Piticas, marinero retirado de Laxe: «No Juan Sebastián Elcano estivemos 43 días duchándonos coa auga do mar»

Marta López CARBALLO / LA VOZ

LAXE

ANA GARCÍA

Lobos de mar | Este marinero jubilado y amante de la música navegó por los cinco océanos. Ahora forma parte del grupo O Tren da Unha, con el que ya ha grabado tres discos.

20 feb 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

De sudar la gota gorda en el trópico a tirar de whisky para entrar en calor con un grupo de esquimales en el Ártico canadiense, y todo eso en un mismo viaje. Las temporadas que Piticas pasaba embarcado en un petrolero americano daban para lo suyo, pero para conocer su relación con el mar hay que remontarse a mucho antes, a cuando con 12 años se subió por primera vez a la chalana de un pariente para «ir ao xeito». Sin libreta de navegación, claro está, porque hasta los 14 no tuvo edad para enrolarse oficialmente en ningún barco.

José Manuel Toja, que en mayo cumplirá 68 años, dejó la escuela a los 11. Su padre estaba embarcado y tenía que echar una mano en casa: «Había que ir á leña, tiñamos un porco na corte e un cabalo que tivemos que malvender. Tiven que poñerme a traballar porque a vida era así, non só para min, senón para todos os da miña xeración», apunta este laxense.

ANA GARCÍA

Él se moría por salir del pueblo a buscarse la vida, pero su padre no le dejaba hasta que al menos hiciese la mili. Llegado el momento, lo destinaron al buque escuela Juan Sebastián Elcano, una noticia que recibió a regañadientes, ya que él quería quedarse cerca de casa para poder continuar con otra de sus grandes pasiones: la música.

No pudo ser, y en Cádiz inició una travesía que duraría más de un año y que le llevaría por Las Palmas, Santo Domingo, Panamá, Honolulu, California... Eran navegaciones largas entre destino y destino, con cuatro o cinco jornadas en cada puerto. Recuerda los 43 días de ruta entre la capital dominicana y Hawái: «Sen aire acondicionado e sen auga para ducharnos. Dábannos un bote de colonia de un litro a cada un, por semana! Duchabámonos coa auga do mar, pero era peor, porque quedaba o salitre pegado todo no corpo», rememora Piticas. Al bajar a puerto les daban cinco dólares al día a cada uno. Cinco dólares que ni dan para mucho ahora, ni lo daban entonces, «pero eramos novos e a xuventude con calquera cousa o pasa ben», dice.

Él, un chaval que nunca había salido de Laxe, se quedó maravillado con Honolulu y la base de Pearl Harbor, con el clima tropical y, por qué no, con las mulatas. Conocer mundo fue lo mejor de un viaje que le dejó en los huesos. A la altura del canal de Panamá se les pudrieron las patatas: «Que íamos facer nós sen patacas! Cando cheguei á casa miña nai case non me recoñecía, e iso que eu sempre fora delgado. Quedábanme as orellas e a bóla da gorxa, máis nada».

Embarcó en el puerto de Bilbao

Al concluir el servicio militar regresó a casa y trabajó durante un tiempo por Laxe, antes de hacer la maleta e irse con un compañero -que, cosas del destino, acabaría siendo su cuñado- hacia el puerto de Bilbao. Se embarcó unos meses en un navío español antes de entrar a una multinacional petrolera americana a la que dedicó 20 años de su vida.

Subido a megabuques, hacía campañas de 6/7 meses en el mar y otros dos en casa, a veces menos. «Véxoo agora e doume conta de que pasei o mellor da xuventude no mar. Ata os 33 estiven solteiro, pero despois casei e xa levei peor [estar separado da familia]. As circunstancias foron esas, pero menos mal que agora o recupero na xubilación!».

Las corrientes fueron llevando a Piticas por los cinco océanos. Largas travesías transportando combustible hasta a recónditos pueblos del Ártico. En una campaña llegó a Frobisher Bay, en donde ni siquiera había puerto en el que atracar. Fondeados, bajó a tierra en una lancha de desembarco y se sumó con sus compañeros a un baile que tenían montado los lugareños.

Sobre el viejo dicho que atribuía a los marineros una novia en cada puerto: «Nada diso. Non se podía mocear porque non había tempo, xa que como moito baixabamos 24 horas. Meterlle uns bailes, se se podía, claro que si, pero máis nada».

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Fueron veinte años de itinerarios por todo el globo. Él quería ver mundo, y cumplió su promesa cuando su padre se jubiló por larga enfermedad. Un hombre con suerte, en cierto modo, pues tras faenar largas temporadas con el Panchito, lo dejó apenas un año antes del fatal accidente que acabó con la vida de sus cinco tripulantes.

Tras sus aventuras interoceánicas, Piticas se enroló en algún barco italiano y trabajó también cerca de casa. Años antes de jubilarse se hizo un bote de fibra y empezó a ganarse la vida por su cuenta, yendo al percebe, a la nécora y al pulpo con un compañero de Laxe.

Pasión por la música

Cuando se retiró fundó el grupo O Tren da Unha con varios amigos, un grupo con el que ya ha grabado tres discos y hecho actuaciones a lo largo y ancho de la Costa da Morte, además de alguna aparición televisiva. «Os dous acordes que sei», dice, los aprendió cuando estaba embarcado. Para mitigar el aburrimiento se compró una guitarra y un libro, «e trin trin para adiante». «Alegráballe a travesía aos que ían comigo», explica.

¿Y de dónde viene el nombre con el que bautizaron su agrupación? Pues bien, con su grupo de amigos salían a tomar los vinos cada domingo, a la una de la tarde, puntuales como un reloj. Cada uno llevaba su coche, así que acababan formando una curiosa caravana por el centro de Laxe. «Eramos como os vagóns dun tren, de aí o nome!».