Un paseo por las estrellas junto a los petroglifos de Boallo

Xosé Ameixeiras
X. Ameixeiras CARBALLO / LA VOZ

VIMIANZO

A. LAVANDEIRA

Más de medio centenar de personas acudieron a la incursión por el arte rupestre de Berdoias, Vimianzo

16 jul 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Los petroglifos son el gran misterio aún sin descifrar. En Galicia hay más de 3.500 estaciones de arte rupestre, auténticos museos escondidos en la naturaleza y en su mayor parte abandonados, sin catalogar y en peligro de sufrir múltiples agresiones. Otros países con menos riqueza y valor en arte prehistórica ya lograron la declaración de Patrimonio de la Humanidad para sus ejemplares. Aquí, no. Lo contaron los miembros de A Rula en el recorrido nocturno por los diseños de hace 5.000 años de Boallo (Berdoias-Vimianzo).

Los excursionistas se juntaron aún con sol en las antiguas posesiones de Coto de Boallo, en el rueiro del pazo que construyó en 1637 Martiño de Castiñeira, hijo del inquisidor Alonso de Lema II. Manuel Rial, técnico del Concello de Vimianzo, y Pablo Sanmartín, secretario de A Rula, dieron las explicaciones sobre el origen de una de las primeras construcciones nobles de la Costa da Morte y el siguiente recorrido.

Se desplazó el grupo hasta el viejo puente de piedra de O Vao, sobre el río Castro, escondido en este lugar al abrigo de una isla de sombra, como la denominó Antón Bouza, especialista también de A Rula. Bajo la cúpula de los robles y otros árboles de ribeira empezaron a surgir históricas fantásticas contadas por Francisca Antelo, presidenta de la asociación de vecinos, y otras lugareñas. Así, en la noche de San Xoán era tradición recorrer siete fuentes de la parroquia y al llegar a la última aparecían las meigas. Decían también los viejos que muchos mozos eran tentados por el demonio al cruzar el puente. Solía acompañarlos una hermosa mujer, pero al llegar al otro lado descubrían que las piernas de la joven eran de cabra. Cerca del paraje está la Pedra do Frade. Un monje de Moraime que pasaba por estos lugares y se vio acosado por lobos. Se subió al penedo, pero no pudo salvarse de ser devorado. Al día siguiente solo estaban las sandalias.

Al caer la noche, la expedición se dirigió al Outeiro do Recosto. Allí, con la debida iluminación y las precisas explicaciones de Sanmartín, los asistentes se sorprendieron del tesoro contenido en la estación de petroglifos. Nueve combinaciones de círculos concéntricos, con sus cavidades centrales, entre otras expresiones geométricas, que maravilló a la mayoría de los presentes. Expresiones del pasado que dan lugar a múltiples fábulas interpretativas. Un lenguaje, según Manuel Rivas, también presente, que fascina. La estación está orientada al último rayo solar del solsticio de invierno, cuando el sol se pone por mar de Rostro (Fisterra), según Antón Bouzas.

El otro petroglifo está a unos metros, en la Pedra Mosqueira, una combinación circular de tres anillos y una cavidad central. Su estado de conservación es malo. La sesión concluyó en el propio Outeiro con un paseo por las estrellas, de mano de Bouzas, entre cisnes y dragones celestes antes de retornar a la base por entre los arboles de una especie de bosque sagrado de As Chandas, casi ya en Boallo.