La naturaleza olvidada depara tesoros de ensueño en Cambeda

Xosé Ameixeiras
X. Ameixeiras CARBALLO / LA VOZ

VIMIANZO

X. Ameixeiras

La Andaina Coñece a Costa da Morte de ayer completó 12 kilómetros cargados de descubrimientos

04 jun 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Las bellezas naturales de Vimianzo son infinitas. Ayer se demostró de nuevo. Fue en la séptima ruta de las Andainas Coñece a Costa da Morte, promovidas por nueve concellos de la zona y que tendrán su fin el próximo sábado en Mazaricos. Una multitud de más de 300 personas se apuntaron al recorrido. Salió el gentío de la plaza del Concello y, una vez en marcha, hubo que tomar rumbo a Tedín. El pazo de Trasouteiro, con el techo derrumbado, y su capilla neoclásica, cerraron el periplo urbano. Una pena que el caserón de Andrés Aguiar y Caamaño se encuentre maltrecho.

Fue ahí donde el grupo se adentró en la naturaleza por un camino de los que ya no se andan. Estaba desbrozado y conquistado al abandono, pero unos tojos gigantescos y unas zarzas enérgicas amenazan con tragárselo de nuevo. La gente habla de orquestas y de las fiestas que se avecinan. Unos muros centenarios revelan el peso del pasado en el lugar. Ya casi en Sansobre sorprenden unas alvarizas, antiguos colmenares característicos de los montes de Vimianzo. En el Faro hay más, alguno de gran impacto escondido en la maleza.

Unas casonas después y al introducirse en el bosque hacia el riachuelo de Cubes, robles, laureles, acebos y otras especies hacen alarde de belleza. Un viejo molino de cubo completa la estampa. Un camino profundo lleva hasta Cubes. Dos robles inmensos reciben al caminante. A la derecha, y bajo dos hórreos, Vimianzo. Las patatas ya están en flor. En Rasamonde lucen hórreos de labradores pudientes y la Casa da Serra, con símbolos heráldicos de los Montenegro, los Caamaño y los Rioboo. El descenso lleva a la parroquial de Cambeda, con su hórreo de 22,70 metros con el techo derrumbado en parte, y la iglesia, con elementos románicos, barrocos y neoclásico y la torre de 12 metros.

Al introducirse por la vera del río Cambeda llega lo mejor. Las aguas bajan cristalinas. Alisos y robles hacen de centinelas. El lecho fluvial está muy aseado. Al lado, maizales recién brotados y praderas. A medida que el cauce empieza a serpentear y a bajar entre piedras, el agua canturrea y aparecen molinos: Prado, Muíño Vello, Novo, Pozo Negro, y aún más. El tiempo los abandonó, pero revelan su peso en la historia local. Sus capas y sus muelas quitaron mucha hambre durante siglos, aunque en los últimos decenios nadie reparó en ellos.

Es como adentrarse en un lugar de sueños. Un espacio para caminar acompañado por los pensamientos. El agua baja cada vez más rápida al saltar a su capricho de roca en roca. La vista no se cansa de admirar las sucesivas cascadas, a modo de pequeño paraíso escondido durante años. Al llegar al monte de Vilariño, el río descansa, se calma, pero por poco tiempo. Un molino más y la fervenza más bonita de todas las de la ruta retienen la mirada y obligan a la pausa. Otro regalo cubierto años y años por el velo del olvido.

La aventura continúa con la bajada de una vaguada que adornan robles y laureles y los rayos de sol que apenas pueden filtrarse entre el ramaje. Un paraje que uno puede imaginarse habitado por hadas y que invita a la ensoñación. De nuevo, el agua cayendo traviesa entre piedras, como lágrimas de emoción, por el encanto del lugar. Un hermoso secreto guardado mucho tiempo. El conjunto suena como a misterio. Un buen colofón a un viaje a la naturaleza olvidada, aunque no es el fin. Al acercarse a Ogas, un camino de carro lleva de nuevo a las orillas del río Cambeda. El agua sigue cristalina entre praderas. Con el Vimianzo urbano ya a la vista, aún queda otra bendición, un viejo puente de piedra del Camiño Real, en el Vao das Areas. Se salvó de la vorágine.

Fue docena de kilómetros cargados de descubrimientos.

Curiosidades. El recorrido agasajó a los caminantes con más de media docena de molinos, una vieja fábrica de producción eléctrica ahora abandonada, las alvarizas de Sansobre muy bien conservadas y el puente del Val das Areas, un resto del viejo Camino Real.