada vida en el hogar. Cada tarde toca partida de Monopoly, que es la estrella entre los contados juguetes de los niños, aunque tenga ya más uso que años. Los pequeños hoteles de plástico parecen más bien chabolas por lo raídos que están, las tarjetas de suerte no tienen ni una sola esquina recta y cada día se pierden más y más billetes del juego, que son sustituidos por los niños por trozos de papel pintados a mano, no tan bonitos, pero dinero al fin y al cabo. Isra, el mayor, es el rey del paseo del Prado y de la Castellana, y el pequeño Xosé compite con el vano empeño de hacer fortuna con Lavapiés y la ronda de Valencia, que generalmente lo dejan sin blanca.

Para ellos es el juego más maravilloso del mundo en el hogar más maravilloso del mundo, en el que cinco bolas rojas y unas lucecitas adornan en un rincón la rama de Navidad más maravillosa del mundo. La mañana de Reyes del año pasado, con el Monopoly en las últimas, ya casi sin billetes, los niños madrugaron, entraron a la carrera en el salón y se abalanzaron entre gritos de júbilo sobre el regalo que los magos de Oriente les habían dejado a pie de árbol.

Sus padres, que aún se estaban desperezando, observaron entonces que había otra sorpresa. Colgado de aquella rama de Navidad se balanceaba un voluminoso calcetín rojo con una tarjeta anónima en la que se leía: «Para papá, mamá y el piso nuevo». Lo descolgaron enseguida y miraron en su interior. Allí se apelmazaban, hechos un gurruño, todos los billetes del Monopoly que habían ido desapareciendo de manera misteriosa en las últimas semanas, mezclados con algunas monedas de verdad… y los restos mortales de un par de huchas rotas.