«Esta gente ya es de mi familia»

R. d. Seoane A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

Los pacientes que convalecen en sus hogares con apoyo sanitario elogian el trato próximo del equipo humano

18 sep 2019 . Actualizado a las 13:37 h.

La sonrisa de Begoña da la bienvenida en Mazaido bajo un diluvio. Sentado en la sala, su marido, Jesús Iglesias, planta dos besos a Chus, la enfermera de hospitalización a domicilio. La conoce desde hace ocho meses, pero «esta gente, para mí, ya es de mi familia. Su trato es especial. Todo el personal, de 10, por no decir 12, y ya han pasado unos cuantos por aquí», resume Suso. Al principio, las visitas eran a diario. Su caso era de los complejos, con una vía central y una herida muy difícil de curar.

Suso tiene 51 años y está deseando volver a su trabajo de jardinero. A los 20, un accidente de moto marcó un antes y un después. Fue renqueando, con una docena de paradas en el quirófano de por medio, hasta que una infección crónica en la pierna obligó a los cirujanos a cortarle, hace casi un año, parte del hueso. En su lugar, le pusieron una prótesis que heredó otra infección y que, ahora, ve por el agujero abierto en su rodilla. «Tiene instalada en casa una máquina -explica la enfermera- con un apósito especial que absorbe todo el exudado de la herida, la mantiene libre de contaminación y favorece el crecimiento de tejido; la cicatrización se reduce a la mitad». De ahí la necesidad de las visitas.

«Cuidado -apunta Suso-, en el hospital también me tratan muy bien, pero como en casa, en ningún lado», reflexiona en voz alta. Da fe su mujer, para quien no solo es tener que ir hasta el Chuac, sino «estar allí, esperar, volver... y el calor que te da esta gente...». Obviamente, su marido no tiene facilidad para caminar. Ahora, que todo apunta a que pronto podrá volver a ser operado porque «han conseguido curarme la infección en casa», este paciente confiesa a su enfermera que «cuando me den de alta, os voy a echar de menos».

El portal de Concepción Gómez, cerca de la iglesia de Oza, también tiene su particular Alpe d’Huez para quienes ya no deben subir escaleras. Concha, de 78 años y con una enfermedad hepática, hace sopas en el café con leche cuando la médica Leticia Hermida entra a visitarla. «¿No quería salir en el Hola?», bromea. «Estoy encantada con toda la gente que viene; mira qué día está hoy como para salir al hospital», dice mientras desayuna y la preparan para la paracentesis. «¡Vamos allá, jefa!», la anima Leticia. Tienen que pincharla porque acumula líquido que le dificulta respirar, un procedimiento que no deja de darle cierto susto. «Podemos dejarlo para otro día», le explica la doctora, que la ausculta arrodillándose sobre la cama para que esté cómoda. «No sé qué hacer. Pero casi hoy y queda el trabajo hecho», se decide Concha mientras María, su hija y cuidadora principal, apunta: «Úsame para lo que necesites». Ella, como en tantas familias, hace encaje de bolillos con hijas, marido y hermano para que mamá esté lo mejor atendida posible. Por eso sabe lo que vale la ayuda sanitaria. «No tiene precio, para mí ha sido un descubrimiento: todos, del primero al último, son cariñosísimos».

«Tenemos muchas familias coraje por el mundo a las que habría que darles un título»

Bromea Chus con que «podríamos ser taxistas» porque conocen al dedillo el callejero. Antes de ver a Suso, ya visitó a una chica parapléjica a tratamiento por una infección, quedó con un paciente con corazón mecánico y después irá a hacerle las curas a otro joven con un problema en la mandíbula pendiente de pasar por la cámara hiperbárica. Y todavía falta para el mediodía.

«Hacer más de seis visitas al día es difícil», señala Leticia. Saben cuando entran en una casa, pero nunca cuánto tiempo estarán dentro. Las dos, por separado, citan continuamente el papel de los cuidadores. «Tenemos muchas familias coraje por el mundo, y a muchas habría que darles un título de lo que saben», subraya la doctora.

Como ella, Chus no deja de elogiar el trabajo de mujeres como la madre de Concha o la esposa de Suso, toda una experta en antibioterapia por vía central. «Lo que podamos hacer por nuestra mano..., bastante trabajo tienen», responde. Ambas piden por un servicio que, por experiencia, saben que no hay dinero que lo pague: «Necesitan más gente también el fin de semana», dice Begoña. «No es criterio que la hospitalización a domicilio dependa de dónde vivas, me parece increíble. Y tristísimo», se queja María.