El segundo de los abortos fue muy similar, pero con el aliciente de que desde el paso por quirófano sintió dolor físico durante un año. «Dicíanme que era psicolóxico, sen mirarme, ata que fun a unha clínica privada de Valencia e me detectaron que na segunda operación me fixeran dano, así como me diagnosticaron endometriose e síndrome de ovario poliquístico, o que reduce as posibilidades de quedar embarazada», explica. «Con ese diagnóstico, a miña médica derivoume a reprodución humana, onde me dixeron ‘hasta que tengas tres abortos, no te vamos a hacer nada’. Non entendo ter que facerme pasar de novo por iso, podéndome facer probas. No meu caso, todo o que recibín por parte da Seguridade Social foi violencia obstétrica. Ridiculizáronme e tratáronme como unha nena». Ahora Mar se medica para un último intento de traer al mundo a una criatura de forma natural.
Quiso que los fetos se analizaran, de forma que se quedó sin ellos, algo que pide que se modifique. Los informes desaparecieron, señala, y no sabe «nada de nada, nin o sexo». El registro en el libro de familia es muy necesario, defiende. «Dende que ves as dúas raias, vives un embarazo con absoluto descoñecemento de que todo isto poida pasar. Por que non se fala antes? Se saben que vas necesitar axuda psicolóxica, por que non te derivan? Que a sociedade nos deixe falar do tema», concluye.
«A día de hoxe aínda non son a persoa de antes»
Paula Moreira tiene 27 años. Cumplirá los 28 antes de que finalice el 2022. Es de la parroquia de Mens y le tocó vivir dos pérdidas durante el embarazo el pasado año. Una de ellas, entrando en la semana 39, a punto de salir de cuentas. «Un día pasei a non notar nada na barriga. Falei coa matrona e pensamos que seguramente Vera xa estivera encaixada para dar a luz. Fun ó hospital e nunha ecografía dixéronme que non había latido». Así comienza su historia.
En ese momento estaba sola, ya que la pandemia provocó numerosas restricciones en los hospitales, algo que esta familia critica. Su pareja, Iván, se desmayó nada más saber el desenlace. A partir de ahí, empezó el proceso de tener que dar a luz a una niña muerta. Le indujeron el parto y fue «moi doloroso» pese a contar con una ayuda especial por parte de los profesionales dadas las circunstancias. «Non quixen ver a realidade ata que foi o parto, e cando de verdade me din conta foi ao saír do hospital e ver a cadeira do coche baleira», relata.
Desde ese instante, aún en estado de shock, tuvo que tomar decisiones que nunca antes se hubiera imaginado: ver o no al bebé, la posibilidad de hacerle fotos, llevarse o no el cuerpo... Ellos dijeron que sí a todo y no se arrepienten: «Tiñamos dúbidas porque parecía macabro, pero foi o mellor que puidemos facer».
En el Materno le dieron referencias de libros y asociaciones y mismo ayuda psicológica profesional para sobrellevar la situación. Aspectos todos ellos positivos, dice, pero que son insuficientes. «Tiven que pagar psicólogos, talleres, non estaba ben para traballar... Iván tivo que coller unha baixa... A día de hoxe aínda non son a persoa de antes», cuenta.
Lo que más reclama esta mujer es poder registrar a su bebé fallecido en el libro de familia: «Existiu. Foron nove meses». También lamenta la desinformación acerca de este tipo de muertes antes del embarazo, lo que repercute en un comportamiento erróneo por parte de la sociedad toda vez que ocurren, asegura.
Cuando los médicos les dieron los resultados de las pruebas y les comentaron que todo estaba perfecto y que había sido un fallecimiento sin explicación, lo intentaron de nuevo y Paula sufrió un aborto natural en las primeras semanas a través de un sangrado. «As esperanzas redúcense, pero as ganas de exercer como pais fannos seguir adiante», concluye.