Ramón Añón: «Cargaba cen quilos de pan no cabalo e ía vendelo ata a 40 quilómetros»

Santiago Garrido Rial
s. g. rial CARBALLO / LA VOZ

CORISTANCO

Ana Garcia

Natural de Silván, a sus 94 años conduce sin problemas, con el carné renovado. Le encanta ir en el reparto y hablar con la gente

30 jun 2018 . Actualizado a las 09:03 h.

En buena parte de Coristanco y Carballo se conoce, desde hace decenios, la panadería Añón. Desde hace casi 10 años, cuando abrieron las nuevas instalaciones, mucho más, porque están al lado de la carretera DP-1914, la que enlaza Carballo con Santiago, y los miles los conductores que se topan con ella diariamente. Los más jóvenes seguramente no sepan que todo arrancó en los años cincuenta, con un hombre subido a lomos de un caballo que varias veces por semana recorría decenas de quilómetros para vender pan por las aldeas.

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Ese hombre es Ramón Añón Remuiñán, 94 años que de ningún modo se le echan. Acaso por alguna dificultad al andar, pero también las tienen algunos con 30 años menos. Por lo demás, se conserva perfectamente. Una mente lúcida, una memoria extraordinaria, muchísimo sentido del humor, y un carné de conducir recientemente renovado en el psicotécnico, lo que le permite hacer aún muchos kilómetros a diario (va bastante a la zona de Rial, en Val do Dubra, lugar de clientela y amigos fieles) y acompañar en el reparto. El contacto con la gente es su mejor medicina. «Estaría xa morto se non fose así. Falar coa xente, ela comigo, iso é o que me dá a vida».

Al acabar el servicio militar decidó dejar su oficio de jornalero y empezar el de panadero. Su madre ya lo había sido, y tuvo algunos apoyos que fueron cruciales, como un tío suyo en Paramos. Curiosamente, el sur siempre su destino principal, el que más lo alimentó en todos los sentidos, y él a ellos con su productos. Recuerda -cómo olvidarlo- el primer pan que vendió. Fue en O Seilán, A Baña, en una fiesta. No conseguía ningún cliente, y un hermano suyo que se había casado para esa zona -y que desconocía que era panadero- lo vio y avisó a otros vecinos para que le comprasen. «En dez minutos vendín todo», recuerda emocionado. Fue el inicio de relaciones que ya no dejaría. «Tiven que esperar uns 20 anos para vender na zona de onde eu son».

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Nada era fácil. Llegar, tampoco. Tenía que ayudarse de un caballo, que con los años fueron muchos. Aún los recuerda. «Genaro, que mordía. Carrillo, que se baixaba para que eu poidese subir....». Eran caballos bueno, «os mellores da feira». Tenían una labor exigente.

No todas las jornadas eran iguales, a veces se podía llevar más, y vender más, y a veces menos. O a diferentes lugares. Pero, si tiene que resumirlo en una frase, a modo de media, o de máxima de trabajo, es esta: «Cargaba uns cen quilos de pan e ía vendelo ata a 40 quilómetros de distancia».

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Sin ningún incidente

No había coches, claro, ni las carreteras asfaltadas de hoy. Tampoco ladrones, ni problemas. Nunca tuvo un accidente, una caída, nunca lo robaron. Los únicos percances que tuvo, si es que se pueden llamar así, fueron con algún guardia al que casi tenía que regalar los molletes y, si se hacía el distraído, como le pasó un par de veces, se exponía a las consecuencias. Tampoco es que fuese siempre solo. A veces coincidía con mujeres de Entrecruces que llevaban cerezas para vender, o venían vecinos de A Brea. Entonces, en determinados lugares, los caminos eran bulliciosos, tenían un tráfico humano que se ha perdido absolutamente. Si llovía, se protegía con un paraguas, «ou ás veces cun monllo de millo». También había vecinos de los lugares por los que pasaban que le ayudaban. «Aquí son Añón, pero para eles era o panadeiro Ramón».

Cocían por las tardes, salía al día siguiente. A veces, ya de regreso, aprovechaba para cortar leña para ir a buscarla a la jornada siguiente. La rueda no paraba. Los momentos libres eran para trabajar sus leiras o cuidar los animales. «Era unha vida pobre, esclava, pero era a que había».

Ana Garcia

El primer coche, un Land Rover que costó 317.000 pesetas

Los caballos fueron compañeros inseparables de trabajo de Ramón durante muchos años, pero llegó un momento en el que los tiempos cambiaban y hubo que adaptarse a ellos, pasando de los caballos animales a los mecánicos. Su primer vehículo fue un Land Rover, adquirido el 9 de septiembre de 1972, que le costó 317.000 pesetas. Más adelante cambiaría a una furgoneta Mercedes, que pagó a base de letras durante bastante tiempo. Y así, lentamente, a base de esfuerzo, el negocio fue creciendo hasta lo que es hoy. Se queda con lo bueno, pero después de una larga conversación es fácil convencerse de que, salvo la dureza de aquellos años, no había nada exactamente malo. «Todo o mundo me quería», asegura. A veces se encuentra con gente de 50 o 60 que le cuentan que cuando eran niños les daba algún trozo de pan, casi un tesoro en los tiempos de dificultades. Para todos. «Teño ido a comprar trigo de fiado á casa dos que o botaban», dice. También lo cultivaba él, «cavando no monte, que era onde podía».

Su ayuda en el reparto sigue siendo importante, porque sabe a qué clientes le gusta el pan más cocido, o más crudo, una cualidad de quienes llevan el oficio muy dentro. Compara lo pasado con lo presente y ve que no hay color: «A vida hoxe é moi rica». Está viudo, tuvo seis hijos. Le gusta controlar aún todo lo que se hace. Uno de sus hijos explica que su lucidez es tan buena que prácticamente es el tesorero de la empresa, el que lleva las cuentas. Incluso cuenta en broma que se mete con algunos vecinos y amigos que no les compran el pan a ellos. Negociante hasta el último extremo Ramón, «Añón o panadeiro».

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