J. M. Mulet, catedrático de Biotecnología: «Mal vamos si necesitamos a una niña como Greta Thunberg»

CIENCIA

José Miguel Mulet
José Miguel Mulet PACO RODRÍGUEZ

Abonado a la polémica, pero siempre con sólida base científica, el autor desenmascara a las organizaciones ecologistas en su nuevo libro

15 abr 2021 . Actualizado a las 19:59 h.

No le tiene miedo a nada. Con la ciencia como aliada, José Miguel Mulet vuelve a colocarse en el ojo del huracán al atreverse a poner en la picota al grupo de héroes modernos más ensalzados: los ecologistas. En su nuevo libro Ecología real desmiente bulos sobre el cuidado del medio ambiente y nos anima a salvar el planeta desde la acción individual. Implacable con el greenwashing o márketing verde («que apela a las emociones para tomarnos el pelo»), alerta sobre el peligro de los falsos ecologistas. Aquí no se salva ni el gato. «Nada es gratis, y una mascota, tampoco».

Para que lo veamos claro, Mulet compara el planeta con un aseo público: «Hay que dejarlo como te gustaría encontrarlo». Y para ello nos propone acciones individuales sencillas entre las que se cuentan algunas tan chocantes como poner el microondas o dejar de mandar wasaps tontos. «Si poner el microondas implica no utilizar otro recipiente, ya estás ahorrando jabón y agua potable. Y respecto al WhatsApp, todo cuesta energía y si decides no utilizarla en enviar vídeos prescindibles, o que en todo caso, solo sirven para aumentar la crispación política o difundir desinformación, ahorras energía y tiempo a tus contactos».

El reciclado de envases es una de la acciones ecológicas que más a mano nos quedan, pero ¿sirve? «Sí, sí que sirve y mucho. Se ahorran emisiones directamente e indirectamente (los costes de obtención de la materia prima), pero hay que hacerlo bien, no todo vale... por cierto, separad la basura en casa».

Y para lograr tener una casa verde (sin que haga falta pintarla) también hay mucho que decir. ¿La mejor calefacción? «La del vecino». Y del aire acondicionado ya ni hablamos. Los electrodomésticos y su mítica obsolescencia programada que, como los reyes magos, «somos nosotros», aclara Mulet, cuanto más duren mejor. ¡Y cuidado con las bombillas! Que no es oro todo lo que reluce, así que mejor que nos quedemos con las led. «Calefacción central en invierno, y ventilador y abrir la ventana en verano y ahorraréis energía», asegura.

La compra

Los coches («no creo que llenar espacios naturales de urbanitas circulando con un 4x4 sea la mejor forma de preservar la naturaleza, aunque quizá esté equivocado»), los viajes, las vacaciones (propone que mejor en tren o en coche de alquiler y a Benidorm antes que a un hotel rural) y la siempre liosa cesta de la compra también se ponen bajo la lupa. Mulet asegura que alimentarnos sin comerse el planeta es posible combinando economía, salud y ecología. Esta es su receta: «Aumenta el consumo de alimentos vegetales y en la medida de lo posible de temporada y de proximidad, y olvídate de sellos como ecológico, biodinámico o slow food».

Bolsas de plástico 

Y al entrar en el súper enseguida pensamos en las bolsas: ¿plástico o papel? Pues Mulet ha calculado que todas las bolsas de plástico que una persona consume en un año supone una emisión de CO2 igual a la que lanza un coche en un trayecto de solo 20 kilómetros. «Si en vez de comprar en el supermercado de tu barrio e ir a pie, tienes la costumbre de ir al hipermercado, el ahorro en bolsas te cubre como medio viaje al año». Eso sin contar que ahora gastamos más en bolsas de basura ya que no aprovechamos las del súper.

Y nos metemos en el peliagudo tema del etiquetado verde, del greenwashing. De ese «si tienes algo malo, píntalo de verde». «Hace años cuando te vendían una enciclopedia te decían aquello de ‘tu hijo la necesitará en el colegio', apelaban a tus sentimientos más profundos: darle lo mejor a tu hijo. Aquí es parecido: ‘Compra este producto porque nos preocupamos por el medio ambiente‘. Es una herramienta de márketing poderosa y da muy buena imagen, por lo que las empresas lo utilizan, y muchas organizaciones ecologistas lo saben mercantilizar muy bien. El problema es si un logo de una organización ecologista al lado del logo de una multinacional realmente significa que esa multinacional se preocupa por el medio ambiente o solo vende el logo».

