Tito Castro: «La parra es como una hija»

PONTECESO

MARCOS MÍGUEZ

El hostelero de la travesía de la Estrecha de San Andrés vendimiará esta semana 80 kilos de tinta romana de la planta que distingue su negocio y la calle desde hace 32 años

03 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Esta semana toca vendimia en San Andrés. Posiblemente la más occidental, urbana y de menor tamaño de Europa. «Es uva tinta romana. Obtenemos unos 80 o 90 kilos que repartimos entre los clientes. Están muy buenas. Y eso que tratamos la parra para que dé menos racimos y sea más frondosa. Ahora mismo está en su mejor momento», explica Joaquín Castro Duarte, Tito para todos. Lleva toda la vida en el mundo de la hostelería y desde hace nueve años está al frente de un mesón singular, O Viñedo de Tito, en la travesía Estrecha de San Andrés. Es un rincón único. «Es increíble la cantidad de fotos que hacen los turistas. Muchos nos preguntan si es natural. Da mucho trabajo, pero merece la pena. Es como una hija. La podamos en enero o febrero cuando pierde toda la hoja. Cada dos años le cambiamos la parte de arriba de la tierra, sin tocar las raíces, y le echamos estiércol de gallina, caballo y cabra mezclado con buena tierra. Según me dijo mi casero, tiene unos 32 años, que fue cuando se reformó la calle», destaca. Casi sin querer, en el corazón de la ciudad contamos con un atractivo turístico más, el Viñedo de Tito. 

Del Draco al Piolín

Tito es natural de A Campara, Ponteceso, un ayuntamiento que es fuente inagotable de hosteleros. Su padre era batería de una orquesta y le enseñó a tocar. «Tuvo un accidente de coche en la calle Comandante Fontanes con tal mala suerte que nunca más pudo volver a tocar», recuerda. Procede de una familia humilde y tuvo claro que quería salir del pueblo para mejorar. «Con 14 años trabajé de pinche de albañil. Me valió de mucho. Poco después me vine para A Coruña y mi primer trabajo fue en la cafetería Draco de la calle de la Estrella. Me acuerdo de todos los compañeros. El encargado era de Tenerife. Compartía cocina con la hamburguesería Fráncfort. Era a principios de los años ochenta y después cambié y me fui al Gasthof de la Marina», relata.

El día que abrió El Corte Inglés, Tito empezó la mili en Figueirido (Pontevedra). «Era de los que querían ir», asegura. A la vuelta, estuvo durante un tiempo trabajando en la cafetería Chotis del Centro Comercial Cuatro Caminos, que acababa de abrir. «Después monté con mi hermano, que había trabajado en el Rigbabá, la cafetería-parrillada Gema en el bajo donde estuvo la antigua ferretería de Monelos», apunta. Allí estuvo nueve años hasta que tomó la decisión de venirse al centro y montar el mesón A Tixola (que ahí sigue) en la calle de la Oliva. «No daba para los dos, así que cogí el bar Añón de la calle Florida, que llevaba años cerrado, y monté la cervecería Piolín, que tenía diez metros de barra. Despachaba calimochos y bocadillos hasta la madrugada», recuerda. 

Los postres de Ana

La casa fue declarada en ruinas y surgió la posibilidad de hacerse cargo de lo que ahora es O Viñedo de Tito y que en su día ya había sido un bar con bastante fama. Charlamos en una mesa alta del mesón-bodeguiña. Mientras, Ana, su mujer, prepara los postres caseros que cocina a diario para los clientes. «Hago tarta de queso con arándanos, flan, a veces tiramisú y en Navidad flan de turrón», comenta sin dejar de trabajar. «Ella es la jefa de máquinas y corazón de local. Tenemos un hijo de 32 años que es barista y se dedica a enseñar a mejorar el servicio del café. Durante la pandemia estuvo con nosotros echándonos una mano», confiesa Tito, de la quinta de 1967. 

La gente mayor

Jamón asado, pulpo, chipirones o berberechos son los platos más demandados bajo la parra. «En verano trabajamos muy bien y esperamos seguir haciéndolo. Por suerte tenemos clientes de distintas generaciones que conviven en perfecta armonía. Siempre tuve buen rollo con todo el mundo y, en especial, con la gente mayor. Siempre aprendes algo de ellos», comenta Tito, que solo libra los domingos y toma un buen cocido, su plato favorito, en cuanto puede. También le vuelven locos los callos, que no despachan en su local. «Vamos a Ponteceso a ver a la familia y nos gusta comer por ahí. Me atraen los sitios enxebres», asegura. Nos despedimos bajo su Viñedo, la gran estrella del negocio con permiso de la cocina de Ana y la simpatía de Tito. «La parra es mi niña», insiste el hostelero.