«Los Mallos tiene personalidad»

Eduardo Eiroa Millares
Eduardo Eiroa A CORUÑA / LA VOZ

A CORUÑA

EDUARDO PéREZ

Por su colegio pasaron 3.000 niños de una zona de la que destaca el carácter familiar de los vecinos

14 may 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Los Mallos fue, seguramente, el último barrio medieval de la ciudad. No por la época en que se hizo, porque surgió en los años 50 del siglo pasado, sino por la filosofía constructiva: las calles no son otra cosa que el espacio que iba quedando entre las casas. Creció apelotonado y sin zonas verdes ni dotaciones. Tanto es así que los servicios, cuando llegaron, hubo que colocarlos en pisos. En uno de ellos estuvo durante años el centro de salud, en otros tres se repartió mucho tiempo el colegio Los Mallos, que nació más modesto y con otro nombre, Atenea. «Las calles eran los pasillos del colegio», cuenta José Salgado Sánchez (León, 1939), que dirigió aquel centro desde su nacimiento hasta que cerró hace ya más de dos décadas.

Salgado es de esas personas que se conocen por su apellido, no por su nombre. Y pocos en el barrio, especialmente los veteranos, no lo conocen. Por sus aulas pasaron unos 3.000 niños, todos de allí. Salgado es un testigo del crecimiento y decadencia del barrio. «Cuando llegué la ronda de Outeiro acababa ahí», cuenta tomándose un café en un establecimiento de la ronda y señalando algo más arriba de la estación de tren, una de las fronteras de los Mallos.

La zona no tenía ni colegio, de ahí que acabase creando uno, que aglutinó a tres. No se unieron físicamente, sino que se cambiaba de aula por las calles.

«De la estación para arriba esto era un monte y Vioño, un pueblo», cuenta sobre aquellos años. «Creció de modo extraño, los constructores eran los propietarios de los terrenos, no profesionales, y salieron cosas rarísimas, una casa baja y otra alta al lado, todas sin ascensor... Ahora no hay ni sitio para poner aceras», cuenta.

El barrio tiene virtudes, y tuvo más, cuenta: «Tiene personalidad propia y gente muy franca». Muchos de sus pobladores, rememora, venían de aldeas de otros municipios. «Nos conocíamos todos, muchos vecinos trabajaban en el puerto y había también mucha emigración», relata.

La zona fue envejeciendo mal, en el plano urbanístico, y atravesando problemas, como el de las drogas en los ochenta, que azotaron también a otros puntos de la ciudad.

Entre los hitos recientes, destaca la peatonalización de Ángel Senra, una calle que se ha convertido, en parte, en la nueva «capital» de los Mallos, un área que tira hacia la Falperra y la Sagrada Familia antes que a otros sitios. Cosas que llegaron después, como el centro cívico o el centro de salud, les quedan, cuenta, bastante a desmano.

Salgado fue también el artífice, hace dos décadas, del aparcamiento subterráneo de la ronda de Outeiro, que hoy gestiona. Aquello también le dio sus quebraderos de cabeza por esas cosas del dinero. Pero ahí está el párking abierto.

Negocios emblemáticos

Allí siguen en pie establecimientos que forman parte de la esencia del barrio: la pulpeira de Arzúa, el bazar Puerta del Sol, Novedades Vázquez, Yolanda... El problema es que muchos comercios están cerrando y un buen número de pisos, sobre todo los más altos -sin ascensor- que se están quedando vacíos.

En la asociación de comerciantes Distrito Mallos se aglutinan 200 negocios. Esa entidad la preside Salgado, que pasó también por otros organismos sociales. Ahora lucha porque se materialice un proyecto socialista, el de la creación de un distrito universitario para aprovechar esos pisos vacíos y atraer nueva población, los estudiantes, a una zona que necesita renovarse y ofrecer atractivos. Los tiempos en que San Luis, la cadena de electrodomésticos y tecnología, despuntaba en el barrio, ya son historia, y en las calles estrechas que se extienden por allí no es fácil encontrar nuevas tiendas ni a jóvenes paseando. El relevo lo están dando los inmigrantes, que crecen en un espacio en el que urge algo más, sí, pero que tal y como fue concebido, tiene mal arreglo.

Bajas pensiones y la edad media acercándose cada vez más a los 50 años

La fronteras de los Mallos son más o menos difusas, pero en líneas generales se puede decir que linda con la Falperra y la Sardiñeira, marcando sus fronteras la avenida de Arteijo y la estación de tren.

Población

El relevo lo dan los extranjeros. Si no fuera por los inmigrantes, el barrio habría perdido población en los últimos años. Cuenta con 17.202 vecinos. Son 50 más que en el 2012, si bien desde entonces y hasta hoy el número de nacidos en el extranjero que viven allí pasó de 2.183 a 2.426. Son el 14,1 % del total de una zona que ocupa el 10,25 % de la superficie del municipio, con una densidad algo menor que la media, 44,3 vecinos por cada 10.000 metros cuadrados .

Edad media

Más de 48 años. Aunque varía según la zona, en el barrio la edad media supera ligeramente los 48 años, por encima de las cifras de la urbe. El arco va de 46,4 a 51,3 años, según las calles en las que se mire.

Afiliación a la Seguridad Social

La mitad. El porcentaje de personas en edad entre los 16 y los 64 años afiliadas a la Seguridad Social se queda, aproximadamente en el 50 %, más o menos como la media coruñesa.

Pensiones

Muchos más jubilados que jóvenes. El 24,61 % de los vecinos de los Mallos son pensionistas y en algunas áreas los que superan los 64 años pasan del 32 %, mientras el porcentaje de los que son menores de 20 años llega, en el mejor de los casos, al 15,4 %, aunque la media se sitúa en el 12 %. Las pensiones tampoco son elevadas, con 953 euros de media y pocas variaciones.

El caótico urbanismo de los años 50 afronta una difícil reconversión

Uno de los grandes problemas del barrio es que no quedó un terreno libre. Todo está lleno de casas, muchas de ellas de escasa calidad constructiva, que aportan poco atractivo. La renovación del parque de viviendas, se aceleró algo durante el bum, se ha frenado en un área en la que no hay parcelas para poder construir nuevo servicios. Mantiene, eso sí, una identidad propia que no hay en otras zonas nuevas, más impersonales. La población envejece y no abren negocios, no hay parques infantiles ni piscinas (hasta la Sardiñeira), pero aún así, los de allí llevan con orgullo el ser de los Mallos.