«Carmen Polo se llevó las pilas de Moraime de manera un poco furtiva»

Juan Ventura Lado Alvela
j. v. lado CEE / LA VOZ

MUXÍA

BENITO ORDOÑEZ

El profesor muxián Celso Alcaina lleva desde los años 80 recurriendo a distintas instancias para que los bienes vuelvan a su iglesia

07 ene 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Teólogo, jurista, profesor, escritor, columnista... Resumir la trayectoria de Celso Alcaina Canosa no resulta tarea sencilla, pero lo que pone de actualidad su figura, dentro del debate del presunto expolio llevado a cabo por la familia Franco, son las pilas bautismales de Moraime (Muxía), lugar que conoce bien ya que lo vio nacer en 1934.

-¿A usted le bautizaron en una de esas pilas?

-Sí. Estaban dentro de la iglesia. Una era una pila bautismal y la otra depósito de agua bendita, de los que suele haber a la entrada de las iglesias. La bautismal -estriada por fuera, la otra es lisa- estuvo allí hasta 1945, cuando el párroco decidió cambiarla por algo más moderno, una de mármol blanco. Ya quedamos pocos testigos de aquello, pero a los que nacimos antes del 45, como el actual párroco de Muxía [Manuel Liñeiro] nos bautizaron en ella.

-¿Queda acreditado en la documentación que presentaron ante notario en los 80?

-En el libro de fábrica. Se lo llevamos el párroco, don José Barrientos, y yo al notario a Vimianzo, que lo vio y levantó acta. Las pilas estuvieron en el patio del monasterio hasta el año 60-61. No lo sé precisar exactamente, pero sí que fue en el mes de septiembre, que era cuando Franco, que solía quedarse en el yate Azor y doña Carmen Polo visitaban a una familia de Muxía, todos los años. Yo regresaba de mis estudios en Roma, estaba con mi familia en Muxía y al párroco lo veía todos los días. En una de esas tardes doña Carmen se acercó a Moraime, vio los pilones en el patio de la rectoral y preguntó cómo es que lo tenían ahí. El cura, nervioso e ignorante de su verdadero valor, le dijo que estaban ahí para las gallinas, con lo que ella le habló de llevarlas para Meirás y de que pidiese permiso al Arzobispado, con lo cuál sabía que había que pedir ese permiso. Sin embargo, eso fue por la tarde y al día siguiente de madrugada llegó un camión, las levantó y se las llevó. El cura, al otro día, se lo comunicó al vicario, Benito Espiño, quien le dijo que era un asunto importante para tratar en persona. Cogió el autobús, fue a Santiago y el vicario le dijo: «¿Cómo has hecho eso? ¿Qué hacemos ahora, si ni yo puedo hacerlo?». Era la mujer de Franco y la cosa quedó ahí.

-¿Que movimientos han hecho Cultura y el Arzobispado al respecto hasta el día de hoy?

-Algunos movimientos los hice yo. En el año 80, viendo que había derecho a pedir la devolución, llevé al párroco en mi coche a Vimianzo y el notario levantó esa acta. Posteriormente, ya en Madrid, se lo comenté al arzobispo Suquía, con quien mantenía una relación de amistad, pero ahí quedó. Posteriormente le escribí al delegado del Gobierno, Domingo García-Sabell, contándole lo sucedido y con la fotocopia del acta notarial, la primera que nos entregó allí mismo el notario aquel día. También le escribí a la Xunta durante el mandato socialista y al Concello de Muxía, creo que hasta en tres ocasiones. Pero imagino que las pilas, que pesan toneladas porque tienen un metro de diámetro por un metro de alto -son de la misma piedra de granito de la zona, con lo que probablemente se hiciesen en la misma época que la iglesia, en el siglo XII-, siguen en Meirás.

-¿Cuál debe ser su sitio?

-Su lugar, dentro de la iglesia, una a un lado y otra al otro. Sería lo justo. A lo mejor también lo es con todo el Pazo de Meirás que, en cualquier caso, fue una donación aunque fuese de aquella manera. Las pilas de Moraime, doña Carmen Polo, la mujer de Franco, simplemente se las llevó, de una manera un poco furtiva, porque sabía que era necesaria la licencia del Arzobispado.

«Nunca se preocuparon, estaba dejado de la mano de Dios»

Alcaina, mentor de Antón Castro y José Enrique Benlloch, cuyas trayectorias considera «un regalo» para él como profesor, tiene un profundo conocimiento del patrimonio de la zona y no ve mal que, por ejemplo, se tire de negocios hosteleros para conservarlo.

-¿Cree que se hizo justicia con el valor de Moraime?

-Nunca se preocuparon, estaba dejado de la mano de Dios. En los 70 se descubrieron los frescos que están yendo hacia la sacristía y que se gastaron, con sucesivos pintados de blanco por encima. Ni siquiera existía un conocimiento, pero ya no solo de Moraime, que es una joya, tampoco de las otras iglesias románica, como Muxía, Frixe, Lires, Morquintián, que es una joya del siglo XII, y solo hablo de las que se conservan más o menos originales, porque todas tienen un origen románico aunque algunas fueron renovadas. Además, las iglesias rurales tienen un gran valor también social. Vienen de la colaboración de los vecinos, todo es de la mano de los vecinos, no había ayudas institucionales. Algunas, como el caso de A O, prácticamente de una sola aldea. Es maravilloso pensar en cómo pudieron conseguirlo.

-¿Qué opina de que la rectoral se haya convertido en un negocio hostelero?

-No lo veo mal. Estaba cayéndose, desmoronándose. Desde el 85 ya no vivía nadie allí. Este es el segundo -no sé si tercero- monasterio. El anterior estaba pegado a la iglesia, por parte sur. De hecho, a la derecha del pórtico, por el paso hacia los panteones, está la puerta de los apóstoles, que es de mármol, y si no es del siglo XII, de una época poco posterior. Por ahí estaba el acceso al convento. El de ahora data de 1.700 y tenía cinco habitaciones. De hecho, en la fachada, al margen del balcón, todavía hay cinco ventanas, cada una de una celda bastante generosa. Había cinco frailes benedictinos, con el abad, que luego fue prior. Recuerdo que de niño al cura no se le llamaba párroco, se decía «voy a ver al abad», con lo que eso todavía era un vestigio de aquella época. Moraime, que dependió primero de Valladolid y luego de San Martín Pinario, tiene muchísima historia.