«Acabo de comer aquí, tengo quien me cuide y no necesito ayuda»

A CORUÑA

DANIEL AMBROA

Mercedes, la mujer acampada en las Esclavas, declina la colaboración de Padre Rubinos o la policía

29 sep 2022 . Actualizado a las 18:52 h.

Se llama Mercedes, es gallega y por algún motivo que prefiere proteger ha decidido vivir debajo de un árbol en un recodo del jardín que comunica el edificio de las Esclavas con el andén que bordea la playa de Riazor. En el tiempo que ha transcurrido desde que se instaló en el lugar, alrededor de un mes, al menos una persona de la institución benéfico social Padre Rubinos acudió a su encuentro para ofrecerle asistencia y una cama en el albergue localizado a 900 metros escasos. La mujer rechazó la ayuda.

«Nos preocupan estos casos. Por alguna razón deciden quedarse en la calle y cuando es así nosotros no podemos hacer nada más, no los podemos obligar a aceptar nuestro ofrecimiento de acogida», subrayó ayer Eduardo Aceña, presidente de Padre Rubinos.

También una patrulla de la Policía Local se personó en el lugar para conocer las circunstancias en las que se encontraba esta vecina de aspecto pulcro, aseada, bien peinada -«en ningún caso pensarías que vive en la calle», anotó una paseante- y sometida, eso sí, a la severidad de las noches a la intemperie y la vida empaquetada en cuatro bolsas, que desde hace semanas se abren y cierran al compás de las rutinas diarias de su propietaria (a media mañana abandona el refugio y hasta después de comer no acostumbra a regresar). 

La visita de la policía

El Ayuntamiento no respondió a la solicitud de información sobre las condiciones en que se encuentra la mujer y las quejas que ha suscitado su presencia entre algunos vecinos y padres de alumnos del colegio de las Esclavas. Ella misma confirmó la visita de la Policía Local y el mensaje que le dejaron. «Nada, me dijeron que estuviera tranquila», comentó Mercedes a media tarde, abrigada, serena e indiferente, en apariencia, a las miradas furtivas -y no tan furtivas, algunas- de los paseantes.

«Acabo de comer. Aquí -explicó señalando su campamento alrededor del tronco del metrosidero-. Sardinas, aceitunas, dos peras... Bien. No necesito nada más». Todo estaba en orden. Los vasos de los que se sirve para recoger el agua de las duchas de la playa colocados sobre un plato de cerámica, los paraguas con los que se cubre colgados de una rama, la pequeña bandera de España, el diccionario de gallego, una colección de piedras y conchas del arenal, el centro de flores secas, las bolsas con la ropa de cama, una camiseta con el escudo del Deportivo, la palangana de la limpieza...

El tiempo que permanecerá en Riazor no lo ha decidido. La cercanía del invierno no la asusta. «Tengo quien me cuide, no necesito ayuda», advirtió con amabilidad exquisita, pero zanjando con rotundidad cualquier posibilidad de avenirse a un eventual traslado a un lugar más apacible. «A lo mejor ya no estoy aquí cuando llegue el mal tiempo, ya me habré ido con mi gente», deslizó.

Mercedes ha vivido en varias casas en los últimos tiempos, pero de todas ellas se marchó, afirmó, por propia iniciativa. «No me echaron de ninguna casa», respondió esta mujer de 58 años, negando así las informaciones que apuntaban a su presencia habitual en una vivienda okupada de la que la habrían expulsado para echar el candado y cerrarla a cal y canto.