El legado del cura sabio en la iglesia muxiá de Vilastose

Marta López CARBALLO / LA VOZ

MUXÍA

BASILIO BELLO

Un martirio de San Ciprián pintado a principios del siglo XX pasa desapercibido en la sacristía del templo

20 sep 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Mientras frescos como los de Moraime han recibido hace poco un lavado de cara, otros languidecen sin que nadie parezca preocuparse por su conservación. En la sacristía de la pequeña iglesia de Vilastose, en Muxía, hay escondido un pequeño tesoro de unos 100 años de antigüedad que no parece despertar mayor interés que el de vecinos y curiosos que se interesan por su historia. Se trata de un fresco pintado sobre la puerta de entrada a la sacristía, que simboliza el Martirio de San Ciprián.

Elaborado en tonos ocre, probablemente con pinturas a base de productos naturales, a día de hoy está bastante aguada, aunque se conserva en un estado bastante bueno. Gonzalo Liñeiro, vecino de la localidad y formado en interiorismo, explica que su buen estado de conservación se debe esencialmente al lugar en el que está ubicada: una pared interior alejada de la humedad y del toqueteo de las manos.

Hubo en su día más pinturas en el interior del templo, aunque se perdieron tras el desplome de la bóveda principal. Eran, en este caso, policromadas y con simbología celestial. «Eu teño 57 anos e lembro ir de cativo á igrexa, levantar a mirada e ver todo ese teito pintado coma un ceo», explica Liñeiro, mientras se lamenta de que no exista testimonio gráfico que recoja la belleza de esas piezas perdidas.

En ambos casos las ilustraciones son obra del que apodaban el «cura sabio». José Díaz Arosa, que falleció a principios de la década de los 30, tenía amplios conocimientos en medicina, por lo que muchos parroquianos acudían a él para tratarse de sus dolencias o para que les recomendase algún remedio para ellas.

Enterrado justamente frente al templo, fue a su vez promotor de la ampliación del mismo. De hecho, explica Gonzalo Liñeiro, buen conocedor de la historia del sacerdote, este habría comenzado la construcción de una base para el campanario, aunque sin posibilidad de finalizarlo a tiempo. A día de hoy reposa independiente de la estructura de la iglesia en una finca aledaña.

El cura sabio fue párroco de Vilastose durante unos dos decenios (en la imagen de la derecha, recuperada de la casa de los bisabuelos de Liñeiro), por lo que se estima que las pinturas podrían ser de finales de los años veinte o principios de los treinta. Constan, de este modo, con cerca de un siglo de antigüedad. «Unha mágoa que ninguén mire por elas, non sei se porque son máis recentes que, por exemplo, as de Moraime», dice el interiorista, quien cree que, de no ser por las condiciones idóneas que se han dado para su conservación, haría años que se hubieran perdido por completo. «Non teñen ningún tipo de mantemento, de feito estou convencido de que hai moitísima xente na parroquia que nin sequera sabe da súa existencia. Ao estar na sancristía, e non nun lugar visible por todos os fregueses ou polas persoas que acceden á igrexa, as pinturas son moi descoñecidas». Intuye que, por el aspecto desgastado de los colores, estos podrían ser elaborados con elementos naturales como la tierra, y al estar plasmados en una pared de cal, los colores se habrían fijado de tal modo que han perdurado más en el tiempo.

Además de la buena mano del sacerdote en lo que a dibujo se refiere, los vecinos recuerdan también su buen hacer escultórico. De hecho, antes de que se desplomase la bóveda, además de los motivos celestiales, había también varios ángeles que habían sido tallados en relieve.