El milagro olvidado que se produjo en las parroquias de Duio

Luis lamela

FISTERRA

CEDIDA

Las iniciativas de Rof Codina a principios del siglo XX transformaron los terrenos del área

08 nov 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Durante toda mi vida laboral disfruté mis vacaciones veraniegas en los «confines de la Costa da Morte, donde la tierra tiende a desaparecer en las aguas del Atlántico», precisamente en el municipio de Fisterra en la zona de la playa de Langosteira, un arenal famoso en su tiempo por sus múltiples y variadas conchas. Y desde siempre llamó mi atención la división de la propiedad comunal del monte vecino, el de Mallas, en la zona de Calcoba, dividido en parcelas de pinar entre 70 a 200 o más metros de longitud pero muy estrechas -de 7 u 8 metros de ancho- lo que siempre hizo complicado adquirirlas para edificar sí es que allí podría construirse, en una zona inmediata a la playa de Langosteira, por la insuficiente dimensión de una de las medidas que obligaban a comprar varias «tiras» para lograr el mínimo de ancho necesario.

El arenal de Langosteira está situado al Este del istmo fisterrán y a espaldas de otras playas y altos acantilados que se enfrentan a las acometidas de un bravo océano, frenándolo todos los inviernos y amansándolo durante los veranos. Calcoba, y por lo tanto la playa de Langosteira, pertenece a la parroquia de Duio, y a su aneja de San Martiño, formada por varias aldeas en las que a finales del siglo XIX habitaban familias medio labradoras, medio pescadoras, en una época en la que los únicos elementos de vida de los vecinos eran el mar y la emigración; porque «el suelo ingrato se negaba a producir pastos y granos para las necesidades más apremiantes del ganado y de las personas» que en ella habitaban.

Pues bien, los vecinos de esta parroquia eran en aquel entonces dueños de un «monte comunal completamente yermo, que apenas producía leñas y esquilmes de mala calidad». En fin, de un paisaje en ruinas, pero, por una serie de circunstancias que allí convergieron un buen día «observaron que el monte estaba sembrado de pinos».

El milagro

Los «vientos habían arrastrado semillas de otros pinares del interior, y habían hecho el milagro que la mano del hombre no supo realizar». Entonces, y de acuerdo todos los vecinos, en consonancia con el minifundismo imperante en la Galicia litoral y como tabla de salvación «se repartieron como buenos hermanos el bosque en embrión». Cada familia pasó a ser dueña de una parcela, cada vecino de la parroquia de Duio se convirtió en un pequeño propietario, y comenzaron a dar las espaldas al mar dedicándose preferentemente al cuidado de los árboles y al cultivo de las tierras incultas de la parroquia.

Y la acción benéfica del arbolado dejó sentir inmediatamente sus efectos. La pantalla de pinos defendió a las aldeas de los embates de los vientos y los salseiros, constituyendo un abrigo natural para los cultivos y alimentando el caudal de las fuentes para regar extensas praderas, «permitiendo sostener numerosos y selectos ganados, convirtiéndose pronto Duio en el principal abastecedor de leñas, granos, hortalizas y productos animales de la villa» de Fisterra, una de las localidades de población rural mayor de la provincia de A Coruña dedicada en aquel tiempo a la fabricación de encajes, toda «una colmena obrera formada casi exclusivamente por mujeres» que, como en los centros fabriles, tenían que adquirir en el mercado todos los artículos de comer -con excepción del pescado-, beber y arder.

Y, además, era un pueblo aislado del mundo por tierra y aire y sin unas mínimas instalaciones portuarias de abrigo para proteger las numerosas y pequeñas embarcaciones con que contaban los marineros de Fisterra, y con enormes dificultades para suministrarse de lo necesario y poder subsistir, y para poder exportar lo que ellos producían: las capturas de pesca, los productos de la salazón y las conservas, además de la puntilla.

Saneados beneficios

Con un centro consumidor de tal importancia a dos kilómetros escasos de la parroquia de Duio, aquellos labradores comenzaron, sin necesidad de intermediarios, a colocar directamente sus productos en la localidad del Cabo, obteniendo saneados beneficios que les proporcionaron un relativo bienestar. Y, además de todo esto, en una visita que en 1913 efectuó Juan Rof Codina a la parroquia de Duio para promocionar la Fiesta del Árbol, tuvo la oportunidad de inculcarles la idea de fomentar el cultivo del árbol frutal.

Y por estos consejos, que fueron preludio, la directiva de la Sociedad Liga Agrícola de Duyo, que acababa de crearse recientemente, tuvo la feliz ocurrencia de enseñar a injertar a todos los niños de la escuela, y de salir a practicar a los pinares de la parroquia, injertando cuantos espinos bravos, manzanos y perales silvestres encontraron a su paso.

A los pocos meses, los pies injertados habían desaparecido de los bosques, y como por encanto se cubrieron de frutales las huertas de casi todos los vecinos. Más de cinco mil manzanos y perales poseía en 1918 la parroquia de Duio, obteniendo el año anterior tal abundancia de frutas que los ingresos por este concepto para las familias fueron más de veinte mil pesetas -de las de aquel entonces-, después de comer fruta a discreción todos los vecinos y de alimentar con ella vacas, cerdos y gallinas, que se criaban en buen número.

Tinta del pasado

No, no es un cuento, es solamente tinta del pasado. Y así lo refiere en La Voz de Galicia del 17 de febrero de 1918 el prestigioso veterinario Juan Rof Codina, un decidido agrarista, co-promotor de la Cátedra ambulante del Consejo provincial de Fomento, que difundió nuevas teorías en los terrenos de la agricultura y de la ganadería; un hombre, en fin, que sabía de lo que hablaba. Sin embargo, toda esta dinamización de la parroquia de Duio fue perdiendo fuerza de forma paulatina con el paso de los años, al mejorarse las comunicaciones terrestres de Fisterra con el resto del mundo y poder entrar y salir mercancías que anteriormente no era posible y perder valor en el mercado la madera de pino.

Riqueza forestal

Dicho esto, mira por donde me enteré de por qué se efectuó la división y reparto del monte comunal de la parroquia de Duio y su aneja, San Martiño, en el municipio de Fisterra; un revulsivo que marcó época y reactivó durante muchos años su economía rural, renovando y reforzando la agricultura y la ganadería, y sumándole riqueza forestal y hortofrutícola.

Esto es algo de lo que encontramos cuando curioseamos y deambulamos por el tiempo pasado y por las vidas de los demás, aunque en la actualidad el Concello de Fisterra quiere dar el paso contrario. Lo que fue conveniente antes parece que ahora ya no vale y consideran necesario revertir el proceso iniciado a últimos del siglo XIX, principios del XX.

La riqueza de antes, la madera de pino perdió su valor comercial y ahora solo tiene un valor paisajístico y medioambiental, y los productos agrícolas del valle que antes surtían el mercado de Fisterra, ya no son competitivos en los circuitos de venta actuales ni suficientes. Y por eso el Concello aprobó recientemente una moción y una petición a la Consellería de Medio Rural, de la Xunta de Galicia, para que acometa la concentración parcelaria de los montes del municipio. En fin, que proponen hacer el camino inverso, regresar al pasado puesto que los valores anteriores se han desvalorizado.