El joven investigador gallego que ha creado el árbol de Navidad más pequeño del mundo: «Al llegar a Holanda me dijeron "¿qué te hicieron en España? Vamos a cambiarte el chip"»

Antonio Garrido Viñas
antonio garrido VILAGARCÍA / LA VOZ

CIENCIA

CEDIDA

Adrián Seijas Gamardo relata el día a día de su trabajo en el laboratorio del MERLN Institute de Maastrich y subraya que sus jefes emplean ahora como ejemplo de divulgación científica esta diminuta pieza ornamental, que solo puede ser vista con un microscopio electrónico

07 dic 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

El joven investigador que ha diseñado el árbol de Navidad más pequeño del mundo, que el barrio de O Piñeiriño (Vilagarcía de Arousa) exhibirá estas Navidades, nació en Ames en 1995 y estudió en el colegio Peleteiro, de Santiago. Buen estudiante, Adrián Seijas Gamardo tuvo que decidirse en su momento entre cursar Medicina en Santiago o Biotecnología en León. Ganó la segunda opción.

—¿Cómo acabó en Holanda?

—Siempre quise dedicarme a la investigación, de hecho, hice prácticas en el IDIS en el Hospital de Santiago de Compostela y en el departamento de Biología Celular de León. Sin embargo, después de cuatro años de Grado, me encontré con demasiados profesores desmotivados, repitiendo temarios y siendo extremadamente pesimistas. Eso, unido a la falta de financiación y los bajos salarios para los investigadores en España, no ayudaba a verlo como una opción viable. Sin embargo, animado por un profesor de la universidad (José L. Mauriz) y algunos compañeros, decidí hacer un máster en Biomedicina y Medicina Regenerativa en la Universidad de Maastricht. Mi idea era ganar experiencia fuera y luego volver para trabajar en alguna empresa. En 2017, al llegar a Maastricht (en el sur de Países Bajos, justo donde se juntan Bélgica, Alemania y Países Bajos) me encontré con algo radicalmente distinto. Conseguí una entrevista para hacer las prácticas del máster en el MERLN Institute, uno de los centros más importantes de Ingeniería de Tejidos y Medicina Regenerativa. El proyecto combinaba ingeniería, química y biología. Mi primer pensamiento fue que no sabía lo suficiente para eso y, sin embargo, me lo ofrecieron a mí. Recuerdo que en la primera reunión mi supervisor me dijo: «Piensa, dime qué necesitas y te lo conseguimos», y más adelante: «¿Qué te hicieron en España? Si quieres, claro que podemos hacer esto, vamos a cambiarte el chip». Fue una experiencia genial, y realmente vi que la resiliencia y la formación que tenemos los estudiantes españoles estaban muy por encima de los holandeses. Así fue como, al final de mis prácticas, tuve clarísimo que así sí quería hacer un doctorado y dedicarme a la investigación. Al terminar el máster me ofrecieron dos contratos de doctorado: uno con el profesor con el que había trabajado en las prácticas y otro con un profesor joven que acababa de conseguir financiación para empezar su grupo, también de MERLN Institute. Al final acepté la oferta de este último porque sus ideas eran totalmente nuevas y me inspiraban mucho. Aunque era la oferta menos definida y más arriesgada, me parecía la oportunidad más interesante.

—¿En qué consiste su trabajo?

—En una semana normal tengo varias reuniones con los compañeros del grupo y mi supervisor para actualizarnos, también con empresas y médicos. Además, tenemos que dar algunas clases y supervisar a estudiantes de prácticas. Pero donde paso la mayor parte del tiempo es en el laboratorio. Mi trabajo se centra en la investigación en Organ-on-a-chip. Básicamente, el concepto es recrear o fabricar un órgano del cuerpo en dimensiones muy pequeñas. ¿Para qué hacemos esto? Pues es el futuro de la investigación biomédica: no utilizamos animales de laboratorio y podemos fabricar muchos de estos órganos en miniatura. Esto es relevante porque en esos dispositivos recreamos la función de un órgano usando células madre y podemos estudiar enfermedades y probar nuevos fármacos. Con esto, logramos que probar nuevos medicamentos sea más barato, rápido y sin necesidad de usar animales. Junto con mi jefe, y después de tres años de investigación, patentamos una tecnología que ahora me permite fabricar dos Organ-on-a-chip: uno de la barrera hematoencefálica y otro de endometriosis. La barrera hematoencefálica consiste en los vasos sanguíneos que rodean el cerebro, muy especiales porque lo protegen de sustancias dañinas. No dejan pasar toxinas, drogas, patógenos... Pero al mismo tiempo también bloquean medicamentos que queremos que pasen, como antitumorales o tratamientos contra el Alzheimer. En mi proyecto, estamos recreando esos vasos sanguíneos para estudiar cómo se comportan en esas situaciones. Por otra parte, la endometriosis es una enfermedad históricamente olvidada, pero afecta al 10 % de las mujeres, causando mucho dolor durante la menstruación y otras veces infertilidad. En el chip que estoy creando, estamos estudiando por qué ocurre esto, cómo se genera ese dolor, para entender cómo podemos pararlo.

—¿Hay más españoles ahí? ¿De dónde son sus compañeros?

—Sí, hay algunos españoles más, pero es un instituto muy internacional. Hay gente de la India, China, Estados Unidos, Italia, Portugal, Grecia, entre otros. Hay pocos holandeses, eso sí.

