Los náufragos de la «Buena mar»

MALPICA DE BERGANTIÑOS

Antonio Lucas junto al mar de A Coruña
Antonio Lucas junto al mar de A Coruña MARCOS MÍGUEZ

Antonio Lucas firma un debut narrativo que nos sumerge en el despiadado caladero del Gran Sol y en otros naufragios más íntimos

01 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

En el otoño de 1997, subí a una embarcación en Malpica para hacer mi primer reportaje fotográfico. Llegué al pueblo la víspera y me alojé en un hostal. Había quedado muy temprano en el bar del puerto. Allí apareció puntual un hombre menudo, de unos 60 años, con una boina negra y un cigarro en la boca. Era de madrugada; pedí un café con leche y unas magdalenas, y él se atizó tres chupitos de whisky con la naturalidad de quien reposta gasolina para emprender un viaje. Al bajar hacia la dársena, en plena noche cerrada, se apoderó de mí el temor de que aquel hombre se desvaneciera y me viese solo de repente, a la deriva, en medio de la nada y sin saber qué hacer. Pero luego amaneció un día soleado, de mar en calma, y los miedos se disiparon. Navegamos lentamente hacia Illas Sisargas para recoger las nasas. Desde allí, la línea de costa parecía algo diminuto y vulnerable, una simple maqueta de juguete que alguien pudiese desbaratar de un soplido.

Guardo un buen recuerdo de aquella aventura, como el enfado del pescador al ver cómo en una de las nasas un pulpo había destrozado dos centollas. Llegamos a salvo a puerto, pero aquel periplo terminó en naufragio. Un naufragio fotográfico: las fotos eran malísimas, estaban movidas. Un desastre que se consumó en el cuarto de revelado que este periódico tenía en su antigua sede de Cuatro Caminos. Aquel carrete estalló en mis manos como una granada. Apenas pude salvar nada en aquella sala de luz roja, en la que me sentí como uno de esos asesinos en serie, con los retratos de mis víctimas colgados con pinzas mientras se secaban. Allí yacían muertos los pulpos, las nécoras, el marinero y, lo peor de todo, el hermoso paisaje de las Sisargas.

En primera persona

He rememorado todo esto al leer el debut narrativo de Antonio Lucas (Madrid, 1975), Buena mar, un libro que nos lleva al Gran Sol, ese caladero inhóspito y despiadado, en el que las tripulaciones sobreviven embarcadas en ataúdes. Como Ignacio Aldecoa en los cincuenta, el periodista y poeta madrileño se enrola en un barco, el Carrumeiro, un arrastrero con base en Vigo: una travesía que sirve para descubrir la ingratitud de una profesión en la que se navega en celdas flotantes, de una abrumadora soledad, y en la que la horas pueden parecer días o semanas. Uno se acuerda de aquel reportaje de Manuel Rivas (Los esclavos del Gran Sol), en el que un tripulante del Trueiro se lamenta: «Por aquí non pasou Cristo». Los marineros viven resignados a emprender una aventura de la que se sabe cuándo se sale, pero no cuándo se regresa. A diferencia del libro de Aldecoa, Antonio Lucas construye un retrato en primera persona en el que el protagonista también teme el naufragio de su propia vida. El dilema de tener hijos o los problemas de pareja forman parte de los diálogos que el narrador entabla con los tripulantes, en un libro que, como el propio mar, está lleno de sorpresas. Tal vez la muerte sea la más previsible de todas.

Aquí, en Galicia, todos tenemos muertos en el mar, más cerca o más lejos. En mi primer día de clase en 1.º de BUP, en septiembre de 1987, me senté cerca de Óscar Alfeirán, vecino de Malpica. Su padre era patrón mayor de un barco. Cuatro años después, la villa amaneció desolada: los nueve tripulantes de Os Tonechos habían naufragado en plena madrugada. Pese al mar de fondo, los vecinos no se explicaban lo sucedido por la experiencia de la tripulación. Al parecer, el buque atajó por una ruta hacia el caladero, y entró en una zona peligrosa, los baixos de Baldaio (rocas ocultas por el mar). Una ola le hizo zozobrar y lo empotró contra aquella trampa mortal. Murieron el padre y el hermano de Óscar, quienes, como muchos otros náufragos, también flotan por las páginas de Buena mar.