Todas las generaciones tienen sus himnos. Y parte de la que hoy pasa de los 35, y se vio inmersa en aquel matrimonio entre la electrónica y el rock que irrumpió en los noventa, lo encontró en Born Slippy. Es la canción emblema de Underworld. Incluida en la banda sonora de Trainspotting, cristalizó el subidón del momento: el de muchos veinteañeros cuyas pupilas dilatadas no divisaban los demonios que vendrían luego. Los vivió en sus carnes Karl Hyde, el cantante de Underworld que, pese a todo, habla de ella con cariño: «Cuando eres joven y haces música, sueñas con hacer un número uno, pero no todos los temas que se convierten en clásicos trascienden. Con eso ya ni sueñas, crear una canción que sobreviva a tu muerte. Y con Born Slippy lo hicimos, aunque la verdad es que todavía nos preguntamos cómo logramos triunfar con ella».
-¿Qué sienten al tocarla?
-No puedo evitar sonreír. Es un tema que hice en una época muy oscura de mi vida. Así que ahora sonrío por lo afortunado que fui al salir de aquello y haber recorrido todo el mundo tocando ante audiencias maravillosas. En una buena parte, eso es gracias a este tema.
-¿Y el público?
-Sonríe también, porque sabe de qué va todo esto. Incluso las audiencias más jóvenes sonríen, porque también saben qué es esta canción. Es lo que os decía antes: los números uno pertenecen a generaciones. Los clásicos perduran y trascienden generaciones y modas. Y Born Slippy es un clásico.
-¿Cómo recuerda aquel Londres de los noventa?
-Como algo muy especial. Comenzamos una cosa nueva, con gente como Goldie, gente de las artes gráfi cas, muchas tiendas de discos, clubes donde podías ver a los Chemical Brothers... Simplemente sabías que algo especial estaba pasando y que estabas en medio de todo ello.
-¿Echa de menos aquella excitación?
-Lo realmente excitante de aquel entonces era que la gente estaba haciendo cosas por sí misma. Eran actos artísticos que, para encontrarles un referente próximo para poder comprenderlos, habría que irse hasta finales de la década de los sesenta, con los hippies. Hablo de cosas como las raves ilegales con 10.000 personas de fiesta. Nunca habíamos oído hablar de algo así. Pero, además, era algo comercial. La gente estaba haciendo verdadero negocio con ello, aunque a su vez se trataba de algo muy independiente. Era como la promesa incumplida del punk. Esa independencia real de la música y de la escena era lo que lo hacía tan excitante. Sabíamos que los medios terminarían por prestarnos atención. Era demasiado popular, más grande que algo meramente underground. Lo que nunca debió pasar, y que rompió el encanto, es que la gente comenzase a querer ser estrellas del pop, con grandes contratos discográficos en multinacionales. Y la gente cambió. Incluso las randes bandas de rock de la generación anterior dijeron: «Yo también quiero algo de eso». Lo entendimos, pero no lo compartimos. Nunca quisimos ser parte de eso. Nunca quisimos ser estrellas del rock, por eso hubo gente que nos adelantó. Eso terminó por cambiar la escena y la música. Cuando los festivales dance empezaron a ser propiedad de festivales de rock y cuando se empezó a ganar mucho dinero, fue cuando todo cambió.
-Las críticas de su último disco, «Barking», dicen que Underworld sigue sonando a Underworld.
-Hagamos lo que hagamos, siempre sonaremos a Underworld. Da igual cuánta gente involucremos en el proyecto. Obviamente, tenemos un sonido propio que está ahí, en alguna parte.
-Para muchos de nosotros ustedes son un clásico en vida. ¿Se ven así?
-Eso es muy generoso por vuestra parte, pero no. Para nosotros el reto está en la actuación de cada noche. Somos solo tan buenos como lo seamos en nuestro próximo show. Es maravilloso ser reconocido junto a artistas de gran talento de una parte especialmente rica de la historia de la música. Pero lo nuestro es hacer levitar a la gente en nuestro espectáculo cada día.