El hallazgo de ondas gravitacionales abre una nueva era en la astronomía

Raúl Romar García
r. romar REDACCIÓN / LA VOZ

CIENCIA

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La evidencia directa confirma la última predicción de Einstein de hace cien años

12 feb 2016 . Actualizado a las 15:20 h.

Imagínese que el universo es como una gigantesca cama elástica que representa el tejido espacio-tiempo que contiene toda la materia. Solo que esta tela no es uniforme, sino que está curvada, deformada por masas aceleradas que actúan sobre ella. La gravedad es el producto de esta curvatura, como si fuera la abolladura que sobre la imaginaria cama elástica produce un niño dando botes al estirarla y comprimirla. En el espacio, esta acción está provocada por los acontecimientos más violentos, como la fusión de agujeros negros o la explosión de supernovas. Su huella son las ondas gravitacionales, que hacen que el tejido espacio-tiempo vibre como un tambor y que se propagan en todas las direcciones del universo viajando a la velocidad de la luz, algo parecido a lo que hacen las ondas sísmicas en la corteza terrestre.

Estas ondulaciones, que retrotraen al primer eco del big-bang, fueron predichas por Albert Einstein hace cien años en su Teoría General de la Relatividad, pero sus efectos son tan imperceptibles que nunca se han podido detectar de forma directa. En la tierra, por ejemplo, una onda gravitacional intensa provocaría un movimiento mil veces más pequeño que un diámetro de un protón, de ahí que el propio Einstein creyese que nunca se iba a confirmar su existencia de forma directa. Pero por una vez se equivocó. Acaban de ser detectadas por los investigadores del experimento LIGO en dos agujeros negros que chocaron hace 1.300 millones de años, un descubrimiento que garantiza un Nobel directo y que supone uno de los mayores hallazgos de la física de los últimos tiempos, además de abrir una nueva ventana al universo. Empieza la era de la astronomía gravitacional, la que permitirá observar el espacio oscuro, la mayor parte del cosmos que es invisible a los telescopios de radiación electromagnética (rayos gamma, rayos x, ultravioleta, infrarroja o la propia luz visible). Será una nueva forma de ver, o mejor dicho de escuchar, lo que ocurre ahí afuera y comprender los secretos de los agujeros negros, las supernovas o las estrellas de neutrones, que nunca hasta ahora se han podido detectar de forma directa.

«La radiación gravitacional, una especie de susurro cósmico, nos permitirá conocer mejor la historia del universo», constata Alicia Sintes, responsable del grupo de Relatividad y Gravitación de la Universidad de las Islas Baleares, el único de España que participó en el experimento Ligo, que movilizó a 950 científicos de 15 países.

Futuro Nobel

«Este paso adelante marca el nacimiento de un dominio enteramente nuevo de la astrofísica, comparable al momento en que Galileo apuntó por primera vez su telescopio hacia el cielo» en el siglo XVII, subrayó aún con más vehemencia France Cordova, directora de la Fundación Nacional Estadounidense de Ciencias (National Science Foundation), que financia el laboratorio Ligo. Sus promotores, Rainer Weiss, Kip Thorne y Ronald Trever serán, casi con total seguridad, los nuevos ganadores del Nobel de Física. Ya lo fueron en 1993 Russel A. Hulse y Joseph H. Taylor, que veinte años antes hallaron la primera evidencia indirecta mediante la observación de una pareja cósmica formada por una estrella de neutrones y un púlsar.

LIGO está compuesto por dos interferómetros, uno en Hanford (Washginton) y otro en Livingstone (Loussiana) que hacen rebotar la luz láser entre espejos situados en los extremos opuestos de tubos de vacío de cuatro kilómetros de largo.

De contemplar el espacio en blanco y negro a poder escuchar su sonido

Si la observación tradicional del espacio desde la Tierra es como ver el universo en blanco y negro y hacerlo desde el espacio, a través de los telescopios orbitales, es como contemplarlo en color, el seguimiento de las ondas gravitacionales sería como poner sonido al espacio. Es un avance fundamental que ha destacado el propio Stephen Hawking, quien cree que gracias a este logro se podrán ver algunas «reliquias del Universo muy temprano, justo después del Big Bang». «Se abre una nueva forma de mirar el universo y la capacidad de detectar las ondas gravitacionales tiene el potencial de revolucionar la astronomía», aseguró el físico en declaraciones a la BBC.

Un entusiasmo parecido comparte Carlos F. Sopuerta, investigador principal de astronomía gravitacional en el Instituto de Ciencias del Espacio (IEEC-CSIC) de Cataluña e investigador del proyecto europeo LISA-Pathfinder para detectar las ondas gravitacionales en el espacio. «Es un hito», asegura, al tiempo que destaca que el solo hecho de haber podido detectar un sistema binario en el que dos de sus componentes son agujeros negros ya supone de por sí un gran avance. «No los habíamos visto nunca», advierte.

«Gravedad extrema»

Sopuerta también entiende que la posibilidad de estudiar objetos del espacio sometidos a una gravedad extrema, como es el caso, también supondrá una gran oportunidad para «poner a prueba en todos sus extremos la Teoría General de la Relatividad de Einstein y ver si se confirma en todos los casos».

«No hay duda de que el descubrimiento es de Premio Nobel», resalta el investigador.