Hablando de postureos ecológicos, Greta Thunberg y su viaje en velero tampoco se salva de las críticas. «Greta Thunberg no ha dicho nada que no supiéramos. La gente que la defiende dice que ha servido para concienciarnos. Mal vamos si para eso necesitamos a una pobre niña. Otra cosa es que el papel de los influencers o líderes de opinión esté bien para señalar el problema, pero no para apuntar la solución, algo para lo que no está siendo muy útil, o que ha dicho cosas que no tienen demasiado sentido. Por cierto, ¿Greta Thunberg es feliz? Espero que sí y que esté viviendo la vida que ella ha elegido vivir, pero después de leer los libros que ha escrito su entorno, me preocupa».

La lucha contra la matanza de ballenas y contra la energía nuclear han sido dos de los bastiones de los movimientos ecologistas. Lo de los balleneros parece que ya ha pasado a la historia. «Es un tema de márketing. Aquella campaña ya estaba amortizada y no van a estar toda la vida vendiendo el mismo producto, al final la gente se cansaría y dejaría de pagar la cuota. Ahora están con el plástico y las abejas... ah sí, y en contra de las granjas. A ver cómo luchamos contra la despoblación del medio rural si convertimos el campo en un parque temático para urbanitas como ellos proponen». Tampoco está muy contento con el papel de los periodistas como divulgadores del verdadero ecologismo. Pero eso ya te dejo que lo descubras tú cuando leas el libro.

En cuanto a las energías alternativas, ya sabes, eólica, solar... nos cuenta que «el problema es que durante mucho tiempo las expectativas superaban la realidad. Por suerte, y gracias a la tecnología, cada vez son más una alternativa real, pero siempre necesitaremos una energía alternativa a la alternativa, porque almacenar la energía es complicado y no siempre sopla el viento o sale el sol. ¿Qué tal si la nuclear fuera la energía alternativa?». Para los que llevamos en su día con orgullo la chapita del «nuclear, no gracias», resulta difícil de aceptar.

Y es que la relación entre el ecologismo y la política es muy estrecha. El tema ocupa el último capítulo del libro y nos muestra unos orígenes muy diferentes a lo que podríamos pensar. El pack ideológico de ecología e izquierdismo se viene abajo cuando Mulet nos descubre las relaciones que el movimiento tuvo en sus inicios nada menos que con el nazismo. Un ecologismo que también se encontraba muy vinculado a la nobleza: «Cuando un bosque se quema algo suyo se quema, señor conde...», que decía el humorista Perich. No fue hasta los sesenta cuando el amor por lo verde se hizo de izquierdas. Para evitar errores de percepción, Mulet nos recomienda estudiar detenidamente las propuestas para el medio ambiente y el cambio climático que incluyen los partidos en sus programas electorales, sin dejarnos cegar porque se llame ecologista o verde. También nos anima a ser exigentes con las asociaciones ecologistas en las que militamos, analizar los objetivos de sus campañas y valorar los resultados obtenidos.

El libro se terminó de escribir en plena pandemia del covid que nos ha traído nuevas costumbres como trabajar en casa y el ocio en el campo. Pero hay sorpresa, porque Mulet sostiene que el teletrabajo es mucho más ecologista que el agroturismo. «El desplazamiento que menos contamina es el que no se hace. Y montar servicios para la temporada turística y que la gente tenga que desplazarse en coche... no parece la mejor solución para el medio rural, y, desde luego, no es ecológica. Por cierto, el covid nos ha enseñado lo peligroso que es para la economía que toda dependa del sector servicios. Si no llegan los turistas, todo se hunde».

Cambio de hora 

Estamos en tiempo de cambio de hora, medida que últimamente está en entredicho. «Beneficia... al comercio. El ahorro energético oscila entre lo poco y lo inexistente. Eso sí, el sol de medianoche de finales de junio en Galicia tiene poco que envidiarle al de Noruega». En eso estamos de acuerdo.

Lo que ya escuece más es ese comentario que se incluye en el libro sobre que los gallegos siempre nos quejamos del tiempo y de que nadie distingue un pescado salvaje de otro de piscifactoría. «Mi abuela era de Muros y veraneo en Camariñas. La piscifactoría de rodaballos que me enseñaron debí soñarla. Y que los gallegos no se quejan del tiempo... pregúntaselo cuando están en Mallorca o en Benidorm... ».

José Miguel Mulet no se calla una. No me extraña que las redes sociales ardan con solo oír su nombre. Entre otras lindezas le llaman «el defensor del glifosato», que se usa para combatir las hierbas que crecen en el asfalto de viales y aceras: «El tema es que el glifosato no se utiliza por gusto, sino por necesidad. Otro pequeño detalle que se olvida es que el uso racional del glifosato salva vidas». Y la ciencia cierra bocas.