—¿Cómo surgió lo del árbol de Navidad?

—El año pasado estábamos teniendo la comida de Navidad que hacemos todos los años en el instituto. Ese día traemos a la oficina comida típica de nuestro país o región y la compartimos con el resto. Durante la comida, vi en Internet la noticia del árbol de Navidad más pequeño de España. Miré el tamaño y lo comenté con los compañeros que tenía al lado. Recuerdo que dijimos: «Eso, con una impresora 3D, se hace más pequeño». Luego pensamos cómo se podría hacer aún más pequeño y dijimos al mismo tiempo: «¡2PP!», refiriéndonos a la técnica de 2 photon polymerization (polimerización de dos fotones). Entonces Elisabetta Avizzano, que estaba ahí y es la que tiene más experiencia con esa técnica, dijo: «Si me dais el diseño, lo hacemos». Ya con el café en la mano, cogí el portátil e hicimos el típico árbol de Navidad con sus bolas y la estrella en la punta. Lo adapté un poco para que fuese compatible con la técnica y listo. Al acabar el café, fuimos a la clean room, una zona del laboratorio donde el aire está constantemente siendo filtrado para que no haya partículas de polvo en suspensión. Tenemos que llevar ropa especial para cubrirnos y no contaminar la sala. Allí está la máquina de polimerización por dos fotones, que se parece a un microscopio un poco especial. Cargamos el archivo y empezamos; en poco más de dos minutos estaba listo. Pero no sabíamos si había funcionado: sabíamos que habíamos producido algo, pero no lo podíamos ver. Así que fuimos al microscopio electrónico, y allí estaba, el árbol de Navidad más pequeño del mundo.

—¿Cómo fue el proceso de creación?

—La técnica de polimerización por dos fotones se basa en utilizar una resina líquida que, al entrar en contacto con dos fotones (partículas de luz), polimeriza, es decir, reacciona volviéndose rígido. Lo relevante es que solo en el punto en que se encuentran esas 2 partículas de luz a la vez, la resina se endurece. Entonces, si dirigimos estos fotones a distintos lugares, podemos hacer formas, en este caso el árbol de Navidad. Esta técnica la tienen en muy pocos sitios y la máquina cuesta un poco más de medio millón de euros.Esto lo utilizamos para recrear estructuras donde cultivar células humanas, por ejemplo, para hacer esas recreaciones de órganos humanos.

—¿Cuánto mide?

—El árbol mide 10 µm (micrómetros). Podríamos hacerlo un poco más pequeño, pero perderíamos algunos de los detalles, como las puntas de la estrella en la cima del árbol. Para tener una referencia, el grosor de un pelo humano es de unos 100 µm, por lo que este árbol es diez veces más pequeño que el diámetro de un pelo. A día de hoy es el árbol de Navidad impreso en 3D más pequeño del mundo.

—¿Le contó a sus jefes lo que estaban haciendo?

—Toda la estructura de MERLN está pensada para que este tipo de conversaciones surjan espontáneamente durante las pausas de la comida o en el laboratorio. La oficina es un espacio abierto, y las únicas dos paredes que hay son de cristal. Tenemos mesas que compartimos y nunca nos sentamos en el mismo sitio. Este tipo de colaboraciones e ideas surgen constantemente, por lo que lo hablamos y un par de horas más tarde ya estaba hecho. Se lo contamos después de haberlo hecho, como solemos hacer con algunas ideas de investigación. Cuando se nos ocurre una idea pequeña que queremos probar, simplemente hacemos una prueba de concepto rápida. Después, si eso funciona y tiene sentido dentro de la línea de investigación, ponemos más recursos y tiempo para hacerlo mejor. Ahora el árbol es algo que los jefes utilizan como ejemplo de divulgación científica.

—¿Fue complicado?

—El proceso de fabricación está muy optimizado gracias a Elisabetta, quien consigue hacer cosas mucho más complejas para los cultivos celulares en el laboratorio. Para el árbol, realmente diseñamos doce árboles de distintos tamaños en el mismo archivo, uno al lado del otro. La impresión de esos doce árboles nos llevó unos dos minutos, y decidimos que el de 10 µm era el que se veía más bonito para enseñárselo a la gente.

—El árbol no se ve. Es casi una cuestión de fe que nos creamos que está ahí, ¿no?

—Tal cual. A simple vista, solo se ve una pequeña mota de polvo. Si utilizamos un microscopio óptico (los típicos que se ven siempre), se puede ver un punto verde más grande (la resina que utilizamos es de ese color). Si aumentamos mucho, podemos empezar a ver una estructura, pero sin mucho detalle. Para verlo correctamente y apreciar todos los detalles, necesitamos un microscopio electrónico. Estos alcanzan magnificaciones mucho más altas porque no funcionan con luz, sino con electrones (partículas más pequeñas que un átomo). Para utilizar este tipo de microscopio, tenemos que aplicar una capa de oro muy fina y un poco de plata encima de la muestra. Utilizamos estos materiales porque conducen muy bien la electricidad. De hecho, el árbol que utilizamos para sacar las fotos también está en Vilagarcía y, si la gente se fija, verá que tiene una capa de color amarillo encima: ese es el oro de 24 quilates que utilizamos.

—¿Se acercará a Vilagarcía a verlo?

—Claro, tengo muchas ganas de ver cómo lo han presentado y, si la gente tiene curiosidad, también pueden preguntarme.