
La semana empezó convulsa, porque las crisis tienen un inicio agitado, pero esta tuvo un denominador común nada despreciable, la coincidencia generalizada en que el cambio parecía necesario. Sin dudar del trabajo, de la dedicación ni de la intención de Hernán Pérez, el relevo se veía conveniente. El sustituto contó también con la aprobación masiva del entorno futbolístico lucense. Así que la sensación desde la derrota del domingo fue tornándose en un nuevo tiempo, con cierto aire ilusionante.
Especialmente alentadoras fueron unas palabras en su presentación, que no por sabidas me llamaron la atención, a veces alguien tiene que decir obviedades que se transforman en resortes que te devuelven la esperanza. «Es el equipo más experto en sufrir, es el más experto en saber lo que hay que hacer para salvarse, es el más experto en salvarse todos los años». Fran Justo nos acababa de presentar la fortaleza más importante de este equipo. Lo imaginábamos pero es muy conveniente que alguien como él nos lo recuerde. Conviene ir sumando fortalezas para lo que nos espera.
En el vestuario, pues como el juego de la Oca, todos de nuevo a la casilla de salida. Con autocrítica, recobrando la energía, con la mente clara y limpia, con renovados ánimos, con el contador a cero, con la responsabilidad individual puesta al servicio del equipo. Volver a empezar.
El rival no era el más aconsejable para un estreno en el banquillo pero el calendario no entiende de sentimientos. La tarde gris y lluviosa invitaba al fútbol de pie duro, taco largo. Fútbol de carácter, combativo y con pinta de hacer pocos amigos. Así fue desde el inicio hasta el final. El equipo jugó con las armas de siempre, trabajo, entrega, faena y sacrificio. Y un plus más de todo esto porque los acontecimientos así lo requerían. El empate final fue un vendaval de emociones. Se agitaron hasta los aficionados más responsables, más prudentes. Eso es bueno. Despierta perezas, sacude apatías, altera indiferencias. Alguien lo dijo, somos expertos en sufrir, expertos en salvarse.