Lobeira Grande, ese barco-isla que se balancea en el mar

luis lamela

FISTERRA

cedida por luis lamela

GALICIA OSCURA, FINISTERRE VIVO | Pudo haber pertenecido a Carnota, pero finalmente se adscribió al municipio de Corcubión

15 jun 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

A la entrada de la ría de Corcubión, «sobre un gran peñasco, que fanfarronamente se llama isla Lobeira Grande», existe un pequeño faro que comenzó a funcionar entre 1909/1910, actualmente automatizado, «guía evitador del riesgo de las rocas próximas y orientador para el paso del canal navegable, que cumple a maravilla la misión de asegurar la ruta del nauta».

Sin duda alguna, el mar de la ría corcubionesa tiene sus recuerdos. Algunos buenos y otros malos, muy malos, como todos los océanos y mares. Y esa isla Lobeira Grande que forma parte de mi niñez y adolescencia y de mis recuerdos en una época feliz, muchos creerán que por su aislamiento secular -isla- y de los numerosos naufragios y fallecidos ahogados que acogió en sus profundidades y de los que fue impotente testigo, es una isla sin pasado, sin fantasmas; una cárcel de faristas y sus familias cuando un total de seis personas, que en unas circunstancias muy duras durante el tiempo que duró un crudo temporal entre mediados de enero y últimos de febrero de 1912, fueron mártires de aquel y de otros inviernos rudos en los que se arriesgaron por trabajar allí.

Y visto lo visto de las penurias pasadas, en 1923 por fin dejaron de residir en la isla esos faristas y sus familias, evitando los peligros del invierno, pero llevando en sus pupilas las imágenes grabadas de faluchos, bergantines, polacras, balandras o goletas que surcaban en aquel entonces el mar de la ría. Y también la existencia de un edificio, hoy viejas ruinas cuyos restos son aún visibles, en el que se procesó salazón...

Con relación al «gran peñasco que fanfarronamente se llama...», de una superficie de unas tres hectáreas, en el mes de julio de 1911 ofreció a la luz La Voz de Galicia un problema relacionado con esta isla Lobeira Grande, que califica de todo «un asunto verdaderamente curioso».

 En esa fecha hacía ya años que la isla, «situada a pocas millas del Pindo», había pasado a propiedad del Estado, pero el problema estaba en que a las alturas de julio de 1911 se ignoraba a qué jurisdicción municipal pertenecía: a la Carnota, a la de Corcubión o a la de Fisterra.

No existía duda de que la isla era territorio español, que estaba en aguas españolas, con funcionarios españoles dentro de su recinto, los faristas y sus familias, y no obstante oficialmente era como una tierra de nadie, aparte, como un país extranjero sin ligazón alguna que le asignase a tal o cual distrito.

Los torreros que allí trabajaban, hombres casados, si allí nacían sus hijos no sabían en qué Registro Civil debían inscribirlos, en qué parroquia bautizarles, en dónde tenían que adquirir sus células personales o cualesquiera otro documento oficial que precisasen; en dónde debían empadronarse como vecinos, ni dónde habían de emitir sus votos en unas elecciones locales, provinciales o estatales.

Eran, según decía La Voz de Galicia del 15 de julio del año citado, «como tripulantes de un barco sin documentos, parado indefinidamente en el mar, que, sin perder su condición de españoles, están, sin embargo, borrados de todo censo».

Este caso, rarísimo para La Voz de Galicia, lo exponía el ingeniero jefe de Obras Públicas al gobernador civil, solicitándole que la isla Lobeira Grande fuese agregada al término municipal de Carnota, «como el más inmediato», pues la comunicación de los torreros, los faristas, se efectuaba con el Pindo y esa parroquia pertenecía y sigue perteneciendo a dicho distrito.

Al final, el expediente de este asunto «de la isla perdida, especie de alma de Garibay», que no tenía vínculos con nadie en lo religioso, ni en lo civil ni en ningún otro orden, precisamente como nadando en un limbo jurisdiccional, se resolvió asignándola al municipio de Corcubión, la capital del partido judicial del mismo nombre.

Y muchos años más tarde, el editorial de la revista bonaerense Alborada, de marzo, abril y mayo de 1938, recomendaba que «...la isla Lobeira que, por la vasta zona panorámica que de la misma se observa; por la majestad y belleza de sus acantilados; por su extraña y curiosa playa conchífera; por el abrigo que ofrece -en dos pequeñas calas- a los vientos predominantes Norte y Sur, y por la flora y fauna marinas, tan abundante en sus confines, es un excelente lugar de esparcimiento y solaz para jiras y excursiones, y, a la vez, un sitio ideal para emplazar en ella un sanatorio marítimo, que, a la bondad de sus aguas intensamente yodadas por su pureza atlántica e incontaminación, uniría un espacioso campo y la playa antes citada para la construcción de un espléndido solarium».

Desde la publicación de este editorial en dicha revista, todo un futuro imaginado, hay una distancia temporal de más de 80 años y representa los deseos del ayer, probablemente una cara de una realidad soñada. Y, bueno, qué quieren que les diga, sin duda quien lo escribió tenía luz de mar y describía muy bien la belleza de aquel pequeño enclave marino.

Esto es, someramente, parte de lo que ha registrado hasta ahora el cuaderno de bitácora de ese barco anclado, y al pairo a veces, que es la isla Lobeira Grande en la ría de Corcubión; los retales biográficos de un barco-isla que se balancea en medio de un mar encrespado, o brumoso, o de sufrimiento y memoria; o en calma chicha, libre de los azotes del viento y del mar de fondo, con el telón de un horizonte insondable y la inmensidad de un cielo muy azul que esconde las tierras lejanas de las Américas.

No obstante, quizás a partir de ahora pueda dar paso, por su singularidad y belleza, y por un golpe que le den a un timón de miles de años, a una nueva etapa, a un nuevo protagonismo, a una nueva singladura... Solamente con el servicio de los taximar, y con sus gaviotas y las salpicaduras, el olor y el sabor del mar, el rumor de las olas, la curiosa playa de conchas de la que habla la revista Alborada; o la belleza de un arrebol en un atardecer atlántico... En fin, un gran y humilde peñasco con sol, mar y paz... para disfrutar del próximo verano. De los próximos veranos.