Medio siglo cuidando a su hijo 24 horas

Santiago Garrido Rial
s. g. rial CARBALLO / LA VOZ

PONTECESO

Ana Garcia

Enfermó a los tres meses y nunca se valió por sí mismo. «Eu xa non vivo sen el», dice Estrella

05 abr 2024 . Actualizado a las 12:23 h.

Francisco Bugallo Neira cumplirá 52 años en diciembre, pero no lo celebrará. Será un día más, uno como todos, sin ser consciente de lo que pasa o no pasa a su alrededor, y, si lo es de algún modo, lo que piensa o deja de pensar, no hay manera de saberlo. Ni siquiera hay un modo de entender si tiene hambre, o frío... Tiene una incapacidad del 100 % y está siempre postrado en cama. Sus códigos de comunicación son escasos y débiles, y solo los manejan su madre, Estrella, y su única hermana, Mabel; aunque sí entiende lo fundamental de lo que le dicen y es capaz de identificar los sonidos de manera muy clara. Sabe si se trata de tal o cual vecino el que entra por la puerta de la casa.

Los sonidos que él pronuncia también están solo al alcance de las dos mujeres de su vida, pero con excepciones. Por ejemplo, «papá» lo decía bien (falleció hace unos cuatro años). Su madre es «Ma», y su hermana, «Nena». Mabel, a sus 48 años, siempre será la nena para Francisco. Unas pocas palabras y gestos que permiten una interrelación que hacen más llevadero el día a día, dentro de esa marea gris de la incapacidad.

Quien mejor conoce esas claves es la madre, que pasa con Francisco las 24 horas. Casi sin respiro. Duermen los dos en la misma habitación, la única manera de poder atenderlo en caso de necesidad en cualquier momento. No fue así siempre: lleva encamado más de 30 años, ya cerca de los 40, pero sí necesitó ayuda para desenvolverse desde que nació. Medio siglo sin descanso cuidando del hijo, sin otra vida. La necesita para todo, y obviamente todo es todo, desde la limpieza hasta darle de comer. Le da a las horas normales, porque tampoco tiene manera de saber si tiene hambre o sed. ¿Y si le da y no quiere comer? «Pois mete a comida toda a un lado da boca e iso é que non quere máis», explica la progenitora.

Estrella vive por y para su hijo. Recuerda cuando le dio el mal, una meningitis tuberculosa. A los tres meses, en el hospital. «Choraba moito dende que naceu». En el clínico pasó 18 días y allí quedó marcado para el resto de su existencia. Y siendo más adulto sufrió otra meningitis más. Un cúmulo de mala suerte.

De niño no estaba como está ahora. «Andaba algo, pero nada. Había que axudarlle a todo. Ás veces comía coas mans, pero iso durou pouco, logo houbo que encamalo», dice la madre. Tampoco fue fácil. En aquella época era muy agresivo, no era fácil dominarlo ni convivir con él. Obviamente, no fue a la escuela. Toda su existencia está marcada por las calles del barrio de A Torriña, entre el puerto de Corme y A Riloa, más arriba; entre la calle Condes y la del Sol. Vías apretadas, casas abigarradas una sobre otra, una vecindad que se conoce desde la niñez y donde las familias van más allá del árbol genealógico. Vidas marcadas por el mar y la emigración.

El recuerdo del padre

Durante mucho tiempo el padre también ayudaba, y no poco. Cuando falleció le dijeron que se había ido al mar, a buscar dinero, como hacían siempre cuando se iba en el barco, por temporadas. Y él a veces hace ese gesto cuando se refiere a él, el dedo en la comisura de los labios, que significa la ganancia, como si siguiese embarcado.

Estrella tenía entonces algo más de libertad, tampoco tanta, como para salir un momento por el pueblo a algún recado. También la ayudaba su madre, fallecida. Ahora es raro que salga, si acaso unos minutos. «Pasan días e días, e días, e non saio nada», explica. Ve el mundo pasar desde la ventana, y también se la abre a Francisco, para que al menos vea la luz del sol.

Estrella también tuvo que cuidar de su madre cuando enfermó, postrada en cama dos años y medio. Dice que a todo se acostumbra uno: «A primeira vez que limpei a miña nai non sabía nin por onde ir. Axiña aprendes», asegura.

Tanta es la dedicación que se convierte en el sentido de la existencia: «É que eu xa non vivo sen el. Coido máis del ca de min. Estou acostumada a isto. Tiña 22 anos cando empezou todo, non fixen outra cousa».

El cariño no decrece ni cambia en estas circunstancias, al contrario: «Quéreselle máis a un fillo estando así como está. E o cariño nótase». También se notan detalles y gestos que, de otro modo, pasarían inadvertidos. «Ve a cara que teño, sabe se estou alegre ou triste. Percibe o que hai, entende o que pasa», afirma.

Quéreselle máis a un fillo estando así como está. E o cariño nótase»

Francisco busca maneras de entretenerse, son demasiadas horas muertas postrado. De la televisión le gusta ver los dibujos animados, poco más. Si le ponen alguna revista y objeto al lado, lo va pasando con una mano que puede mover un poco. Es lo único que se escapa de su rutina diaria. Aunque a veces -veces que se cuentan con el paso de los años- tiene que salir. Ocurrió este verano, que tuvieron que llevarlo al hospital, sacado en camilla. «Creo que lle gustou», sonríe la madre. Iba mirando a todas partes, tal vez como cuando Ramón Sampedro viajaba en la ambulancia, reflejado en la película Mar adentro. Todo era nuevo para quien volvía a verlo otra vez.

Francisco pasa mucho tiempo durmiendo. Y toda la estancia está en silencio. «Cando esperta el, xa parece que teño a casa chea», confiesa su madre.