«En la crisis del Prestige nos llegaban casi 50 aves al día repletas de fuel»

Pablo Varela / A.A. A CORUÑA / LA VOZ

VIMIANZO

Vítor Mejuto

Tras el hundimiento trabajaron en el Centro de Recuperación de Fauna Salvaje de Santa Cruz voluntarios y vecinos que ofrecieron su ayuda desinteresadamente. Lo cuenta Francisco Javier Balado, veterinario del centro

03 dic 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

No recuerda haber vivido nada igual. Ni siquiera con el naufragio del Mar Egeo. Francisco Javier Balado, veterinario en el Centro de Recuperación de Fauna Salvaje de Santa Cruz, es uno de los dos trabajadores de la instalación que ya estaban allí cuando el Atlántico devoró el Prestige y expulsó sus entrañas en forma de chapapote para cambiar la historia de la costa de Galicia para siempre. Por las manos de Balado pasaron las otras víctimas colaterales de la tragedia: cientos de aves afectadas.

-¿Qué le viene a la cabeza cuando rememora aquella catástrofe?

-La primera imagen que me llega quizá sea la de 13 o 14 araos manchados de negro. En la crisis del Prestige, entre noviembre de 2002 y finales de febrero del 2003, nos llegaban cada día casi 50 animales vivos y muertos repletos de fuel. Para hacerse una idea, con el hundimiento del Mar Egeo vinieron un total de 80 aves afectadas. El Prestige fue algo diferente.

-¿Estaba el centro preparado para una situación de aquella magnitud?

-Con el tiempo, se demostró que la instalación antigua no servía ni para la cuarta parte de lo que pasó. De hecho, hubo que disponer dos hileras de casetas de obra de forma auxiliar para tener las aves a buen recaudo.

-¿En qué ha cambiado ahora?

-Por ejemplo, hay tres piscinas para alojar a los animales y zonas de lavado y aclarado, también de calefacción. Podríamos afrontar una crisis así con muchas más garantías. Y años atrás, la plantilla de trabajadores era más pequeña.

-A nivel psicológico, tampoco parece sencillo lidiar con una tragedia así.

-En la costa tal vez fuese diferente, porque allí no se percibía una luz al final del túnel con la recogida diaria de petróleo. Aquí, quizá porque veíamos que el animal seguía vivo y teníamos el objetivo de que recuperase la libertad, puede que lo llevásemos de otra manera. Es decir, compensaba porque trabajabas por su supervivencia.

-En aquella lucha no estuvieron solos.

-Hubo una increíble voluntad de ayudar. Aquí hubo gente de muchas nacionalidades, voluntarios todos. Pero también estudiantes de Biología o Veterinaria que se incorporaban a los turnos de trabajo. La facultad de Lugo fletaba dos transportes diarios para que viniesen los estudiantes, pero incluso vecinos de Santa Cruz se acercaban a echar una mano y nunca les preguntamos qué profesión tenía cada uno. Lo hacían por solidaridad.

-¿Cómo llegaban las aves a las instalaciones?

-Podían ocurrir dos cosas: la primera, que las aves ingiriesen el fuel y muriesen envenenadas; y la segunda, que el plumaje se impregnase del petróleo, el animal perdiese impermeabilidad y, con ello, penetrase el agua, con lo que la vería como un elemento hostil. Aquí, en general, hubo trabajos de estabilización.

-Se realizaron tareas de recuperación casi de sol a sol.

-Empezábamos a trabajar a las 8 de la mañana y no parábamos hasta las 9 de la noche. Nos mandaban animales a diario desde puntos intermedios como Lousame, Xubia o Vimianzo. Y lo llamativo es que para el lavado usábamos lavavajillas, porque es un método empleado a nivel internacional. Hubo empresas que nos ofrecieron detergentes industriales, pero nos negamos. Aquello no era un experimento científico.