Once mil kilómetros a pie y sin dinero

Santiago Garrido Rial
S. G. Rial CARBALLO / LA VOZ

FISTERRA

Un peregrino valenciano, de Bocairent, llegó a Muxía y Fisterra desde Roma, y ahora regresa. Vive de lo que le dan

13 abr 2016 . Actualizado a las 18:14 h.

Quien ha hecho el Camino o haya estado en contacto alguna vez con él sabe que las historias extraordinarias, en la Ruta son ordinarias. Ni siquiera hay que pararse a verlas pasar en O Cebreiro, el gran telón de entrada de los caminantes. Solo en Fisterra, en los últimos años, han llegado personajes que por sí solos darían para una novela: con los medios más extraños (de sillas de ruedas a tractores), de los confines más lejanos (incluso de la antípoda Nueva Zelanda) y con historias apasionantes.

Pero ese bagaje no impide que sigan aterrizando caminantes que causan asombro por su fuerza de voluntad, capacidad de resistencia y actitud ante el futuro. Es ahí donde se puede encuadrar a Alberto Castelló de Pereda, natural de Bocairent, en Valencia que llegó este fin de semana a la Costa da Morte. Primero, a Muxía, y después, el sábado, a Fisterra. Hoy, a primera hora, partirá hacia Santiago para seguir por la Vía de la Plata.

Hasta ahí, uno de tantos miles (más de 20.000 oficiales, con credencial en el albergue público, pero en realidad son muchos más) que acaban en este fin del mundo. Lo que ya no es normal es que Alberto acaba de completar 11.000 kilómetros a pie en menos de tres años y en diversos periplos. El último gran ciclo lo inició al salir de Santiago el 3 de febrero del 2014 hacia Roma, y el 1 de septiembre del año pasado emprendió el regreso desde San Francisco de Asís. Pero no vino por la ruta más corta, sino que cruzó los Alpes y subió hasta Calais. Tenía intención de cruzar a Canterbury, en Inglaterra. Pero no pudo. Bajó por Normandía, siguió hacia España y de nuevo Santiago, donde ha estado cuatro veces. Este último trayecto ha sido de 4.300 kilómetros. Su credencial mide 10 metros de largo, por cierto.

Sin objetos

Con ser muchos, tampoco sería nada excepcional. Pero la clave es que camina sin dinero. O, mejor dicho, sin nada: ni móvil, ni cámara de fotos, ni objetos que no sean los absolutamente imprescindibles. Nada. Y eso es lo llamativo. Por hacerlo, por mantenerlo tanto tiempo y en lugares tan distintos. Depende de las ayudas de los demás, de la solidaridad, para todo: comer, dormir, ropa o calzado. Incluso aprovecha la de otros peregrinos que no la necesitan. Y hay quien se la compra. Asegura que nunca ha tenido ningún problema. Que todo le viene dado. La vez que peor lo pasó fue cuando estuvo tres días sin ingerir nada. Pero el resto del tiempo siempre ha tenido algo. A veces, en los albergues, ayuda a limpiar para compensar, o en lo que sea. En Francia pasó días con familias que lo acogían. Ha dormido en la calle. Si es preciso pagar algo, siempre aparece quien lo haga. «Soy un peregrino privilegiado», resume. No hace falta que lo jure. Nunca ha enfermado, ni se ha roto nada. Ha pillado mojaduras de campeonato, ha soportado nieve y granizo, ha tenido que agarrarse a farolas cuando soplaban fuertes temporales. Y nunca se puso a pedir en la calle. Acaso solicitar ayuda a curas o a Cáritas, pero sin ejercer la mendicidad.

¿Y cómo se embarcó en esta aventura? Fue en el verano del 2013. «Tenía un centro de equitación en mi pueblo. Soy domador de caballos. Con la crisis, cerró. También me divorcié. Comencé a buscar trabajo y me iba moviendo en auto-stop. Llegaba hasta Santiago, y volvía», explica. Pero no aparecía nada. Y lo de andar se convirtió en norma. El viaje a Roma fue la gran travesía. En Italia recorrió muchos pueblos, en algunas partes se quedó un tiempo, pero regresó. «Estoy en camino. Cada día se me abre una puerta». No empezó por religión: «Pero sí incrementé esta fuerza de creer», señala.

Alguna vez le regalaban incluso una tablet, y no la quiso. Ni eso, ni nada. «Me robaría mi libertad». Considera que «el dinero no es tan importante, hay cosas más valiosas que un euro». Dice que «la gente es realmente buenísima, fantástica», que le ayuda sin pedirle nada a cambio. Y día tras día, no de vez en cuando. «Podría contar 40.000 historias», pero da tiempo a muy pocas en una breve conversación, realizada justo después de hacer recorrido Fisterra, un lugar que no conocía. Un peregrino italiano le ayuda con todo, y un albergue le da cobijo. Una vez más.

Hoy parte hacia Santiago. Después seguirá hacia Salamanca, Madrid y Albacete, el Camino del Cid, para ver a su madre en Bocairent. Como siempre, «con la ayuda de la providencia». De ahí, subirá a Francia, y de nuevo a Roma. Los idiomas no son un problema: «Cuando uno tiene hambre, abre la boca y todos entienden», bromea.

¿Parará alguna vez de tanto caminar? «Dejo esa decisión en manos de lo que surja. Ahora mi intención es ir a Roma, y lo que venga, ya veremos».