El preludio de la revolución: la crisis de las subsistencias

Xosé Alfeirán

A CORUÑA

Las protestas obreras aumentaron desde finales de 1916 debido a la carestía de la vida por la Gran Guerra

16 oct 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

La subversión se extendía por Europa. El 8 de marzo de 1917 (23 de febrero según el calendario ruso) comenzaron las protestas en San Petersburgo. Siete días después, el 15, el zar Nicolás II abdicaba, caía la monarquía y se instauraba en Rusia una república parlamentaria que no calmaría las ansias revolucionarias de las masas. En el trasfondo del malestar estaban los sacrificios impuestos por causa de la Gran Guerra iniciada en 1914. En los países contendientes, la mayoría de los europeos, la guerra absorbía la casi totalidad de sus recursos, miles de combatientes morían en los frentes y los civiles padecían una creciente privación de bienes y alimentos. En los neutrales las protestas se extendieron debido a la carestía e inflación. El esfuerzo bélico amenazaba con trastocar el orden establecido.

En España, que era neutral, la agitación social y política se fue incrementando en paralelo al desarrollo de la Gran Guerra. Desde el comienzo del conflicto, las necesidades de los beligerantes generaron un fuerte aumento de las exportaciones que produjeron grandes y crecientes beneficios empresariales, enriqueciendo a una minoría. Pero al mismo tiempo causaron un desabastecimiento del mercado interno y una constante alza de precios. Como los salarios no subieron al mismo ritmo, el nivel de vida de la población descendió provocando la multiplicación de las huelgas y la confluencia de acción de socialistas y anarquistas.

Ya a finales de 1916 los sindicatos UGT y CNT convocaron un paro general de 24 horas en toda España como protesta contra la subida de las subsistencias, la falta de trabajo y la pasividad del Gobierno. El paro general se realizó 18 de diciembre y fue un éxito, mostrando el poder del proletariado organizado.

La huelga

En A Coruña, según la prensa local, no se recordaba ningún otro paro tan unánime. No se trabajó en las fábricas, talleres y obras, no circularon tranvías, coches de punto y carros de transporte, no se publicaron los periódicos, cerraron los mercados, tiendas, comercios y oficinas, los campesinos de los alrededores no vinieron a vender sus frutos a la ciudad y el puerto quedó inmovilizado. Solo abrieron cafés, cines y farmacias y trabajaron, previo acuerdo, los obreros de la fábrica de gas y electricidad. No hubo incidentes.

A pesar de las protestas, la situación no mejoró, sino que se agravó a comienzos de 1917 por la acción de los submarinos alemanes que entorpecieron todo el tráfico comercial en el Atlántico. El descontento obrero se agudizó. Y, en medio del desasosiego provocado por las noticias que se recibían de Rusia, la UGT y CNT acordaron el 27 de marzo emplear la huelga general, sin plazo definido de terminación, para obligar a las clases dominantes a realizar los cambios necesarios del sistema que garantizasen al pueblo una vida decorosa. A partir de ese día debían laborar para su organización y éxito. El Gobierno reaccionó suspendiendo las garantías constitucionales, estableciendo la censura de prensa y clausurando todas las sociedades obreras. Nada sucedió, pero la amenaza persistía. Continuará.