El Finisterre: todo el mundo sabe dónde ando

francisco gómez-canoura

ZAS

Ana Garcia

«(...) Aquí lo tenemos todo: naturaleza pura, paisajes, cultura, espiritualidad, patrimonio, gastronomía... Sin entrar a hablar de nuestras gentes, en las que se da una perfecta simbiosis de todo lo anterior, un ser humano muy completo (...)», escribe el sacerdote, responsable de diez parroquias de Zas

01 jul 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando mis familiares o amigos que están fuera de Galicia me preguntan dónde estoy destinado, a veces, me es un poco difícil de explicar para que acierten a ubicarse bien. Por desgracia, si digo que estoy en Zas, no tienen ni idea; si digo en Baio, tampoco; si digo en la Costa da Morte, piensan en el Prestige… No sé si será por la incultura o por la lejanía de mis amigos, pero, de hecho, no se dan cuenta. Si ya Galicia está en una esquina, cómo van a saber a qué me refiero con esos nombres tan raros...

¿Cuál es entonces la solución para que esta gente ubique bien dónde estoy? Hay una palabra que nunca falla: Finisterre.

Sí, si les digo que estoy en el Finisterre, todo el mundo sabe bien por dónde ando. Esta palabra latina que denomina desde la antigüedad nuestra gran comarca describe a la perfección dónde vivimos: vivimos en el finis terræ, en el fin de la tierra, el fin del mundo. Ya los romanos le pusieron este nombre cuando vieron hundirse el sol en el océano Atlántico y no encontraron nada más allá. Pero, si nos paramos a pensar, podemos sacar dos conclusiones de lo que es vivir aquí según el significado que le demos a la expresión «fin de la tierra».

Fin de la tierra puede significar el límite del mundo, el confín del planeta, el lugar más apartado del centro, es decir, un lugar lejano, recóndito, inhóspito, donde la vida es difícil y atrasada por estar lejos de todo. Esa puede ser una definición, una definición peyorativa y bien deprimente.

Sin embargo, pocas veces los que vivimos aquí nos damos cuenta de que «fin de la tierra» también puede significar el finis coronat opus (el fin que corona la obra), la consumación de la tierra, el destino de la tierra, la finalidad de la tierra, es decir, el lugar donde la tierra ha llegado a su plenitud, el lugar idílico, la ubicación perfecta (aunque, a veces, pillemos a Google Maps un poco descolocado).

Esta es otra definición posible, esta es positiva y yo me quedo con esta.

Es una virtud amar la patria. Con el gran amor que los gallegos tenemos a nuestra tierra, cómo puede ser que, en ocasiones, la miremos con recelo, envidiando a otras regiones de España. No nos damos cuenta de que somos españoles que hemos tenido la gran suerte de nacer en Galicia (así dicen mis tías). Y si, además, vivimos en nuestra comarca del Finisterre, aun estamos tentados de pensar que somos inferiores al resto de Galicia. Nada más lejos de la realidad, ese pensamiento sí que está en las antípodas de la verdad y es perjudicial. Dirán ustedes: «Oiga, yo vengo siempre el fin de semana», y yo les contesto: «Qué pena, qué pena contentarse solo con eso».

Aquí lo tenemos todo: naturaleza pura, paisajes, cultura, espiritualidad, patrimonio, gastronomía… Sin entrar a hablar de nuestras gentes, en las cuales se da una perfecta simbiosis de todo lo anterior, dándose aquí un ser humano muy completo, sin nada que envidiar al de muchas grandes urbes. Y eso que los gallegos tenemos fama de morriñentos. Y, aun así, nos contentamos con venir el fin de semana y, eso, mientras tenemos a quien visitar aquí.

¿Y después?

Somos unos privilegiados. Pero tenemos entre manos una empresa muy importante, que nuestra tierra siga siendo el fin del mundo, que todo el mundo siga sabiendo (y que se entere el que no lo sabe) que aquí lo tenemos todo. ¿Qué nos falta entonces? Creérnoslo. Si lo creyésemos de veras no vendríamos el fin de semana, sino que, aunque tuviésemos que estar de lunes a viernes fuera, estaríamos deseando volver a asentarnos en nuestra tierra a la mínima de cambio. Creámoslo, no hay lugar mejor, es el fin del mundo. Pero, como todo es mejorable, pidamos una ayudita al de arriba y a los de arriba para que nadie se tenga que ir y que, incluso, los de fuera puedan venir aquí, y no hablo solo de visita (que el turismo está muy bien), sino definitivo. Juntos se puede más. Es mi humilde reflexión sobre esta maravillosa tierra. Solo comparable a donde uno nace es donde uno pace.

«Somos unos privilegiados, pero tenemos entre manos una empresa muy importante»

DNI. Francisco Gómez-Canoura. Nació en A Coruña en 1987 y en esta ciudad se crio, aunque sus raíces están en Viveiro. Licenciado en Derecho, en el 2007 ingresó en el Seminario Mayor y compaginó los estudios, licenciándose además en Teología Fundamental. Fue secretario particular del obispo auxiliar de la archidiócesis de Santiago. Fue ordenado sacerdote a principios de julio del 2014, y el municipio de Zas fue su primer destino como párroco. Primero fue responsable de seis parroquias, y desde noviembre del 2016 se encarga de cuatro más. Son diez: Zas, Loroño, Santo Hadrián de Castro, Mira, Gándara, Carreira, Baio, Lamas, San Cremenzo de Pazos y O Allo. Es el sacerdote con más parroquias a su cargo, aunque no con la mayor población, ya que suma unos 3.400 feligreses en casi 74 kilómetros cuadrados de territorio.