El Cabo Fisterra también se llena de milladoiros

Santiago Garrido Rial
s. g. rial CARBALLO / LA VOZ

FISTERRA

JORGE PARRI

La moda de desplazar piedras ha llegado al fin del mundo, y las demás tampoco desaparecen

20 sep 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Los milladoiros también han llegado al Cabo Fisterra. Estrictamente, no es algo nuevo. Desde hace unos cuatro años (del verano del 2013 son las primeras fotos con montoncitos de piedras) ya aparecen de vez en cuando. Tampoco es que lo de Fisterra fuese una gran novedad: cualquier peregrino que haya hecho el Camiño de 25 años para aquí los habrá visto desde Roncesvalles hasta Santiago. La diferencia es que se trataba de algo casi anecdótico, apenas diez o quince ejemplos de esos que duran una semana hasta que el viento u otros caminantes los tumban.

Ahora, no. Por primera vez, se trata de una plaga. Hay decenas, seguramente centenares, desde la parte alta de la punta del Cabo hasta la misma base, a pocos metros del mar, hasta donde se desplazan numerosos caminantes, pese al evidente peligro. Están repartidos por todas partes, de tamaños variados, con piedras que hay que escoger -y, por lo tanto, desplazar de su ubicación natural- para conseguir el equilibrio. La curiosa moda hace tiempo que se extiende en zonas del litoral gallego, y en la Costa da Morte la mayor incidencia se ha dado en Camariñas, en el entorno del Museo de Man y el Cemiterio dos Ingleses. Las advertencias en contra de dejar las rocas como están no valen de nada. En Fisterra, no es la primera vez que el teniente de alcalde, Xan Carlos Sar, le tiene que llamar la atención directamente a algún visitante. Algunos hacen caso, otros, no. Los milladoiros masivos son la costumbre más reciente, pero las demás no se han marchado. Hace poco también se puso de moda abandonar bastones, terminado el Camiño. Algunos días había decenas, y algunos de ellos de excelente calidad. Lo mismo que el calzado: algunas jornadas, el Cabo parece una zapatería. Pero lo peor es el fuego. En este sentido, las cosas han mejorado. Hubo ocasiones en las que se podían contar, sin problema, más de un centenar de puntos de quema. Ahora son muchos menos. Con todo, es un mal casi inevitable. Ayer mismo, por la mañana, una peregrina se empeñaba en arder algunos de sus restos. Por eso ocurre lo que ocurre, como la semana pasada, que ardió un trozo de Cabo y tuvo que acudir Protección Civil.

Algunos milladoiros incluyen notas a pie de piedra, y hasta un rotulador para escribir en ellas. Los mensajes de quienes han terminado su ruta quedan al aire, para que los lea el viento. El problema es que se van acumulando y, más que poesía, lo que se ve es la basura. Y parece que no tiene remedio.