Guárdense sus miserias en casa

Juan Ventura Lado Alvela
J. V. Lado CRÓNICA

FISTERRA

24 abr 2018 . Actualizado a las 10:18 h.

Decía esta semana el que fue portero de los juveniles del Fisterra en los 70 Marcial Sar que «o peor inimigo das categorías inferiores son os pais que van ver xogar aos fillos». El San Lorenzo de Berdillo acaba de recibir una sanción por insultos al árbitro durante un partido y hay casos para aburrir, con exhibición de armas incluida, que demuestran hasta qué punto lo que no se permite en casi ningún otro ámbito de la vida pública -incluso de la privada- sí tiene cabida en los recintos deportivos.

Vaya por delante que no estamos en los 80 ni en los 90, cuando incluso hay documentados casos de jugadores rezando arrodillados sobre el terreno de juego rival no por el resultado, sino por no acabar con el lomo molido a palos al término del encuentro. Pero tampoco estamos en el siglo XXI. No en los estándares que deberían regir a una sociedad que se considera avanzada, civilizada, de eso que llamamos primer mundo sin saber muy bien lo que ello significa. Menospreciar a un negro por ser negro, lo único que denota es la oscuridad mental del que lo hace y no que tenga valor diferencial alguno la pigmentación de la piel de cada uno. Meterse con una mujer, generalmente poco más que una niña, porque se viste de corto para dirigir con el silbato un partido de hombres -sustantivo que tendría mucho que matizar- solo muestra que tiene más ovarios, pelotas o llámesele como se quiera, porque aquí casi siempre sobre testosterona y falta materia gris, que los garrulos que le gritan desde la valla todos juntos.

La cuestión va más allá, porque resulta muy fácil enmarcar estas actitudes en un contexto de gente poco civilizada, falta de cultura, bajo nivel educativo, social o económico... Basta darse una vuelta con cierta frecuencia por los campos para ver como maestros -sí maestros de escuela, de esos que enseñan a los niños, por citar una profesión especialmente sensible- se transforman en auténticos energúmenos por algo tan trivial como si un cacho de cuero, del malo, probablemente cosido por un asiático con un sueldo miserable, rebasa o no una línea que ahora ni siquiera es de verdadera cal, porque quema y escuece. De verdad, semejante nimiedad merece la pena faltarle al respecto a un chaval que nació negro porque lo eran sus padres o a un niña que, ¡Oh, sacrilegio! le gusta dirigir partidos de fútbol. Por favor, guárdense sus miserias en casa.