Ernesto Rivera: «O Prestige foi unha ocasión de ouro»

Cristina Viu Gomila
Cristina Viu CARBALLO / LA VOZ

FISTERRA

JORGE PARRI

Lobos de mar | El que fue armador del Temerario cree que el modelo de cofradías está obsoleto

31 ago 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuando a Ernesto (Fisterra, 1964) le faltaba un mes para cumplir los 6 años, desapareció el Bonito, en el que trabajaban un cuñado y su hermano Manuel, que era el segundo de los 12 hijos de la familia Rivera Calo. Con ellos debió cumplirse la cuota que el mar exige porque Ernesto, que fue el penúltimo, nunca tuvo un percance en el mar. «Nunca fun dos que se achegaba á costa, canta máis auga debaixo da quilla, mellor», sentencia.

Sin embargo, todo el riesgo que no tomó navegando lo encaró en la defensa de la flota artesanal. Si ya no se callaba nada cuando estaba en activo, ahora, cuando lleva años jubilado, habla todavía más claro.

La política pesquera sigue siendo su gran pasión, la que le llevó en el 2005 a la presidencia de Asoar-Armega, la entidad de armadores de artes menores que llegó a tener más de 300 socios, desde Vigo hasta O Vicedo.

Para Ernesto Rivera, el Prestige fue una gran oportunidad perdida. «Nunca houbera unha veda tan grande como aquela. Foron oito meses. Era o momento de marcar novas pautas, novas medidas antes de abrir, pero todo quedou exactamente igual», recuerda.

Este armador ya jubilado, que se entretiene yendo a los calamares o a las lubinas, recuerda que Asoar-Armega nació por el descontento de muchos por la inacción de las cofradías y, sobre todo, de las federaciones. «Así vai a flota, que está a desaparecer. Ten que vir unha ONG para dicir que os pescadores somos unha especie en extinción. Dende que fixeron o dos desguaces isto acábase pola axuda da política ás multinacionais, porque ninguén pode competir con nós na frescura do peixe», explica.

No puede entender que resulte más rentable, pagar por quitar un barco del mar «e mandar ao paro a seis homes, e que se meu fillo quere facer un barco e unha empresa con seis postos de traballo non reciba nada».

Está convencido de que todo va a desaparecer, «o cerco, o arrastre, a baixura... Só quedarán as grandes cadeas», señala.

A pesar de que representar a la entidad le costó «moitos cartos da miña casa e horas de traballo» y que llegó a hacer entre 700 y 800 kilómetros semanales en su coche, además de su trabajo en el mar: «Quedei contento». Para sentirse satisfecho le bastó conseguir que no hubiera que levantar las nasas el fin de semana, que pudieran quedarse en el mar con las boyas. «Aquilo era moi perigoso. E cantos non se arruinaron porque os gardas lles levaron todas. Ten que haber vixilancia, pero hai que facer normas para os peixes e non para as persoas», dice. Como ejemplo pone el caso de la sardina. «Hai moita, come o mar, pero non se pode coller», dice. «Todo é recadar, é unha política nefasta», señala. Considera que sería mejor tomar otras medidas como aumentar la talla mínima del pescado y la malla de las redes.

Está especialmente satisfecho de un plan del pulpo que sacó adelante la asociación de armadores negociando con la Administración. La principal novedad era que el tope de captura era semanal. Ahora vuelve a ser diario.

Está contento de que su hijo no se quedara con el Temerario, «deixáballe unha carga de carallo», dice.

De lo que fue Asoar-Armega hace 10 años a lo que queda ahora hay una distancia enorme. «A xente tamén se cansa», reconoce. Llegaron a ir a Bruselas a defender el xeito, pero Arias Cañete, entonces ministro de Agricultura, no quiso recibirlos. Mejor relación tuvieron con Pesca. En ese tiempo se centraron en los riesgos laborales, la limpieza de las dársenas, con marineros y buzos, y en la educación ambiental en los colegios.

«Os de Portugal xa levaban 24 horas cando os vimos»

Con el Finita y también con el Peixe do Mar, Ernesto y su tripulación eran requeridos para localizar y recuperar cuerpos de desaparecidos. Iban a las centollas, con un arte que se conoce como espejo y que permite ver el fondo. Así localizaron «a un secretario do notario de Corcubión no Faro Cee», a los ocho días de haber caído al mar cuando pescaba con caña, y también a un percebeiro en el Cabo da Nave, apenas dos horas después de haberse ahogado. «Pero os de Portugal viñeron a nós».

El del Temerario fue el primer cadáver hallado en Galicia de la tragedia de Castelo de Paiva. El 4 de marzo del 2001 se hundió un puente sobre el Duero y cayeron al río un autobús y tres turismos. Medio centenar de personas murieron y Galicia se hallaron siete cadáveres. «Cando o tripulante dixo que vira un corpo pensei que estaba de broma», recuerda. «Xa levaban 24 horas cando os vimos», asegura taxativo, porque no era la primera vez que recogían restos. «Cando había temporal, ao outro día recollía as boias dos barcos portugueses», señala. Después de recoger el cuerpo de la mujer supieron que otro cadáver había varado en Corveiro. «Pensei que sería un coche de por aquí. Eu oíra a noticia de Castelo de Paiva, pero os corpos viñeron coma balas. Ese mesmo día pareceron asentos do autobús no Ézaro, e ao seguinte, a dúas millas».

A pesar de que lleva más de medio siglo ligado al mar, ya que todavía se dedica a la pesca deportiva, no deja de sorprenderse por lo que es capaz de hacer, sobre todo en los cabos. «Como haxa lúa redonda xa hai correntes, xa atopas os aparellos virados polo fondo», explica. Asegura que en Fisterra es especialmente complicado el viento del sur y que allí, en el Cabo da Nave el mar da la vuelta, por lo que aparecen muchos restos.