Los Limones regresan a la tierra que los vio nacer en los ochenta, con nuevo disco y energías renovadas. A las 00.30 horas cerrarán la noche en la que tocarán junto a referentes de su música. Algo que a Santi Santos, líder del grupo, le hace una especial ilusión. «Queremos estar a la altura; eso de tocar junto a Nacha y La Unión... ¿quién nos iba a decir hace veintipico años que compartiríamos escenario con los grandes?», reflexiona.
-Aquí ustedes son casi tan queridos como ellos. ¿Lo saben?
-Es que es nuestra tierra. Llevo muchos años fuera, pero me doy un paseo por la ría de Ferrol a diario, aunque sea en sueños. Galicia es nuestra inspiración, por eso el concierto de esta noche será el más especial del año para nosotros.
-Llevaban mucho tiempo sin sacar nuevos temas. ¿Podremos escuchar algo de «13 limones» esta noche?
-Hay que dejar sitio para los clásicos, aunque con guiños al disco nuevo.
-¿Es igual de limonero?
-Nosotros siempre hemos sido fieles a nuestra esencia, a las gaitas y la steel guitar. Los Limones decimos: «nunca hemos inventado nada», pero vamos perfeccionando nuestro estilo. Este disco es muy dosmilcatorce, pero sigue sonando a Limones.
-Entonces, ¿siguen ustedes como el primer día?
-Con el mismo optimismo y las mismas ganas. Es verdad que después de tanto tiempo sin componer tenía miedo a las críticas, pero la gente ve esta etapa como un paso adelante del grupo. Al ver la reacción del público siento que ha merecido la pena el esfuerzo de sacar el disco adelante. Hasta la nueva versión de Ferrol gusta a los más puristas.
-Sin embargo, las cosas han cambiado muchísimo, ¿verdad?
-Nada es como era. En los ochenta y los noventa el grupo y lo que tenía que decir era lo que más se respetaba, ahora es más importante la galería, el nombre del festival. Además, hoy existe un exceso de regulación; que si la SGAE, que si la discográfica... Nosotros cogimos una época más libre.
-Pero aún se puede salir adelante.
-Siempre hay salida. Como dice Manolo García, «nunca el tiempo es perdido». Trabajas, trabajas y, cuando menos te lo esperas, te ves metido en un sueño como tocar en María Pita.