Él es el auténtico peregrino

FISTERRA

JORGE PARRI

ALBERTO CASTELLÓ DE PEREDA peregrina seguido desde el 2013 y llegó días atrás a Fisterra con 24.000 kilómetros en los pies. Ha ido «de Roma a Roma», andado muchos Caminos y anhela Jerusalén. No lleva dinero ni móvil. Nada

27 abr 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

No ha dejado de peregrinar desde junio del 2013. Sintió que debía hacerlo, y además sin nada, sin dinero, sin teléfono móvil, sin ataduras. «Buscaba un lugar en el que rehacer mi vida, y fue en Oviedo, durante mi primer Camino, el Primitivo, cuando empezó todo». Alberto Castelló de Pereda (55 años) comenzó a buscar un trabajo mientras avanzaba pasos, pero no acababa de llegar. Cada vez hacía trayectos más largos, y decidió poner rumbo a Roma. Llegó y regresó de vuelta a Compostela, y de ahí a Fisterra, desde donde contó en abril del 2016 la experiencia de sus 11.000 kilómetros en los pies. Han pasado desde entonces tres años y Alberto volvió estos días al albergue Mar de Fóra fisterrán con más que contar y nada menos que 24.000 kilómetros transitados. Su credencial, llena de sellos, mide metros y metros: «De aquí, desde Fisterra, me fui hasta Valencia, a mi casa. Hacía tres años que no había ido. Ahí me enteré del fallecimiento de mis padres». «Sé que mi familia ha creado una cuenta de Instagram -Alberto Castelló, Peregrino por la Paz-. Cuando alguien sabe de mí, o hace alguna foto, se la envían a mi hermano, y así saben dónde estoy, pero yo no sé dónde está nadie (...)», sonríe. Un 6 de abril, cuando entraba en Compostela, murió su madre. «Sabía que yo volvía a casa, por una entrevista que me habían hecho», cuenta.

VAGABUNDO

Pasó una semana de descanso en su tierra, pero decidió «continuar con aquel Camino de Roma a Roma que estaba haciendo». Con algún trabajo temporal de por medio, vinculado al mundo de los caballos -era su empleo antes de echarse a la ruta-, y sin pedir nunca dinero, ni siquiera por estas tareas -basta un plato de comida, un lugar donde descansar-, siguió rodando kilómetros. Asegura que nunca se ha encontrado con ningún problema en el Camino y sí mucha hospitalidad y solidaridad, que es lo que le permite avanzar y hacerse con lo básico (algo de ropa, alimento...): «Momentos especiales ocurren cada vez que te encuentras con una persona a la que, sin pedirle nada, te abre su casa. Te lleva, te dice ‘duerme aquí’, te da una cena y hasta un desayuno por la mañana».

Desde que emprendió de nuevo peregrinaje en su casa, recorrió Italia, dio la vuelta a Sicilia y transitó el Adriático por la parte italiana hasta Accoli Pisceno, donde inició el Camino de San Francisco de Asís. Desde Asís hizo el de la Paz y continuó hasta Medjugorje, en Bosnia. Eslovenia, Croacia, Florencia... Lo cruzó todo. No duda en responder que sí, que el Camino ya es su casa y que aún le quedan muchos por recorrer. De momento, parar no es una opción: «No se cuándo acabaré, cada día tengo más fe en mí mismo, incluso en Dios, pero sobre todo más fuerza para caminar». Llama a no temer la ruta y asegura que es más peligroso coger el coche a diario. Se ha empapado en este tiempo de una filosofía positivista. En este sentido, dice que si una puerta se cierra a la hospitalidad, otra se abrirá: «No se te ha cerrado. Estar allí supondría tener menos de lo que después vas a recibir. Hay algo mejor después de eso», sopesa Castelló.

LA FELICIDAD ES EL CAMINO

«No existe un Camino hacia la felicidad, porque la felicidad es el Camino», dejó escrito en una carta de agradecimiento al albergue de Fisterra. «Realmente, soy un vagabundo. Pero cuando te pones una concha, un bastón y una mochila dejas de ser un vagabundo para ser un peregrino. Y la gente, a quien peregrina, le ayuda». Cosas materiales como el dinero o el teléfono (rehúsa hablar por él, le parece frío) o males de la sociedad actual, como las prisas, no tienen para él cabida. Y menos en el peregrinaje. Tampoco cree que haya un lugar para empezar y otro para terminar: «Parte de tu casa». Considera que es un error trasladar la vida diaria al Camino: «Lo que has aprendido en el Camino es lo que debes llevar a la vida cotidiana». Agradece el tiempo de encuentro con otros peregrinos, y ha conocido a muchos particulares, pero es partidario de caminar solo, «rumiar tu vida, sacar algo de dentro que necesitas». «En el Camino la gente cree encontrar alguna cosa, pero en realidad hay que buscarla dentro de uno. No te das cuenta hasta que caminas un montón de kilómetros», asegura. Sigue haciendo avanzar sus pies agradecido por todo lo que le han ido dando, y también por dar: «Siempre llevamos algo para alguien». Es incapaz de quedarse con una ruta, o con unas gentes, aunque recuerda el paso por los Alpes de Italia a Suiza, por el Gran San Bernardo, nevando, en noviembre: «Me parecía estar en el cielo». A su regreso de Bosnia pasó por casa, pero enseguida enlazó los Caminos de Caravaca de la Cruz, la Plata y Sanabrés, hasta llegar el pasado Jueves Santo a Fisterra. Viene cargado de memorias. En Asís, llevando 2 euros en el bolsillo, los donó a la lucha contra el cáncer. Tuvo que escoger un número y le tocó un paquete: «La vida de San Francisco de Asís en español. ¡La noche anterior yo había dicho que no había leído nada de él! Es un acto de fe que te tumba». Ahora pasará por casa, pero anhela volver a Roma e ir a Jerusalén. Así, como un auténtico peregrino. Sin nada... y con todo.

FOTO: JORGE PARRI