Manuel Liñeiro: «Fue un milagro de la Virxe da Barca, caí por la escalera y no me hice nada»

Cristina Viu Gomila
Cristina Viu CARBALLO / LA VOZ

MUXÍA

ANA GARCIA

El cura de Muxía, que va camino de los 93 años, todavía celebra los todos sacramentos en las parroquias que lleva

09 jun 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

«El médico me dijo que hablara poco y bebiera mucho y hago todo lo contrario». Manuel Liñeiro arrastra una afonía más que evidente desde el día de Navidad del 2013. Cuando fue a consultarse por esa molestia el facultativo le preguntó por el motivo, si forzaba mucho la voz, si se había expuesto a una gran humareda... Ahí dio con la razón. El santuario del que es párroco se quemó y la pérdida patrimonial, sentimental o fónica no han sido las únicas ni la más importante, a pesar de la desaparición del extraordinario retablo, para este muxián nacido en Moraime en 1929. «Una hermana murió con motivo del incendio, el disgusto y el golpe le provocaron un cáncer de páncreas», dice. Era la que estuvo siempre con él, la más joven de los cuatro.

Manuel Liñeiro no para de hablar de Santa María de Roo, su anterior parroquia. De la unidad de la gente, de las actividades que organizaban, de los trabajos que hicieron estos vecinos de Noia... Todas ellas cuestiones terrenales, humanas... Nada parecido a lo ocurrido con la patrona de Muxía. «Fue un milagro de la Virxe da Barca, caí por la escalera y no me hice nada», dice. Iba a comer y cuando abría la puerta de la rectoral cayó de espaldas y fue de cabeza hasta el rellano. Diez escalones del tirón para un hombre de 93 años. Cuando lo llevaron al hospital lo tuvieron en observación y le dieron calmantes para 8 días. Pasó un poco mal la primera noche, pero al día siguiente ya no tenía nada. Ni un solo hematoma en el cuerpo. «La doctora me decía que era imposible», explica.

También cree que fue por intercesión de la santa que durante el fuego, con el trasiego de bomberos y de demás miembros de emergencias no hubiera un solo herido. Tampoco cuando el día de Reyes del 2014 el mar batió contra las puertas del santuario y rompió la Pedra de Abalar.

Manuel Liñeiro pensó en ser sacerdote antes de terminar la escuela, antes de los 14 años. Ese mismo año se fueron al seminario de Santiago cinco jóvenes de la misma parroquia. Venía de una familia religiosa. «La Iglesia me tiraba y no pensé en otro estudio», dice. Cuando llegó a Compostela tuvo que hacer el examen de ingreso, pero le preguntaron su haría también la prueba de primero y como la pasó entró en segundo.

Sin embargo, nada fue fácil. «Fueron años muy duros, en dos ocasiones nos mandaron a casa porque no había comida», explica. La que les servían, cuando la había, era poca y mala, pero tan malo como eso era el frío que pasaban. Era la posguerra y además de que no había el más mínimo lujo «la disciplina era muy dura. A las seis de la mañana empezábamos a trabajar», recuerda. «No había duchas ni podíamos fumar. Para asearnos teníamos una bañera pequeña en la habitación y el sábado subían agua caliente», recuerda.

No cree que la guerra influyese en las vocaciones, que eran muchas entonces, sino que piensa que la gente era más religiosa entonces, «no faltaban a misa y se rezaba el rosario en todas las casas», pero había algo más. «La palabra de un hombre era un documento y ahora lo falsea», dice.

Llegó como párroco a Muxía en 1984, por lo que pilló los dos mayores acontecimientos relacionados con la localidad. Antes del incendio, el Prestige puso al pueblo en el mapa de toda España. Recuerda como llegaron los primero voluntarios, sin lugares donde comer o dormir y como el Ejército ordenó todo aquello. Es su visión. También recuerda que se recolectó mucho dinero que luego no hizo falta porque hubo de todo y que el mar se recuperó más pronto de lo que se pensaba. Quizá ayudó la Barca también.

«En Noia plantamos los primeros kiwis de toda Galicia, con tres plantas traídas desde Francia»

Antes de volver a Muxía como párroco, Manuel Liñeiro estuvo en Santa María de Roo, en Noia. Ahí lo mandó el cardenal Suquía. Entre las actividades que realizaba con los vecinos estaban trabajos en el campo, pruebas. «Plantamos los primeros kiwis de toda Galicia, con tres plantas traídas desde Francia», recuerda. Le siguen tirando mucho los frutales y cuando tiene algo de tiempo libre se va hasta la casa familiar de Moraime, donde tiene plantados varios árboles. La propietaria es una de sus sobrinas, que vive en Cádiz, cuya parte nueva le gustó. Allí pasó las dos únicas vacaciones que ha tenido en su vida, dos semanas de cada vez. Dice que tiene mucho que hacer, sigue oficiando todos los sacramentos en el santuario y en las parroquias que lleva y recuerda la gran distancia que hay hasta Touriñán. Además, la Barca no para de recibir visitas y «hay que atenderlas». Cada día llegan autobuses y cada vez está más lleno de peregrinos.

Camino de tierra

Recuerda que cuando volvió a su tierra para hacerse cargo de la parroquia del casco urbano al santuario había solo un camino de tierra, absolutamente insuficiente para la cantidad de gente que acude hoy. «La Barca es la perla de oro de la Costa da Morte, donde vienen peregrinos, hay bautismos e incluso se celebran matrimonios de gente de fuera de España», recuerda.

De hecho, él, desde niño acude a la romería, y lo hacía también cuando estaba en otra parroquia. No recuerda haber faltado ningún año, salvo cuando estaba en el seminario. Entonces no tenía permiso para poder salir. Solo esos años estuvo ausente.