«Me voy de Fisterra habiendo dejado atrás a una versión peor de mí misma»

Marta López CARBALLO / LA VOZ

FISTERRA

Jorge Parri

Dominika Dery volvió para recuperar un tesoro que había enterrado diez años antes, cuando acabó el Camino

14 dic 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Dominika Dery (Praga, 1975) llegó a Fisterra a finales del mes pasado con un único objetivo: cerrar un círculo que había abierto diez años atrás, cuando eligió la Costa da Morte como final para su especial Camino de Santiago.

Cada peregrino tiene su particular historia. Kilómetros y kilómetros de rutas sin fin, nuevas amistades, amores pasajeros o, en el caso de Dominika, la primera pieza de su futura vida. Recuerda como, en un pequeño albergue cerca de Astorga, conoció a un hostelero «muy charlatán» que la animó a decorar una teja con su propio diseño. «Era muy pesada para cargar con ella en la mochila y yo quería dejársela a él de recuerdo, pero insistió en que tenía que llevármela conmigo, al menos hasta la siguiente parada».

Y así fue. Llegó a Cruz de Ferro (León), un lugar donde tradicionalmente los peregrinos se deshacen simbólicamente de sus remordimientos, de aquellas cosas que sobran en sus vidas o de las que se arrepienten. «Entonces me di cuenta de que no podía dejar allí mi pequeño tesoro. Una voz interior me dijo que aquella sería la primera teja de mi futuro hogar, mi primera casa de verdad. Había viajado durante tantos años, que ya no sabía lo que era un hogar de verdad, y aquella era la oportunidad para cambiar de vida».

Días después llegó a Santiago y, lo que pensaba que sería un final satisfactorio para su viaje, no fue otra cosa que «un lugar en el que los peregrinos se emborrachaban para celebrarlo y tenían sexo con desconocidos. No sentí esa paz interior que esperaba después de un viaje que había concebido como espiritual, para buscarme a mí misma». Así que decidió continuar hacia Fisterra en lo que define como un trayecto «mágico». Ahí sí que logró encontrar, dice, la paz interior que llevaba tanto tiempo buscando. «Durante ese último tramo conocí a peregrinos que se interesaron por mi historia y me fueron regalando cosas para mi ‘futuro hogar’: un clavo, una llave... Las uní a mi teja y las escondí en las piedras sagradas, allí en Fisterra. Eran mi pequeño tesoro», explica.

En diez años que han pasado desde entonces, la Dominika insegura e incierta sobre su destino fue mudando en una reputada escritora «con tres hijos maravillosos» que desarrolla su actividad profesional en Italia, junto al conocido Lago de Como. Allí ha publicado ya cuatro antologías poéticas, una obra de teatro y varias novelas en checo e inglés. Pese a la felicidad aportada por su familia y a las alegrías profesionales, dice, «algo no cuajaba todavía», había un círculo que todavía no se había cerrado. Y por eso decidió volver a Fisterra, para recuperar (después de un par de intentos) el tesoro que escondió para un día formar su propio hogar.

Aprovechó la visita para reunirse con viejas amistades cosechadas durante su primera estadía en el fin del mundo. De hecho, ofreció un concierto en el Boulevard de Fisterra que, pese a no estar planificado, no pudo haber sido más especial, pues el don de la checa para la música se remonta tiempo atrás. «Cuando era pequeña mi madre me llevó a ver El lago de los cisnes y, después de enamorarme perdidamente del protagonista [se ríe], decidí enrolarme en una escuela de baile», explica Dominika, que llegó a formar parte del Ballet Nacional Checo. Por desgracia, una lesión le impidió continuar. «Creo que las cosas suceden por un motivo: si hubiese continuado ahora estaría retirada y vieja; como escritora, apenas soy un bebé».

Esta ha sido la experiencia de una vida que se vive al andar, dice, de un camino del que, por fin, ha encontrado su final. «Hay personas que viven su vida en eternas espirales, sin pasar página. Yo me voy de Fisterra habiendo dejado atrás una versión peor de mí misma, una persona que no paraba de buscar: buscaba la felicidad, buscaba el amor, me buscaba a mí misma, en definitiva».