Mónica Forteza: «Para pintar, mi brazo izquierdo mueve el derecho»

A CORUÑA

PACO RODRÍGUEZ

13 jul 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

La dulzura viaja en silla de ruedas. «Soy muy dulce pero tengo carácter», puntualiza Mónica Forteza Monfort. Tiene 41 años y está soltera. «Estoy enamorada de la vida y muy contenta con todos los años que pueda llegar a cumplir», reflexiona. Desde los 9 padece una distrofia muscular, una enfermedad de las denominadas raras, de las que se diagnostica un caso entre un millón. Está claro que estoy ante una mujer especial. «Todos somos especiales», asegura. Utiliza una frase que atribuye al Dalai Lama para resumir su filosofía de vida: «Solo hay dos días al año en los que no puedes hacer nada, ayer y mañana».

Hoy charlamos en el café Marita Ron, donde hace unos días inauguró su primera exposición de pintura. «Siempre he pintado, desde niña, pero en el 2010 empecé a disciplinarme. La pintura es una gran escuela para la vida. No todo lo que esperas lo consigues, pero siempre tiene algo de valor. Te enseña también a que lo que te gusta a ti puede no gustar a los demás. La pintura te permite adaptar tus capacidades y te enseña a buscar tu manera de hacer las cosas. Por ejemplo, para pintar, mi brazo izquierdo, que tiene poca movilidad, mueve el derecho, que es el de la precisión, porque soy diestra», relata, como siempre, con dulzura.

Café frío

Pide un café con leche. Pasado un buen rato de charla la taza sigue en el mismo sitio y con el mismo contenido que como la trajo el camarero. «Me gusta tomarme el café frío, pero quiero que me lo sirvan caliente y dejar que se vaya enfriando. Soy muy cafetera desde que dejé de fumar, era muy fumadora», confiesa.

Le apasiona la música. «Casi toda. Ante de venir aquí escuché la banda sonora de La Misión. Soy de blues, de jazz y acabo de descubrir a Rhye, que me encanta. No es amiga de Facebook pero sí tiene un blog. Se considera autónoma. «Soy sociable, pero disfruto muchísimo de la soledad». Le encanta pasear. Es capaz de recorrer diez kilómetros al lado del mar y se la puede ver a menudo en el entorno de la playa de Oza. Relata con entusiasmo sus horas de natación en la piscina de San Diego. «Llevó un mp3 de los que se pueden mojar y bailo debajo del agua», asegura.

Estereotipos

Todo eso en su tiempo libre, cuando no está en Grumico, donde trabaja como psicóloga y coordinadora del gabinete de accesibilidad. «Me encanta que me pidan ayuda, me siento útil».

«Los prejuicios hacia la discapacidad me duelen en el corazón y cuando se es mujer discapacitada se es doblemente discriminada. Y una persona con discapacidad no trabaja para entretenerse, lo hace para aportar algo a este mundo», sentencia. Pone varios ejemplos. «La niña que se fija en ti y la madre le dice «es que está enfermita». ¡Un discapacitado no es un enfermo! O la señora que te ve con el perro (su mascota, Becky, es una mestiza de apenas 8 kilos) y te dice «que bien te viene, que te hace compañía». Me dan ganas de decirle «lo mismo que a usted su perro». No quiero que se cometa el error de conectar con mis cuadros por mi situación». Una de sus obras es un autorretrato, de cuando era una niña, en otro aparece su perrita... Se reconocen muchos lugares de la ciudad. «Puede parecer una cursilería, pero una vida de amor es una vida plena. Todo esto te lo digo a ti porque te quiero mucho», me dice antes de invitarme al café.