«Fun amodo e dei co Don Inda. Había tanta néboa que non me vía as mans»

Cristina Viu Gomila
cristina viu CARBALLO / LA VOZ

FISTERRA

ANA GARCIA

LOBOS DE MAR | Pescador desde los 12 años, el fisterrán Jesús López Olveira ha navegado por unos cuantos de los siete mares

20 mar 2021 . Actualizado a las 18:57 h.

Ninguno de sus nietos se dedica a la pesca. Queda la duda de si lo hará el más pequeño, pero tiene claro que no quiere ese oficio para él. «O mar é moi bo, pero moi traidor», dice. Lo ve desde su casa y ya no lo quiere más cerca. Estaba ya jubilado y pescaba calamares en su lanchita de la séptima lista cuando, de repente, le cayó la niebla encima y se desorientó. «Tocaba a sirena do faro por un lado e polo outro. Púxenme nervioso porque non me vía nin as mans, pero escoitei un motor. Aí hai un barco, pensei. Fun amodo e dei co Don Inda. Invitáronme a un café». Esa fue la última vez que Jesús López Olveira (Fisterra, 1949) se embarcó. Para entonces ya era operario de mantenimiento del Concello de Fisterra, al que dedicó sus últimos años en activo, pero su verdadera profesión ha sido la pesca, en todo tipo de singladuras y en varios de los siete mares.

Empezó con doce años en el barco del señor Manolo, «o que aprendía aos rapaces». En esa escuela se quedó hasta que a los 14 ya pudo trabajar oficialmente con el que había sido su maestro. No estuvo demasiado allí porque su historia es la de un hombre de rol inquieto. A los 16 se marchó para Pasajes. La pesca en Fisterra no daba para mucho y tenía una hermana en Irún. Aquel fue el primero de los cambios grandes en su vida, de un barco del día que lo mismo iba a las betas que a los miños pasó a un arrastrero de los que faenaban en tríos, lo que suponía un mes en el mar con una tripulación a la que no conocía de nada. Sin embargo, así que llegaba a tierra estaba deseando embarcarse de nuevo porque en el Irún de los 60 no conocía a nadie. Comió algunos temporales en el Gran Sol, pero el Arancha estaba acostumbrado a ellos porque había hecho la campaña del bacalao en Canadá. Con algún viaje a Fisterra de por medio fue cambiando de barco hasta que lo llamaron a filas. Le tocó la Armada. Pidió para Elcano, pero acabó haciendo la mili en el economato, en Ferrol.

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La aventura que le negaron durante el servicio ya la había tenido en el Canal de la Mancha. Ese fue su auténtico bautizo de mar. Una ola lo barrió de la cubierta y acabó en el agua, en pleno invierno. Durante media hora nadó, casi sin miedo. «Era demasiado novo, só pensaba en nadar», dice. Más crudo lo vivió años después en la misma zona, con el Playa de Samil. El patrón erró el rumbo a la entrada de un puerto de Escocia y entonces sí que lo vio negro. Todo se quedó en un susto, que no había de ser el último ni el más grave.

A la capa

Estaban también en el Gran Sol a la capa, esperando a que amainara el temporal, con el viento de popa a proa. Él, de guardia en la máquina. Lo relevaron y aún no se había quedado dormido en su catre cuando una sacudida lo echó al suelo. Había virado el barco dando el costado al viento y pasó lo que tenía que pasar. Entró el agua, paró las máquinas, todo quedó oscuro y Jesús se dijo: «Aquí xa se acaba todo». Pero no fue así. Como ocurre en el mar, la tripulación se puso a lo suyo, se hizo, limpió los filtros, puso en marcha las máquinas y a otra cosa. El fisterrán reconoce que ese día se asustó «moitísimo», pero ni tiempo a pensar le dio. «Tes que volver a traballar. Onde vas ir?».

Otra vez acabó en el agua, en la dársena de A Coruña. «Vin un home a flote, un pouco separadiño do barco», explica. Tenía la cabeza bajo el agua. Intentó alcanzarlo mientras otro aguantaba de un cabo, pero no pudo sostenerlo y terminó rescatando al hombre a nado. Resultó ser un vecino de Fisterra que se había pasado de copas y había caído de un barco. Logró recuperarse y Jesús, que estaba con su esposa, tuvo que cambiarse de ropa.

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«Acabei soñando con anzós, pechaba os ollos e non vía máis que anzós»

Jesús López Olveira es hijo de un pescador y de una lavandera y el único que siguió los pasos de su padre. Tiene tres hermanas. El mar no solo era lo único que había por entonces, sino que, además, le gustaba. Pero, como todo, el exceso llega a ser demasiado y a ese punto llegó cuando se embarcó en Uruguay para la captura del pez espada. Se fue con su cuñado, pero solo aguantó una campaña. «Acabei soñando con anzós, pechaba os ollos e non vía máis que anzós», dice. Eran doce jornadas de viaje hasta la zona de pesca en los que la mayor parte de la tripulación se dedicaba a preparar las artes. Después, seis meses pescando y otra docena de días hasta llegar a puerto. Todo esto con una tripulación en la que había gallegos, marroquíes, filipinos, vascos... «Xente de tódalas cores». Revistas, películas y algo de sueño era lo que había para el tiempo libre, pero se necesita mucha lectura y mucho cine para pasar siete meses casi aislado. «O peor foron os dous últimos meses, que non daban pasado. O que tiña para ler xa o sabía de memoria e xa vira tódalas cintas», dice. Ni siquiera el trabajo ayudaba porque todos los anzuelos habían sido preparados y había poco que hacer.

Es de los que se mantienen alejados de los problemas de convivencia, que no debían ser pocos. No quiso más, y a la vuelta encontró un buen trabajo en Fisterra. Fue poco tiempo pescador en su municipio. Estuvo un tiempo con su suegro, pero lo suyo nunca fueron las estancias largas. Eso sí, conserva amigos en la zona de A Mariña de ese tiempo tras el pez espada. Ahora la pandemia no le deja, pero sus excompañeros le visitan y él pasa también días al borde del Cantábrico. Ahora apenas sale de casa y ve los barcos desde la azotea.