«Si no llego a estar bien adiestrado, mi copiloto y yo nos matamos»

Santiago Garrido Rial
s. g. rial CARBALLO / LA VOZ

PONTECESO

Ana Garcia

Personas con historia | Juan Álvarez de Sotomayor tiene 73 años y vive en Sergude (Xornes), muy integrado en el campo. Su vida ha sido de todo menos aburrida

15 dic 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Juan Álvarez de Sotomayor conserva un apellido que forma parte de la historia de Bergantiños. Su tío abuelo fue el famoso pintor que tan bien retrató las costumbres comarcales, cuyos frutos se extienden a través de hermanos y primos, focalizados sobre todo en Sergude (Xornes, Ponteceso) donde reside de manera ininterrumpida desde hace 13 años. No obstante, la casa es suya desde hace 34 años, y su niñez la pasó, sobre todo en las épocas de vacaciones, en otra que está a muy pocos metros. Tanto cariño le ha cogido a esta zona que la defiende cada vez que puede con énfasis: el paisaje, los vecinos, el coste de la vida, la felicidad de estar en un entorno que siente como suyo. Y al que se aplica, sobre todo en el monte, porque la pradera la tiene arrendada.

Juan no tiene una historia, tiene mil. Ya solo por el hecho de ser oficial de la Armada española (su bisabuelo también lo fue), con todo lo que eso supone de experiencias, viajes, cambios de destino. La dejó siendo capitán de fragata, el equivalente a teniente coronel de tierra. Fue en esa época en la que se aligeraron los mandos del Ejército español, concediendo ascenso y quince años de sueldo para pasar al retiro, aunque él ya prefirió irse antes y optó por las empresa privada.

Tal vez lo que más impresione al neófito es su época de piloto de helicópteros. Fue en los primeros años 70, justo tras haber pasado como oficial por el Dédalo como primer destino, aquel portatodo que Estados Unidos había regalado a España, tan bien funcionó, y acabó regresando a su lugar de origen. Al tercer año de oficial se especializó en los helicópteros. Hay al menos dos anécdotas que, desde fuera, hielan la sangre. Una ocurrió en 1973, cuando aún se entrenaba. Iba de copiloto en uno de los cuatro helicópteros en formación, y justo al un lado otro más en el que había un fotógrafo. Unos minutos después de que se le hiciera la foto a esos cuatro, el primero que se ve en la imagen y el de la cámara tocaron e impactaron contra el suelo. Murieron los dos ocupantes de cada aparato. El suyo era el tercero por orden de colocación, pero una buena maniobra de su superior evitó el peligro. Curiosamente, hace poco llamó a ese que era su jefe para darle las gracias.

Meses después, en 1974, era Juan el que enseñaba a otro alumno. En un ejercicio, se les paró el motor, se quedaron sin turbina. Estaban muy cerca de su base en Rota, y a una altitud de unos cien metros. En esos casos, si no actúas bien, el futuro no es bueno. Pero supo qué había que hacer. «Si no llego a estar bien adiestrado, mi copiloto y yo nos matamos. Gracias a estarlo sabes cómo reaccionar, qué hacer. Me dio tiempo hasta de avisar a la base. Y el helicóptero quedó bien. Es importante también tener suerte, tienes debajo un cono en el que vas a caer y no es igual un suelo sin nada que un río, por ejemplo. También es importante no ser irresponsable. Volar en verde, como decimos: ni en amarillo ni mucho menos en rojo».

Voló durante cinco años, pero ese espíritu de cambios lo llevó a un nuevo destino: a Marín, a la Escuela Naval en la que se había formado, pero regresaba como profesor, para dar clases de armas submarinas. En sus lecciones iba siempre más allá del temario para aderezarlas con comentarios sobre la vida real.

También tuvo la oportunidad de volver a navegar en el Juan Sebastián Elcano, pero ya no como en su etapa de estudiante, sino ahora a cargo de los alumnos. Se empeñó en hacerles ver «lo que el Estado pone a su disposición», a la hora de saber estar, comportarse, actual. A pequeña escala, son como representantes de España por todo el mundo. «Si el Estado gasta mucho en ti, tienes que corresponder. Fue una buena época, esa de docente, entre el 81 y el 84.

Después entró como segundo comandante en la fragata Santa María, época en la que escribieron el libro de organización del buque. Fueron cuatro años: dos en quilla y dos a bordo.

Pasó y vivió en muchos lugares con su familia: Cartagena, Palma de Mallorca, Rota, El Puerto de Santa María... No eran cambios traumáticos, «porque la Armada cuidada a su gente», con colegios, hospitales.... «Me lo pasé muy bien», reconoce. «No fui un alumno brillante, pero nunca tuve un suspenso ni un arresto», asegura.

Las cualidades de mando

Aprendió a mandar. «Nunca he mandado algo que no haya hecho antes». Durante su formación tienen que hacer trabajos que van escalando en función de la categoría. «Si lo has hecho tú, valoras más lo que hace ahora el becario».

Su vida navega ahora entre las gallinas, los pinos, algunos viajes a Madrid o a A Coruña... Tiene una vitalidad contagiosa. «No me aburro nunca, cada vez tengo más cosas que hacer». La miel es una de sus pasiones, y asiste a un curso de miel en Fonteboa y seguramente le pone tanto interés como cuando era guardiamarina en Pontevedra.