«Lo siento, pero no puedo ayudaros...»

Rodri García A CORUÑA

A CORUÑA

Unas horas en un punto de recogida de alimentos muestra la generosidad de muchas familias y pone al descubierto la precariedad de otras

15 sep 2014 . Actualizado a las 14:48 h.

Durante esta mañana los voluntarios del Banco de Alimentos Rías Altas están transportando a la sede de la entidad cientos de kilos donados durante el fin de semana en los supermercados Eroski de A Coruña y el área metropolitana. La recogida comenzó en la tarde del viernes y continuó el sábado. Uno de los puntos de recogida era en la Barcala. En la entrada del supermercado varios jóvenes entregaban una octavilla explicando que esta operación kilo estaba organizada por la Asociación Memoria Álvaro del Portillo. Dentro, un par de adultos recogían las donaciones en los carros. Cuando se llenaban los empaquetaban en el almacén del propio supermercado donde se iban amontonando las cajas que hoy están siendo trasladadas.

La mayor parte de las personas que acudían a hacer la compra se llevaban la octavilla sin más. Una mujer preguntaba: «¿Qué es lo que más necesitan?». Le sorprendía que pudieran ser útiles de aseo para bebés o alimentos infantiles. Y es que la recogida, que se llevó a cabo en 43 ciudades españolas, estaba enfocada a los más pequeños tras el último dato del INE de que hay en España 275.000 niños menores de edad en riesgo de exclusión social.

A veces eran los críos los que depositaban en los carros la aportación familiar de arroz, pasta, azúcar, aceite o leche. Desde la caja, los padres les seguían con la mirada mientras abonaban la compra. Toda una clase práctica de solidaridad que terminaba con una sonrisa de satisfacción de los pequeños.

«Tengo mucha pasta», aseguraba un usuario en la entrada del supermercado. Al principio los voluntarios no le entendieron bien: no era dinero, era pasta para cocinar. Ofreció unos cuantos kilos si iban a recogerlos a su casa.

En ocasiones las donaciones eran bolsas enteras con alimentos y hasta un carrito. Lo habitual era el goteo generoso de muchas familias dejando alimentos.

El contrapunto lo ponían casos como una mujer que recibía la información y susurraba: «Lo siento, pero no puedo ayudaros...». Su cara estaba marcada por el sufrimiento. Entró al supermercado y salió con lo imprescindible. En silencio y con la vista baja. No fue la única. Otras personas confesaron su necesidad y alguno de los voluntarios que recogía alimentos fue a comprarles algo: generosidad sobre generosidad que se contagiaba. Varias adolescentes confesaban al recibir la información: «Solo veníamos a comprar pipas...». Salieron con las pipas... y un paquete de alimentos que dejaron en el carro.