Lo que es público es de todos

Toni Longueira CIUDADANA

FISTERRA

25 sep 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Existen extrañas costumbres que uno no acaba de entender muy bien. Será por ignorancia, por un exceso de ética, que no es el caso, o simplemente por vergüenza ajena. Pero uno no acaba de entender, por ejemplo, que se vaya de paseo con los amigos y la familia al Cabo Fisterra y se encuentre en el entorno del mítico faro con peregrinos, o supuestos peregrinos, quemando camisetas, pantalones, haciendo hogueras o dejando las Quechua abandonadas en las rocas. No se logra entender en base a qué criterios se tiene que destrozar y dañar lo que es de todos. Serán argumentos religiosos, místicos o, simplemente, porque los que llevan a cabo este tipo de prácticas no tienen dos dedos de frente.

Entre la playa de Soesto y Arnados, en Laxe, hay una pequeña y preciosa cala, la de O Castrillón. Alberga unos cantos rodados preciosos. Pues bien, son muchos los que, no se sabe por qué, van con bolsas o meten en sus prendas esas piedras, muchas de ellas con más de 4 millones de años de antigüedad, según los expertos. Se las llevan con total impunidad. Y no vaya usted a recriminar nada, porque aún tienen más que decir. Conclusión, la cala de O Castrillón deja bien a las claras que los cantos rodados empiezan a brillar por su ausencia y a no ser que alguien adopte medidas, las famosas piedras, como las de la playa de Os Cristais, serán simplemente un recuerdo a través de fotografías. Eso sí, siempre se podrá contemplar su belleza en los jarrones que adornan los salones.

No muy lejos de O Castrillón, se encuentra el rego de Soesto, que bordea el merendero. Durante la primavera, este pequeño riachuelo cobra vida y se llena de ejemplares de flor trompeta o calas. Pues bien, siempre hay el listo, o lista, de turno que se baja del coche con el cúter en la mano y comienza a cortar flores hasta dejar el entorno del merendero limpio como una patena. ¿Con qué objetivo? Adornar una finca o venderlas en una floristería. Y si a uno se le ocurre llamar la atención, la respuesta suave mínima que puede recibir es: «¿Acaso son suyas? Pues eso». Y tan tranquilo, a seguir con el destrozo.

Son pequeños ejemplos de una realidad palpable: la falta de respeto absoluto por lo público. Porque lo que es público, es de todos y nadie tiene derecho a destrozar lo que otros quieren disfrutar. Claro que eso sucede aquí. A ver quién es el listo al que se le ocurre hacer una gracieta en Notre-Dame de París. Si lo pillan, que se prepare para una jugosa multa.

Pero claro, eso no se estila por estos lares. Las barbaridades que muchos peregrinos cometen en Fisterra se acababa de un plumazo con la presencia de un policía y 500 euros de multa al que se dedica plantar fuego a sus pertenencias. Por muy peregrino que sea.