Los investigadores descartaron el robo desde el primer momento y lo consideraron algo «personal»

M. V. OURENSE/LA VOZ.

A CORUÑA

27 may 2010 . Actualizado a las 02:00 h.

El homicidio de José Martínez y María Teresa Campos no fue un robo. Desde el primer momento los investigadores que revisaron el lugar del crimen se dieron cuenta de que aquello parecía haber sido algo «personal». En el domicilio no faltaba nada y la casa no había sido revuelta, por lo que enseguida las sospechas se centraron en el entorno más cercano de los fallecidos. Alguien de confianza había ido a su casa con el propósito de asesinarlos.

Comenzó entonces un largo camino investigador que se centró, conocidos los detalles forenses, en aclarar qué habían hecho los familiares de la pareja la tarde de los hechos. Los primeros en ser interrogados fueron los dos hijos pero la declaración que resultó menos clara a los agentes de la Guardia Civil fue la del vástago, José Miguel. Primero dijo no recordar donde había estado y después relató que había ido a Maceda, donde se había encontrado con amigos. Uno de ellos era Rosa P. R., quien meses después acabaría confesando que mintió para encubrirlo.

Antes de eso, los investigadores ya tenían otros indicios que, a su juicio, dirigían las sospechas hacia José Miguel. Un vecino había visto un coche como el suyo dirigirse a la casa de los padres la tarde de los hechos y en el volante aparecieron restos de elementos químicos que podrían ser de un arma. Además, José Miguel nunca trató de ocultar que tenía escasa relación con sus padres y eso tampoco lo ayudó. El odio podía haber sido el móvil del crimen.

En la travesía, quedaron por aclararse incógnitas como la del anónimo con amenazas de muerte que fue hallado entre las ropas de José Martínez. Nunca se pudo relacionar con el acusado, pero tampoco se ha aclarado quien lo escribió.