«Hasta los ochenta costó meter a los coruñeses en los helados»

A CORUÑA

MARIA AURTENECHEA

En 1950 un italiano abrió la heladería La Italiana y con los años logró convertir su producto en un clásico. Su hijo sigue el negocio con el mismo recetario

17 feb 2020 . Actualizado a las 17:58 h.

«Cuando paso por la calle y veo a la gente con nuestros helados, me siento orgulloso». Lo dice David De Cesero, el actual responsable de la heladería La Italiana. Sabe que esa imagen es una de las postales veraniegas de la ciudad, especialmente en agosto, cuando las familias se echan a la calle por las fiestas. No siempre fue así. Su padre, italiano proviniente de Langaro, una aldea de Belluno, en la región de Veneto, tuvo que pelear para popularizar el helado en la ciudad: «Fue complicado. Hasta los ochenta costó meter a los coruñeses en los helados».

Retirado hace años, sigue acudiendo al local que hoy gestiona su hijo. Recuerda los tiempos en los que tenían un segundo local frente al Teatro Colón, el que actualmente ocupa la heladería Colón («la traspasamos para hacer aquí la reforma», comenta), y un carrito móvil: «Lo solíamos colocar frente al cine París». Pero, lo dicho, costó mucho. Da un ejemplo: «Venían las mujeres de los pueblos y pedían un cucurucho para llevarles a sus hijos. No sabían que se derretían».

Mientras Giovanni De Cesero administraba la heladería, el pequeño Pablo correteaba entre las mesas. «A los 15 empecé a hacer recados y al final terminé aquí», explica. «No pensaba continuar el negocio -admite-, pero no era bueno en los estudios y aproveché la oportunidad que tenía». Desde 1998 lleva las riendas de la heladería.

Mirando siempre al cielo

Como su padre, lo primero que hace Pablo cada mañana es mirar al cielo. «Es radical. Si hay sol se funciona, si hace mal tiempo no», asegura. «Eso pasa aquí, porque en Italia en pleno invierno, a 5 grados, la gente sigue tomando helados», añade su padre. Esos hábitos coruñeses le llevan a cerrar el negocio de noviembre a febrero con dos únicas excepciones: la víspera de Navidad y Nochevieja.

Ese modo de trabajar en épocas festivas chocó con la juventud de Pablo. «Siempre estaban sus amigos por aquí esperándolo», recuerda el progenitor. «Claro, cuando tienes 20 años lo que quieres es estar por ahí», añade el hijo. «Fue un poco complicado trabajar juntos, pero poco a poco al final nos entendimos», dice entre risas.

Parte de ese entendimiento pasó por sumergirse en la libreta de recetas que Giovanni fue recogiendo durante todos sus años de heladero. «La mayoría de lo que vendemos viene de ahí. Ahora hay muchos sabores nuevos, pero la base es toda esa», precisa David, que aún nota dejes antiguos en sus clientes: «Vienen personas mayores pidiendo un helado de mantecado. Ahora nos obligan a llamarle vainilla por la cantidad de huevo que tiene».

El local, por el que pasaron desde Luis Suárez hasta Elsa Pataky o la familia Franco, tiene cuerda para rato. Pablo tiene aún 40 años y cree que el helado artesano nunca desaparecerá. ¿Una tercera generación? «Mi hija tiene 11 meses. A ver qué pasa».